Entrevista publicada el 13.06.19 en The Clinic.
En esta entrevista, el autor de “¿Por qué ha fracasado el liberalismo?” indaga en los fundamentos sociológicos de su polémico libro. Salta a la vista que el académico de la Universidad de Notre Dame se apoya, principalmente, en un diagnóstico de la realidad estadounidense, pero también que países como Chile podrían experimentar problemas similares en un futuro no tan lejano.
Quizá es fácil discrepar con la mirada de Patrick Deneen, pero resulta muy difícil ignorarla. Este profesor de la Universidad de Notre Dame, quien estuvo recientemente en Chile invitado por IdeaPaís y el Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), se puso como objetivo provocar un debate sobre los fundamentos del modo de vida moderno y sus consecuencias. La polvareda levantada por su libro “¿Por qué ha fracasado el liberalismo?”, a un año de su publicación, pareciera no disminuir, sino aumentar.
Deneen empujó y facilitó una discusión largamente postergada, por lo que leerlo genera una mezcla de vértigo y alivio. Da miedo discutir estos asuntos, más todavía con tal nivel de soltura, pero hacerlo es imprescindible, especialmente en un país como Chile, tan vinculado al sueño y la promesa norteamericana. Deneen, en alguna medida, nos trae noticias sobre el futuro. Sobre nuestro futuro. Y no son las más felices. Su lectura, por otro lado, promete patear jaulas a ambos lados del espectro político. El remezón que esperábamos hace ya bastante tiempo.
“Quien más influencia mi punto de vista sobre estos temas es Christopher Lasch. Especialmente, sus libros “The True and Only Heaven” (1991), que es un magistral estudio del concepto estadounidense de progreso, y su libro póstumo “La rebelión de las élites” (1995). Ambos son un esfuerzo por crear una lectura alternativa de la tradición estadounidense. Pero la razón por la que mi libro no se llama “Por qué falló Estados Unidos”, es que muchos de los elementos ideológicos y sociológicos que caracterizan a mi país son parte de una tradición mucho más amplia y abarcante”, dice Deneen.
Algo que admira del argumento de Lasch es que “percibió fenómenos contemporáneos, como el surgimiento de una élite global desarraigada que se beneficia de la globalización y el capitalismo mundial, diferenciándose de aquellos que todavía viven bajo formas, prácticas y valores tradicionales que el mundo contemporáneo ya no considera valiosos”, señala.
Es su afinidad política, económica e intelectual con este último segmento de la población estadounidense la que lo mueve a interesarse por su situación. “La situación de los perdedores de la globalización. Una serie de investigaciones recientes muestran que la división económica de los Estados Unidos hoy no es simplemente económica, sino una división entre aquellos que pueden desplegarse y realizarse vitalmente, y aquellos que no. Por ejemplo, tener un matrimonio estable y crear una familia se han convertido en bienes de lujo usualmente solo a disposición de los más pudientes. En mi libro digo que, en muchos sentidos, una de las consecuencias del liberalismo es debilitar o destruir aquellas instituciones que aseguraban cierto igualitarismo en la posibilidad de tener una familia y criar niños, reemplazándolas por un acceso condicionado a la riqueza”, agrega el cientista político.
Según plantea, esto crea una situación de lucha de clases desde arriba, orientada en contra de los menos aventajados. “Las élites, al mismo tiempo, movidas por un interés de clase, despliegan una justificación ideológica que los culpa a esos menos aventajados por fracasar en la obtención de esos bienes”, dice.
-¿Es entonces la meritocracia una ideología orientada a disfrazar
esta situación de lucha de clases?
Son tanto la meritocracia, que proclama que toda posición social es merecida,
como los compromisos igualitarios de las élites, que hoy llamamos “políticas
identitarias” –abarcando temas como raza, género y sexualidad-, los
dispositivos que alejan la discusión de temas más estructurales. Esto desvía
toda crítica directa hacia el sistema y sus desigualdades fundamentales. Odio
decirlo, pero me parece que conforman una especie de falsa conciencia, que
anestesia la capacidad de quienes se benefician de nuestro sistema económico,
político y social para darse cuenta de su complicidad con él y sus
desigualdades.
-¿Operarían como una especie de compensación moral?
Es una buena forma de ponerlo. Yo no quiero condenar estas formas de
igualitarismo, pero parece como si hubieran sido seleccionadas justamente para
evitar hacerse preguntas sobre las estructuras de desigualdad que más afectan y
dañan las posibilidades de la clase trabajadora. No es coincidencia que emerja
desde las élites que promueven esas corrientes igualitarias la crítica más
furiosa en contra del llamado “populismo”, que es visto como una amenaza a
dichas causas. El resultado de esta situación es que las instituciones que, en
teoría, más podrían hacer por estudiar y tratar de entender lo que hay detrás
del fenómeno “populista”, se encuentran impedidas de hacerlo, pues resultan ser
las más interesadas en perpetuar el actual sistema de clases.
-Pero la izquierda llegó a las políticas identitarias no por mero
capricho, sino producto de una serie de fracasos y frustraciones a sus
proyectos de cambio estructural desplegados durante el siglo XX.
Es cierto que la izquierda se movió de manera intencional desde una política de
clases a una política basada en las identidades, y también que hubo muy buenas
razones para ello. En Estados Unidos influyó especialmente el movimiento de los
derechos civiles, por ejemplo. Pero Lasch explica que las buenas intenciones de
las élites no pocas veces terminan dañando y menoscabando las posibilidades de
las clases menos privilegiadas, que son sometidas, en nombre de la justicia, a
condiciones experimentales que las propias élites evaden. La resistencia a
estas condiciones por parte de esos grupos hace que comiencen a ser
considerados como “conservadores” por la propia izquierda, que se desentiende
de ellos, haciéndolos efectivamente gravitar hacia la derecha. En los 80, en
Estados Unidos, este fenómeno fue encarnado por los “demócratas por Reagan”. Y
el mismo resultado lo podemos ver hoy a nivel mundial, cuando son los grupos
históricamente menos favorecidos, que tradicionalmente se hubieran identificado
con la izquierda, los que constituyen la base de una serie de movimientos de
derecha. Y la derecha intenta acomodarse a ellos y representarlos.
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-Pero esto es también un problema para la derecha, supongo, ya que
tradicionalmente se le ha entendido como el sector que representa los intereses
de la oligarquía y los grupos más poderosos. ¿Cómo es que ese sector se
volvería el representante de las clases trabajadoras?
Es cierto, y lo que está pasando hoy es justamente el despliegue de una amplia
y dura batalla dentro de la derecha estadounidense entre quienes definen al
conservadurismo en los ejes del libre mercado y una visión más bien libertaria
del mundo, por un lado, y los sectores social-conservadores, por otros. Estas posiciones
se traducen en evaluaciones muy diferentes respecto al valor y legitimidad de
los movimientos populares. Lo que está en juego es la definición de la
configuración que tendrá el mundo conservador después de Trump. Es decir, si la
derecha intentará volver a su forma “reaganiana”, o se volverá más populista y
asociada a la clase obrera.
-¿El consenso entre el conservadurismo moral y el liberalismo
económico comienza entonces a desmoronarse?
Bueno, este consenso siempre estuvo construido sobre una fuerte tensión. Con el
paso del tiempo, comenzó a hacerse evidente que el lado conservador del
consenso se veía sistemáticamente erosionado, mientras que su lado
económicamente libertario obtenía una ventaja tras otra. Y también comenzó a
quedar claro que el avance del libertarismo económico estaba ocurriendo
precisamente a expensas de las causas del mundo conservador. Los avances del
libre mercado se lograron usualmente desestabilizando a las familias,
desestabilizando las comunidades, menoscabando la religión, etc. Así, comenzó a
madurar la conciencia de que esta alianza no solo no nos estaba entregando lo
que queríamos los conservadores sociales, sino que estaba dañando nuestra
causa. Esto explica la verdadera explosión que ha experimentado el debate
interno de la derecha durante estos últimos años.
-En Chile ese consenso tuvo una enorme importancia para la
consolidación de la actual derecha, inspirado por intelectuales como Michael
Novak, cuyo pensamiento fue promovido por Jaime Guzmán. Y se sigue apelando a los
términos de ese consenso, aunque sus fisuras comienzan a hacerse evidentes. El
mundo conservador ha tomado cierto liderazgo en el ámbito de las ideas,
mientras que el sector más libertario se ha vuelto algo reactivo, reivindicando
y añorando los años 80. Sin embargo, al mismo tiempo, la cosmovisión liberal
parece mucho más naturalizada a nivel social.
Parte de esta discusión es más bien práctica, y remite a la pregunta respecto a
si los conservadores, fuera de una alianza con los liberales, tendrían el poder
electoral como para tener éxito. Y lo cierto es que se trata de un sector que
parece estar achicándose día a día, viéndose asociado más bien a personas
mayores. Es por esto que una alianza con la clase trabajadora parece la mejor
estrategia posible para tratar de construir una fuerza electoral poderosa. Hay
muchas razones por las cuales esto podría no resultar, pero las últimas
elecciones norteamericanas han ido dejando claro que existe un grupo importante
de estadounidenses que se identifican a sí mismos como económicamente de
izquierda, pero socialmente conservadores. Y ese grupo no se encuentra hoy
representado, sino que está disperso entre los partidos liberal y republicano.
Hay ahí una potencial fuerza social.
-Puede que haya una fuerza social, ¿pero cómo sería un modelo
económico socialmente conservador? ¿A qué se parecería?
Hay cada vez más propuestas al respecto. Hay un economista llamado Oren Cass
que publicó hace poco un libro llamado “The Once and Future Worker”.
También están los ensayos de Daniel MacCarthy, que era el editor de la
revista “American Conservative”, relativos a una nueva política
industrial favorable a la clase trabajadora. Hasta el momento, hemos operado
bajo un consenso neoliberal de izquierdas y derechas con relación a que la
economía global tal como la conocemos significa eficiencia, ventajas
comparativas y fuerza laboral barata adquirida en cualquier parte del mundo. Y
creo que hay buenas razones para preguntarse si el capital debe ser considerado
como algo desarraigado y móvil, o si es que hay un valor en las vidas
vinculadas a un territorio. Es decir, si debemos seguir pensando a nivel de
política económica que es la gente la que debe seguir al capital, o si vamos a
comenzar a considerar que es el capital, el trabajo, el que debe moverse hacia
las personas. Eso es una herejía para el pensamiento libertario, pero no para
otras corrientes económicas que ponían por delante el florecimiento de las
comunidades y la posibilidad de que existieran buenas fuentes de empleo diseminadas
a lo largo del territorio nacional.
-¿Cuál sería la posición y el rol del consumo en ese esquema
económico? No suena a nada parecido a la actual sociedad de consumo, y es
probable que no fuera muy bien tomado por los grupos medios que han construido
su identidad en torno a él.
Bueno, hablamos de una formación económica consolidada a lo largo de muchos
años. Lasch destacaba que el proyecto para transformar el mundo moderno desde
una sociedad productora a una sociedad de consumo no había triunfado por accidente,
sino en base a una serie de políticas y acuerdos que buscaban ese resultado.
Los tratados de libre comercio, la subcontratación, la externalización de la
producción, la reducción del sueldo mínimo y otras políticas tenían ese
objetivo. Todo en nombre del acceso a productos baratos. Y hoy vemos que surge
de nuevo la pregunta respecto a si la política gubernamental no debería darle
cierta prioridad a la esfera de la producción de nuestra vida económica, a
pesar del daño que podría tener en el ámbito del consumo, poniendo por delante
la descentralización productiva y la sustentabilidad de economías locales de
menor escala. El uso de barreras tarifarias, que fueron el mecanismo
tradicional mediante el cual se consolidaron las economías e industrias locales,
se volvió una especie de herejía económica, pero creo que vale la pena volver a
considerar el aporte que pueden significar.
-Sin embargo, esto supone un importante cambio cultural y a nivel
de los valores. El corazón de la economía y la sociedad moderna hoy es el
consumo, y pensar una sociedad no basada en él suena casi utópico.
Eso es cierto. Todos los economistas tratan de hacer pasar las preguntas
económicas como preguntas técnicas, pero siempre están precedidas por
decisiones en el plano de los valores. Esta es una pregunta sobre valores, y no
solo técnica. Lasch defendía la idea de que una economía basada en la
ampliación de la posibilidad de que las personas participen de la producción,
en vez de solamente en el consumo, tendría un enorme impacto en la forma en que
vivimos la vida. Un ejemplo de esto es la disyuntiva metafísica que se nos
presenta cada vez que se nos hace un hoyo en un calcetín. La respuesta a esta
disyuntiva será muy diferente dependiendo de si vivimos en una sociedad de
consumo o en una de producción. En el primer caso, es más o menos obvio tirar
el calcetín y comprar uno nuevo por un dólar, mientras que en la segunda nos
inclinaremos por repararlo. Este simple hecho refleja una sociedad que genera
menos desperdicios, que es más frugal, que mantiene vigentes ciertas
capacidades manuales, que es más ahorrativa y que es más cuidadosa respecto a
las cosas y su valor. Una serie de consecuencias humanas se siguen de lo que
aparenta ser una mera decisión técnica. La pregunta no es entonces solo qué
economía queremos tener, sino qué tipo de carácter queremos forjar, qué tipo de
ciudadanos y seres humanos queremos promover.
-Esto recuerda bastante las reflexiones de Ernst Friedrich
Schumacher respecto a la importancia de las tecnologías intermedias para el
desarrollo humano…
Así es, y otro libro que no podemos dejar de mencionar aquí es “Shop Class as Soulcraft”, de Matthew Crawford (2010),
donde él destaca el declive de las clases de educación técnico-manual en el
sistema educativo estadounidense, advirtiendo que se estaba expulsando
sistemáticamente de la experiencia escolar el aprendizaje relativo a trabajar con
cosas, con lo material. Y que esto parecía casi una especie de herejía
gnóstica, como si ser moderno significara no interactuar con las cosas, ni
entender su funcionamiento. El impacto de esto no solo daña la valoración de
los oficios, sino que también nos convierte a todos en personas más ignorantes.
Somos especialistas en cierta técnica, pero ya no sabemos ni entendemos lo que
estamos haciendo. Todo esto vuelve al viejo argumento marxista respecto a la
alienación del trabajo, y nos muestra que las decisiones económicas nunca están
realmente divorciadas de decisiones fundamentales respecto al carácter de la
sociedad y de las personas que la componen.
-¿Cuál es su opinión respecto a los valores y la antropología
implícita en las ideas económicas de Milton Friedman? ¿Cómo cree usted que han
afectado a los Estados Unidos? Asumiendo que ustedes están unos 20 años por
delante de Chile en términos de las consecuencias de aplicar estas
concepciones.
Friedman es el representante de una escuela de economía que asume ciertas
verdades específicas sobre la naturaleza humana. En particular, que los seres
humanos somos creaturas autónomas que tenemos ciertas preferencias dadas, y que
esas preferencias, expresadas y coordinadas por una economía de mercado, llevan
a una optimización en la asignación de los recursos, y a la prosperidad general
de la sociedad. En la base de esta visión hay un individuo auto-interesado
maximizador de la utilidad. Esa es su visión antropológica. Y una de las cosas
que más me llaman la atención de los estudios en el campo de la economía, es
que han mostrado que esta visión de la naturaleza humana no es algo dado, sino
algo creado, construido, entre otras cosas, por la teoría económica y por una
economía organizada de acuerdo a este supuesto antropológico. En otras
palabras, el homo economicus no es algo dado, sino algo construido. Este hecho
es muy importante, ya que Friedman sostenía que su orden económico era el que
mejor se ajustaba a la naturaleza humana. Pero qué ocurre si, en vez de eso, en
realidad se trata de un orden que demanda la creación de seres humanos más
egoístas, aislados y menos sociables y comunitarios.
-Eso tendría bastante sentido para el caso chileno, donde, de
hecho, la consolidación de una sociedad de mercado tal y como la conocemos hoy
tomó 17 años de dictadura.
En cierto sentido se puede decir que lo que llamamos libre mercado, al
contrario de lo que piensan muchos economistas libertarios, siempre ha sido el
resultado de una fuerza política. Fuerza que puede tratarse abiertamente de una
dictadura, o de un modelo como el de la Unión Europea, que busca medios más
elegantes para eludir el escrutinio popular y así hacer avanzar este tipo de
políticas. El análisis de este fenómeno fue realizado hace muchos años por Karl
Polanyi en su libro “La gran transformación”, donde plantea que lo que nosotros
entendemos como el mercado moderno es en realidad el producto de una imposición
política sistemática de una clase social sobre otra. La frase más famosa y
memorable de ese libro es “el libre mercado fue planificado”. Friedman, en
cambio, asume la existencia del “homo economicus” como algo natural, y no como
un producto de mecanismos políticos. Y uno de los debates que vale la pena
tener hoy es si su visión del ser humano es razonable o no. Si es eso lo que
somos, o no, en tanto seres humanos, y las consecuencias de aceptar esa visión.
-¿Qué le dice esto al futuro de Chile?
Asumiendo que Estados Unidos puede dar pistas al respecto, podemos decir que el
sistema económico que fue pensado por economistas como Friedman no está
funcionando. Muchas personas sienten que no están viviendo bien bajo él. Y el
argumento de quienes les dicen que sí están bien, porque tienen acceso a muchas
cosas, es cada vez menos persuasivo. No convence a quienes no pueden formar una
familia ni tener expectativas razonables respecto al futuro de sus hijos. No
convence que te digan que deberías darte por satisfecho simplemente por tener
otra televisión pantalla plana o un nuevo modelo de celular.