Columna publicada el 28.05.19 en El Líbero.

¿Cómo salir de la crisis institucional en la que pareciéramos estar inmersos? ¿Cómo frenar los abusos y la corrupción? Estas preguntas, que ya se han transformado en tópico de conversación diaria, suelen encontrar una única respuesta: mejorar el diseño y crear mecanismos que prevengan futuros abusos.

Toda crisis es también una oportunidad y, como es de prever que nuestra discusión pública se centrará en esto por cierto tiempo, haríamos bien en tener presentes los límites de este tipo de soluciones. Pues no hay que perder de vista que ni el más perfecto diseño institucional es capaz de reemplazar la mesura, restricción y prudencia de quienes ejercen una función pública.

Hay un común denominador que subyace a las instituciones en crisis. Quienes forman parte de la Iglesia Católica, el Ejército, los Carabineros, la Corte de Apelaciones de Rancagua, y ahora el Instituto Nacional de Estadísticas cumplen funciones que demandan un alto nivel de exigencia personal. Ser juez, sacerdote o militar implica una disciplina y renuncia que muchos de nosotros, simples civiles, no estaríamos dispuestos a aceptar de lunes a viernes, menos de lunes a domingo. Personas sin carácter siempre han existido y sería ingenuo negar que el error o la debilidad es consustancial a la naturaleza humana. Sin embargo, que estos abusos se encuentren tan extendidos amerita preguntarse si como sociedad estamos siendo capaces de generar personalidades dignas de ejercer funciones tan exigentes.

La pregunta es análoga a la que han formulado algunos sobre la reconstrucción de la Catedral de Notre Dame. ¿Somos realmente capaces de construir una catedral? ¿En el sentido profundo que implica construir? Pues una catedral no es solamente una obra material, es fundamentalmente espiritual. Y espiritual en un sentido amplio, no exclusivamente “religioso”: lo que suele llamarse la más alta capacidad de la persona. La construcción de una catedral es, desde luego, establecer un diálogo con un creador, pero también un ejemplo del ejercicio de mucho carácter. Se requiere, al menos, renuncia, sudor, (mucha) paciencia, interés por lo inútil, preocupación por el detalle y la belleza.

¿Tenemos hoy ese tipo de cualidades? ¿Nos interesa cultivarlas? ¿Somos un pueblo capaz o que le interese mayoritariamente construir una catedral? Si es cierto, como se dice, que la arquitectura y la fisonomía de las ciudades reflejan el carácter de quienes las habitan, la analogía con quienes ejercen funciones públicas adquiere colores más vivos. Producir personalidades aptas para ejercer las funciones que les exigimos, y de la manera que se las exigimos, no es demasiado diferente a producir personalidades dispuestas e interesadas en construir una catedral.

Nada de esto supone afirmar que hoy no contemos con personas excelentes, muchas de las cuales hacen su trabajo en silencio y fuera de las luces. Tampoco se trata de creer que en épocas anteriores las cosas hayan sido necesariamente mejores. Probablemente, tienen mucha razón quienes sostienen que, como ahora hay mayor transparencia, lo que antes se hacía en secreto hoy lo podemos conocer. Pero no estaría mal preguntarnos también si no hay causas más profundas y, por supuesto, mucho más incómodas de enfrentar.