El lado complejo de la historia
Columna publicada el 30.03.19 en La Tercera.
La izquierda progresista es una ensalada de causas. El pirquineo de minorías fue su forma de sobrevivir luego de la caída del muro de Berlín. La ilusión de que la planificación central podía vencer al capitalismo de mercado en la cancha del desarrollo material colapsó, y eso exigió diversificar el portafolio. Nació así la izquierda identitaria, movida por un relato en el cual todos los avances de todas las minorías de la historia, constituían su propia historia. La historia del lado correcto de la historia. El Estado ya no sería el dueño de los medios de producción, sino un dispensador de derechos sociales y reconocimientos varios, todo en clave individualista ¿El problema? Una total incapacidad para estructurar prioridades entre las causas recolectadas.
El truco funcionó bien durante un tiempo. Una de sus ventajas es que muchos de estos “actos de reconocimiento” son en apariencia gratuitos: simples cambios legales. Sin embargo, los cambios sociales producto de la modernización capitalista empezaron a generar presión en todas las áreas fundamentales: previsión, salud, educación, transporte, trabajo y vivienda. La nueva clase media efectivamente es más liberal en lo “valórico”, pero los actos de reconocimiento no resuelven sus urgencias materiales. Y la izquierda, que parecía llamada a conducir las transformaciones sociales necesarias, no sabía por dónde comenzar.
No es raro, entonces, que comenzaran por lo menos urgente: la gratuidad universitaria. Universidad gratis en un país donde la mayoría sale del colegio sin entender lo que lee ni manejar aritmética básica, donde todavía muere gente esperando en los consultorios y donde muchos ancianos viven a punta de pan y té. ¿Por qué? Por tratar de pirquinear, vía adulación, a los estudiantes, que justamente en razón de su relativo privilegio es que tienen tiempo para vivir movilizados. Ya que no hay una jerarquía de motivos, el que grita más fuerte gana.
No es raro, tampoco, que como reacción a esta izquierda crezca una derecha “trumpista” o “bolsonarista” de la mano de José Antonio Kast. La receta que explotan estos líderes es golpear al progresismo en todos y cada uno de sus frentes, apelando a las necesidades de la mayoría y aprovechando que, como no hay una escala de prioridades, el escándalo progresista será el máximo luego de cada golpe. Si todo es igualmente escandaloso, nada lo es. Bolsonaro puede talar el Amazonas entero, pero eso es igual de terrible a que haga un comentario contra los transexuales. La crítica, entonces, se vuelve irrelevante.
La izquierda, para tratar de esquivar el problema de construir una prelación de causas, busca combatir a estos líderes aplicando una “reductio ad hitlerum”: los declaran, de plano, deplorables. Pero eso, nuevamente, sólo los fortalece, pues el rechazo parece mezquino. El mero desdén de una elite “progre” desconectada de la realidad que ningunea las urgencias populares. ¿Qué opción le queda a la izquierda, entonces? Tener la conversación que tanto ha evitado y explicarles a las minorías recolectadas que todas son iguales, pero que las circunstancias siempre exigen que algunas sean más iguales que otras. Gobernar, se quiera o no, es priorizar.