Entrevista publicada el 02.06.19 en El Mercurio.

El académico de la Universidad de Notre Dame, considerado como uno de los más importantes teóricos del mundo postliberal, explica que “el liberalismo contenía la semilla de su propia destrucción” y elabora que el citado sistema condujo a una crisis de la política, la cultura y el medio ambiente. Además, dice que esa corriente tiene una relación “tensa” con la democracia.

“No estoy de acuerdo con la mayoría de las conclusiones del autor, pero el libro ofrece ideas convincentes sobre la pérdida de sentido y de comunidad que muchos sienten en Occidente”. Esas fueron algunas de las palabras que Barack Obama, expresidente de Estados Unidos, dedicó a Patrick Deneen y su libro “Why Liberalism Failed” (Yale, 2018).

Deneen es profesor de la Universidad de Notre Dame y su libro, traducido al español como “¿Por qué ha fracasado el liberalismo?”, ha sido ampliamente difundido en el mundo político y académico.

Deneen estuvo en Chile durante la primera semana de junio, invitado por el Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) e IdeaPaís. Su agenda contempló diversas actividades, entre las que destacan la presentación de su libro en la Universidad Católica, y una nueva versión de “Diálogos en La Moneda”, junto al ministro Gonzalo Blumel.

Se trata te un intelectual difícil de clasificar conforma a los cánones tradicionales, pero puede decirse que Deneen hoy lidera la apuesta por pensar un mundo político posliberal.

Desde París, donde se encontraba antes de emprender su viaje a Chile, conversó con “El Mercurio”. Comienza reconociendo que nunca imaginó las reacciones y el impacto que tendría su libro, el que escribió luego de más de una década de reflexión y sin el “ánimo deliberado de proporcionar con él una explicación de momento político contemporáneo.

–En la actualidad hay mucha discusión sobre populismo, la crisis de la democracia y el agotamiento de las economías libres alrededor del mundo. ¿Cuál fue su mayor preocupación al escribir sobre el fracaso del liberalismo?

–Mi preocupación central es que el liberalismo contenía la semilla de su propia destrucción. Sus principales compromisos con la liberación del individuo respecto de otras personas y respecto del mundo natural, han conducido a una crisis de la política y la cultura, por una parte, y a una crisis ambiental, por otra. Dentro del marco del liberalismo, la creencia es que, si podemos fortalecer los compromisos liberales, seremos capaces de mantener a raya las amenazas que parecen venir desde afuera del liberalismo. Sin embargo, pienso que esas amenazas son resultado del propio éxito del liberalismo.

–Usted señala en su libro que el mercado y el Estado modernos operan según una misma lógica. ¿Puede explicar esto? En Chile tendemos a pensarlos más bien como alternativas opuestas.

Frente a la relativa preferencia por el Estado o por el mercado como aquella esfera que sirve mejor al bien público, el liberalismo está internamente dividido entre izquierda y derecha. Pero si bien esta división es importante, ambas posiciones están informadas por la creencia liberal en que las relaciones humanas deberían ser idealmente “despersonalizadas” para minimizar cualquier dependencia personal. La esencia del liberalismo es nuestra liberación de otras personas, de lealtades y compromisos que pudiesen limitar nuestra libertad personal. Aunque haya una constante oscilación entre el ascenso del mercado o del Estado, ambos hacen avanzar un ser humano liberal cada vez más disociado: mientras actúan en conjunto para liberarnos, fortalecen los dominios tanto del Estado como del individuo.

–Usted sostiene que el liberalismo lleva a una especie de “anticultura”, es decir, a un mundo de individuos carentes de un tiempo o espacio específicos. Esto erosionaría la legítima diversidad de culturas que encontramos en nuestro mundo. ¿Puede explicar esta crítica?

–Los primeros liberales se enfocaron principalmente en limitar el poder arbitrario del Estado, argumentando que este se creó por medio del consentimiento mutuo únicamente para asegurar los derechos de los individuos. Sin embargo, una segunda generación de pensadores liberales comprendió que esa libertad sería, en el mejor de los casos, teórica, si los humanos no eran liberados de las culturas constitutivas que formaban y estructuraban los sistemas de creencias de las personas sin su elección o consentimiento previo.

“Esta última generación de liberales –especialmente alguien como John Stuart Mill– argumenta que la verdadera libertad solo podría ser alcanzada cuando las personas fueran liberadas del ‘despotismo de la costumbre’”.

“Así, el liberalismo viene a insistir en que podemos volvernos ‘multiculturalistas’. No es solo que vivimos en un mundo con muchas culturas, sino que cada uno de nosotros puede adoptar una visión donde todas las culturas son iguales y legítimas, y por consiguiente, ninguna posee efectiva autoridad. Esta condición resultante es la ‘anticultura’: un mundo crecientemente homogeneizado donde no hay una cultura propiamente tal, sino únicamente una creencia liberal en que los elementos culturales se han convertido en una mercancía (como una variedad de restaurantes, modas, etc.). El liberalismo se convierte así en monolítico y homogéneo, e irónicamente se convierte en un proyecto imperial que elimina la diversidad cultural y la diferencia genuina”.

–El liberalismo, entonces, resultaría incapaz de crear o sostener los bienes e instituciones de los cuales depende. ¿Dónde se puede observar este fenómeno con mayor claridad?

–Una de las principales formas en que uno puede ver esta erosión es en la pérdida de cualquier comprensión real de la idea de un bien común; de que la condición de ciudadano no conlleva un grado de sacrificio no solo por los conciudadanos, sino también por las futuras generaciones. Una sociedad ordenada en la creencia de que la sola libertad individual es la esencia de una buena vida será un orden formado alrededor de la realización del individuo, será un dominio que no podrá hablar de bienes públicos, sino solo de proyectos privados; y probablemente socavará la capacidad de las personas de garantizar una herencia para las generaciones futuras.

–Se ha dicho que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. ¿No pasa lo mismo con el liberalismo? Pensamos en correcciones específicas, pero nuestra imaginación política no parece concebir un orden no liberal.

–Sí, creo que eso es cierto, cuesta imaginarlo dentro del marco del liberalismo. Mi libro comienza con una cita de Bárbara Tuchman sobre la repentina pérdida de legitimidad de lo que parecía ser un eterno y único orden de organización política y social humana, el orden medieval y aristocrático. No me sorprende cuando presenciamos un creciente escepticismo sobre la legitimidad liberal. Nunca he visto tanta discusión e interés sobre los esquemas de un orden posliberal.

–Pero usted también reconoce explícitamente muchas virtudes de la tradición liberal. ¿Cómo se conecta este reconocimiento con el tono predominantemente crítico que encontramos en su libro?

–El liberalismo apela a ciertos anhelos humanos perennes: la libertad, la autodeterminación, la dignidad, la limitación de la tiranía como principal objetivo de la vida política. Pero, a medida que continuamos en el experimento del orden liberal, un experimento que solo tiene unos pocos siglos –un plazo muy corto para cualquier orden político–, estos objetivos parecen estar cada vez más debilitados por el mismo liberalismo. La libertad y la autodeterminación parecen ser cada vez más terreno de una élite privilegiada que, a la vez actúa de modo crecientemente tiránico en protección de su estatus y posición. Sostengo que no deberíamos imaginar formas de “retroceder” a un tiempo previo al liberalismo, sino que avanzar a un tiempo posterior al liberalismo. Eso se hace entendiendo lo que inicialmente era atractivo en su visión y, al mismo tiempo, comprendiendo lo que finalmente debilita su imperfecta visión de la persona humana como un ser radicalmente autónomo, un individuo radicalmente autocreador de sí mismo.

–¿Qué opina sobre la relación entre democracia y liberalismo? ¿La crisis de uno implica necesariamente la crisis del otro?

–El liberalismo tiene una relación tensa con la democracia. Por un lado, el liberalismo es una filosofía que considera la democracia como una norma política esencial, pero esto solo en la medida en que la democracia refleje un consentimiento preliminar afín al liberalismo mismo. Cuando la democracia puede contradecirse o apartarse del liberalismo, ya no es considerada legítima. Dentro de otras cosas, el liberalismo tiene como preocupación central la protección de los derechos de las minorías, por lo que la democracia debe estar siempre obligada a ser liberal.

“No obstante, en la medida en que el liberalismo ha establecido una ‘nueva aristocracia’ –la de los meritocráticos–, esto lleva a un creciente descontento democrático. En ese caso, el esfuerzo mismo por ‘contener’ la democracia resultará en la frustración y en el inevitable estallido de una energía democrática expresada contra una élite liberal. Hoy en día parece poco probable que esas energías sean fácilmente contenidas”.

–Su libro ha sido objeto de mucha discusión, pero usted no está solo: su trabajo es parte de un mundo intelectual más amplio que ha revivido la crítica al liberalismo. ¿Cómo ha madurado esta crítica en las últimas décadas, y cómo se relaciona ella con el momento político global? ¿ Tiene responsabilidad esa crítica en el aumento del populismo y de movimientos nacionalistas como los que dominan en Italia, Hungría o Brasil?

–No considero que mi libro u otros libros como el mío haya precipitado la crisis de la democracia liberal. Más bien, el libro describe cómo esa crisis era inevitable e ineludible debido a las dinámicas que surgen del mismo liberalismo. Creo que es más preciso decir que mi libro fue publicado en un momento en el cual muchos lectores estaban interesados en una respuesta a la pregunta “¿por qué fracasó el liberalismo?”. El auge de los movimientos populistas y nacionalistas obedece a un esfuerzo por corregir el liberalismo, y lo que me preocupa particularmente es que la mayoría de las respuestas a estos movimientos políticos ha sido simplemente descartar la fuente de sus preocupaciones y ansiedades, a menudo en los términos más condescendientes, atribuyéndolos a diversas formas de intolerancia. Si bien esas motivaciones están indudablemente presentes, en varios grados y en diversos actores, creo que es más importante para los liberales considerar cómo han sido cómplices en el fomento de las condiciones que dieron lugar a estas reacciones políticas. Veo muy poca evidencia de tal reflexión y cautela.