Columna publicada el 25.06.19 en El Líbero.

Una serie de entrevistas recientes al economista Óscar Landerretche dan varias claves para entender el momento político actual. Se trata de una figura interesante, que ha demostrado una vocación explícita por vincular el debate político con discusiones del mundo académico. En una entrevista en el Diario Financieroel economista argumenta que el modelo de desarrollo en Chile “se venció” y que es necesario “evolucionar no para destruir lo anterior, sino para hacer algo nuevo sobre la base de lo anterior”La salida que propone consiste en un robusto pacto público-privado, de modo de tejer alianzas entre los “sectores empresariales, el Estado, los sindicatos, las comunidades”, definiendo una visión estratégica en áreas claves como la energía o el turismo. Así, Landerretche ayuda a perfilar el tipo de socialdemocracia que ha trabajado en varios de sus libros y que permitirían cambiar aspectos significativos del neoliberalismo imperante.

Como reconoce el economista, dicho camino tiene múltiples dificultadesPor un lado, las élites tradicionales suelen ser reticentes a una mayor participación del Estado. La mayoría de la élite sobredimensiona las ventajas de las instituciones vigentes y pierde de vista sus problemas (entre otras razones, argumenta, porque ella misma ha sido ganadora en este proceso). Además, dada su trayectoria ideológica, esa élite tiende a ver socialismo en procesos de este tipo. Esto se refleja en política, dado que esa élite está desproporcionadamente representada en la derecha, y así se hace difícil impulsar cambios desde este sector político.

Por otro lado, la izquierda estaría atravesada por el terror visceral a pactar con los empresarios, argumenta el economista. Se trata del miedo a convertirse en una izquierda tecnocrática y domesticada que renuncie a las transformaciones reales; una izquierda que se conforme con administrar el “modelo”. El miedo a ceder al “neoliberalismo con rostro humano” de la Concertación hace inviable que la izquierda se involucre en un nuevo pacto como el que propone Landerretche.

Existe una tercera dificultad que el economista no menciona, pero merece incluirse en el análisis. Pues, si según su diagnóstico, la “abrumadora mayoría” de los chilenos busca opciones intermedias, que concilien crecimiento económico con redistribución e igualdad, esa misma población da muchas señales contradictorias. Pensemos en dos casos recientes. Según la encuesta Criteria de mayo, alrededor del 70% de los chilenos rechaza que las AFP participen en la administración del 4% adicional de ahorro previsional, pero cerca del 50% rechaza que esos montos vayan (incluso parcialmente) a un fondo común (sólo el 20% prefiere que se destinen exclusivamente a ese fondo). ¿Qué hacer cuando el rechazo a las AFP tampoco significa apoyo a mayor reparto? Asimismo, la última medición de la encuesta CEP muestra que el 55% prefiere una sociedad “más desigual donde todos ganamos más” (en oposición a un 34% para una sociedad “más igualitaria donde todos ganamos menos”) y el 63% prefiere una sociedad “más desigual donde es posible surgir con esfuerzo” (en oposición a un 28% para una sociedad “más igualitaria donde es difícil surgir con esfuerzo”).

Estos antecedentes, y trabajos como los informes de Desarrollo Humano del PNUD, sugieren un escenario ambiguo: valoramos la igualdad, pero no lo suficiente como para asumir nosotros los costos de la redistribución. El margen que tienen los políticos para proponer alternativas es, así, muy estrecho. A la vez que eso evidencia una baja correlación entre los términos de la política formal y las preferencias que declara la mayoría de la población, nos ayuda a descubrir dónde deben buscarse nuevas soluciones.

El desafío para la izquierda de Landerretche es aprender a hablarle a una ciudadanía profundamente desconfiada, cuyo ethos individualista y meritocrático no le dará el voto de confianza a los políticos, pero al mismo tiempo desea transformaciones significativas. Su desconfianza hacia la política formal es su rechazo, a fin de cuentas, del privilegio y la herencia, de todo aquello que se opone al esfuerzo individual. Es una población para la que, por así decir, la política tiene la carga de la prueba; al mismo tiempo que reconoce problemas que sólo podemos abordar políticamente.

Tenemos buenas razones, entonces, para tomarnos en serio el diagnóstico de Landerretche. Es un rumbo difícil, pero que bien vale la pena intentar. Ninguna de las grandes coaliciones ha demostrado interés en hacerlo.