Columna publicada el 07.05.19 en La Tercera PM.

Esta semana estará en Chile el politólogo Francis Fukuyama, y sería difícil escoger un momento más apropiado. El autor de una de las tesis más polémicas sobre el liberalismo del siglo XX lleva un tiempo comentando el momento “iliberal”, como se ha llamado al auge de los movimientos antiglobalistas, y cabe esperar que diga algo al respecto durante su visita.

Su famosa y controvertida tesis del “fin de la historia” postulaba nada menos que el conflicto por el reconocimiento –para Fukuyama, el motor de la historia humana– alcanzó su culmen con el régimen liberal-democrático occidental. Los grandes procesos históricos se producirían por el deseo de cada persona de ser reconocida en su dignidad y agencia moral, que bajo el régimen liberal habría alcanzado su forma institucional más acabada o completa.

Muchos críticos argumentan que esa tesis fue desmentida por nuestra historia reciente: el desencanto con los estilos de vida cosmopolitas y emancipatorios, unido a la alta desigualdad, demostrarían que el deseo de reconocimiento puede conducir a las “democracias iliberales”. La tensión entre particularismo y universalismo no habría sido resuelta de forma definitiva, poniendo en jaque lo que originalmente planteó el autor.

Aunque Fukuyama ha dado algunas señales de distanciarse de su tesis original, en su último libro (Identidad, 2018) la defiende. Aquí apunta a la “política del resentimiento” de los grupos excluidos del desarrollo económico y social y al énfasis creciente de la izquierda en los discursos identitarios, que habrían pavimentado el camino de la derecha autoritaria y populista. Si la desigualdad lesiona nuestra imagen de nosotros mismos, haciéndonos sentir que recibimos menos de lo que nos corresponde por pertenecer a una comunidad, la política identitaria de izquierda, como decía Lilla, no sólo despierta pasiones semejantes en la derecha. También es incapaz de articular un discurso común para quienes se consideran víctimas del desarrollo, que optan por otros liderazgos.

Nos persuada o no, Fukuyama se distingue por su capacidad de mediar entre discusiones de alta complejidad y los debates públicos contemporáneos. Su tesis del fin de la historia capturó el espíritu de triunfo de fines del siglo XX tras el colapso de la Unión Soviética, y su distanciamiento del mundo neoconservador después de la invasión de Irak anticipó la desconfianza en la política exterior norteamericana. Aunque a veces pueda ser un narrador vago y tedioso, se trata de un observador atento a los cambios institucionales de los últimos 40 años, ansioso por entender qué nos dice eso acerca del desarrollo, el liberalismo y la democracia. No es poco.