Columna publicada el 30.07.19 en The Clinic.

La situación del Partido Comunista chileno es bastante peculiar. Ya no caben en el escenario político ni los llamados sesenteros a las revoluciones ni los anhelos de la dictadura del proletariado. Sin embargo, el PC parece haber heredado de sus correligionarios una capacidad única: el comunismo ha tenido, a lo largo de su historia, una habilidad gigantesca para eludir la crisis y sentarse en el carro de la historia. Se traduce en el acomodo, por ejemplo, del comunismo europeo —brillantemente descrito por François Furet—, que enarbola las banderas del antifascismo al mismo tiempo que defiende al camarada Stalin. No importaban tanto las contradicciones entre discurso y acción, pues valía más el peso del símbolo y el eco de la consigna. Otro caso es el del comunismo de Guerra Fría, que organizaba a lo largo y ancho del mundo seminarios por la defensa de la paz, mientras promovía la guerrilla y la revolución en otros escenarios.

La publicación, hace pocas semanas, del informe de Michelle Bachelet sobre la situación venezolana generó una crisis interna dentro del PC chileno. Hace un buen rato que la situación de Nicolás Maduro, Juan Guaidó y compañía excede las fronteras de Venezuela e influye económica y socialmente en el continente, y de manera particular en nuestra política nacional. Lo que se dice o se deja de decir sobre Venezuela refleja qué tipo de compromiso político existe con distintas materias, principalmente con respecto a derechos humanos básicos y la democracia como régimen de gobierno. El último episodio, sin embargo, reveló de manera nítida las tensiones que tiene el comunismo local sobre esa crisis. Las respuestas que generó el citado informe hizo evidente la brecha que existe entre un dogmatismo a rajatabla, como el de Guillermo Teillier y Daniel Jadue, y una moderación que vislumbra con algo más de realismo una situación insostenible, como la manifestada por Camila Vallejo —o, al menos, muestra las mejores capacidades de la diputada para leer esta realidad política—.

            Así, los signos se acumulan: al rechazo general del informe por parte del partido, se suman la crítica personalizada del alcalde Jadue a Michelle Bachelet, a quien le inculpó la complicidad de haber apoyado a golpistas en el pasado, o la participación del parlamentario Boris Barrera en una comitiva que, en el contexto del Foro de Sao Paulo, se reunió con Maduro y le manifestó su apoyo. La dureza con que cierta izquierda critica a quienes muestran cualquier tipo de adhesión a Trump y a Bolsonaro desaparece del mapa a la hora de evaluar al heredero de Chávez. Recordemos que Daniel Núñez, diputado del PC, afirmó que el presidente brasilero representaba el neofascismo y reivindicaba la muerte y la tortura. ¿Ha sido igualmente crítico con la situación venezolana?

Aunque las posibilidades del PC local de acoplarse a un sistema democrático no parecieran ser demasiado difíciles, estos hechos son grandes tropiezos. Las declaraciones cruzadas a favor o en contra de Nicolás Maduro revelan una tensión enorme y no resuelta, que horadan la legitimidad del PC como víctimas de los crímenes de la dictadura y como férreos defensores de los derechos humanos. Parecía ser una lección compartida que la tortura y la desaparición de personas eran injustificables bajo cualquier contexto y que la democracia se basaba en el respeto al adversario político. Ahora, cuando parece quedar claro que la crisis venezolana no es solo económica o humanitaria, sino que hay un régimen que comete crímenes de la mayor gravedad, ¿dónde quedan esas lecciones? El PC queda en un lugar incómodo. Llueve en el Palacio de Miraflores, y la tienda presidida por el diputado Teillier parece abrir su paraguas al ritmo de sus amigos en vez de defender algunos principios que, al parecer erróneamente, creíamos acordados en la política nacional.