Columna publicada el 06-04.19 en The Clinic.

Una familia judía dividida por la ascensión de un presidente simpatizante con el nazismo; un académico universitario acusado injustamente de decir comentarios racistas a unos estudiantes negros; un solterón judío que se psicoanaliza en torno a sus culpas y traumas; un padre de familia ejemplar cuya vida es arruinada por una hija terrorista… Decenas de ficciones que exploran las profundidades del alma humana, las tensiones de los grupos familiares y los anhelos y frustraciones de una nación. La obra del novelista estadounidense Philip Roth conjuga la intensidad de las preguntas centrales de la condición humana con una experimentación formal siempre en movimiento. Al mismo tiempo, su gran talento narrativo lo hizo poseedor de una amplísima audiencia que lo convirtió en uno de los novelistas más leídos alrededor del mundo. A un año de su muerte, se puede augurar que su análisis de la sociedad contemporánea está lejos de perder actualidad.

Nacido en 1933 en Newark, su obra está marcada por diversas señas de identidad. Las más visibles: el judaísmo y su pertenencia a la élite cultural cosmopolita de la costa este de Estados Unidos. Sin embargo, esas señas no limitan su interés; por el contrario, su narrativa está trabajada con la universalidad de toda obra bien lograda: sus conflictos y tramas son las de padres, hijos, hermanos, novios, profesores o soldados sin adjetivos, más que de padres, hijos, hermanos, novios, profesores o soldados judíos o neoyorkinos. Su vida giró en torno a la invención de ficciones que, a ratos por medio de la irreverencia y de la iconoclasia, a veces echando mano al drama y la tragedia, pudieran mostrar las tensiones vitales de sus personajes siempre (y a veces demasiado) humanos.

Su primer libro, Goodbye, Columbus, publicado en 1959, generó una batalla campal alrededor de Roth, quien fue acusado de antisemitismo por el modo en que representaba un mundo judío demasiado cerrado sobre sí mismo. Una década después, el apabullante éxito de su novela El mal de Portnoy (doscientos diez mil ejemplares vendidos durante las primeras diez semanas en librerías) generó todavía más indignación en el mundo judío. El relato en primera persona de Alexander Portnoy, un solterón con problemas sexuales y una asfixiante relación con sus padres, hizo que la fama de Roth estuviera más ligada al intento por transgredir e indignar que por construir ficciones sólidas y profundas. A su vez, las acusaciones de misoginia que sumaba con cada nueva novela hacían de Philip Roth un personaje cada vez más incómodo para un ambiente crecientemente comprometido con las causas feministas e identitarias.

A pesar de todas las polémicas —Roth no mantenía el silencio ante las críticas que despertaba su obra—, el escritor siguió su trabajo con una constancia admirable. Durante los años ochenta y noventa publicó algunas de las novelas en lengua inglesa más importantes del fin de siglo, y a las obras capitales que publicó durante esos años, les siguieron los premios y reconocimientos a lo largo y ancho del mundo.

La pregunta por el “sueño americano” es quizás una de las más constantes y sugerentes a lo largo de su narrativa. Sin embargo, Roth no es un sociólogo que teorice y de interpretaciones abstractas: el pulso de la sociedad estadounidense es descrito desde la carne y hueso de sus personajes. Es el Sueco Levov el que ve cómo su familia, su matrimonio y su ciudad van poco a poco destruyéndose, sin importar lo que él pueda hacer por salvarlos; o es el niño Philip, un pequeño judío de Newark, quien experimenta las ambivalencias de ser minoría cultural en un Estados Unidos polarizado y tenso.

Un factor fundamental de su trayectoria fue la audacia y lucidez con que observó la sociedad norteamericana. Quizás la cumbre de ese esfuerzo fue la publicación, el año 2000, de La mancha humana. A raíz del escándalo de Bill Clinton y Monica Lewinsky, Roth despotrica contra el puritanismo y el cinismo imperantes en Estados Unidos, y lo hace de la mano de Coleman Silk, un exitoso profesor universitario que termina siendo víctima de la persecución de la corrección política. La sagacidad con que el novelista identifica tensiones fundamentales de una sociedad y se atreve a criticar a todo el stablishment cultural e intelectual, hacen de esa obra una novela crecientemente relevante.

Hacia el final de su vida, ya sin un afán totalizador, Roth explora otro tipo de constantes vitales: la muerte y la enfermedad son las protagonistas de Némesis o Elegía, novelas más centradas en el ocaso de una trayectoria vital. A pesar de ese nuevo enfoque, el novelista siguió embarcado en lo de siempre: hacer de la ficción el vehículo privilegiado para comprender su sociedad. Philip Roth será, con toda probabilidad, uno de esos autores que seguiremos leyendo por mucho tiempo, tanto por su enorme talento creativo y sus relatos siempre emocionantes. Pero, sobre todo, por su constante despliegue de una capacidad crítica aguda y profunda, que hace bien recordar en estos tiempos.