Columna publicada el 04.05.19 en La Tercera.
El 7 de mayo de 1995, cuando yo tenía 9 años, murió una amiga mía en la llamada “tragedia del estero Minte” de Puerto Varas. Ella y 26 personas más, incluyendo toda su familia directa. La razón del accidente fue la falta de mantenimiento de un canal de desagüe por donde pasaba un pequeño estero para alcanzar el lago Llanquihue. Este canal se obstruyó con ramas, barro y piedras, las intensas lluvias de mayo convirtieron el estero en río, y el río socavó el camino, que terminó por colapsar. En medio de la oscuridad, los autos fueron cayendo uno a uno dentro de la mortal zanja. El último fue un camión con madera, que apagó los gritos de quienes habían sobrevivido.
Prepararse mal para fenómenos meteorológicos extremos puede tener consecuencias mortales. Y son justamente este tipo de fenómenos los que el calentamiento global está volviendo cada vez más frecuentes. El último informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas calculó que tenemos hasta el 2030 para tratar de acotar la elevación de la temperatura mundial a 1,5 °C, evitando las consecuencias catastróficas que representaría una modificación de 2 °C. Sin embargo, los sistemas políticos están diseñados para lidiar con fenómenos políticos y de escala nacional, por lo que resulta improbable que logren reaccionar a una amenaza climática global con la intensidad necesaria, hasta que sea demasiado tarde. Además, cualquier medida que afecte el crecimiento económico, en países donde la paz social depende de él, será evitada a casi cualquier costo. El antropólogo Marcelo Arnold ya advertía en 2003, en su artículo “Autoproducción de la amenaza ambiental en la sociedad contemporánea”, respecto a la escasa capacidad de la sociedad global funcionalmente diferenciada para lidiar con este tipo de amenazas. Y, lamentablemente, la situación actual confirma sus planteamientos.
Lo raro es que, frente a este poco auspicioso escenario, seguimos actuando como si lo más probable es que el problema fuera a resolverse solo. Esto, a pesar de que todos los informes disponibles señalan a nuestro país como uno de los más vulnerables ante las transformaciones climáticas. El desierto avanza desde el norte, los incendios forestales se multiplican y buena parte de nuestra población habita zonas costeras de baja altura, frente a un mar que subirá. Eso, sin mencionar que nuestras principales actividades económicas dependen fuertemente del agua, que se volverá un bien muy escaso en la mayor parte del país. Basta revisar las noticias que involucran fenómenos ambientales de los últimos años y unir los puntos para notar lo que está ocurriendo.
Chile enfrenta un peligro real. Y tenemos ramas, barro y piedras bloqueando todos los caminos de salida. Nuestro sistema político está siendo consumido por la farándula, la corrupción campea en todas las instituciones, y nuestro nivel de cohesión social está por los suelos. Nadie está en condiciones de pedir sacrificios por la patria, y nadie parece tampoco estar dispuesto a hacerlos. Vivimos en el reino del corto plazo y el “sálvese quien pueda”. ¿Cómo nos organizaremos, entonces, para prevenir y resistir los males que vendrán?