Columna publicada el 23.04.19 en La Segunda.

El apoyo DC a la idea de legislar la modernización tributaria fue leído como una vuelta al sello propio de esta tienda; un indicio de que todavía puede jugar un papel distintivo y gravitante en nuestra vida pública. Pero si el entusiasmo ya tenía poco sustento –tal apoyo fue seguido de recriminaciones de varios camaradas–, Ignacio Walker se encargó de confirmar lo improbable que es el retorno al ADN falangista. En una entrevista reciente, el expresidente del partido, y miembro de la comisión que prepara su próximo congreso ideológico, afirmó que “tal vez llegó la hora de cambiarnos de nombre a Partido Democrático de Centro”.

El planteamiento, en abstracto, es consistente con tomarse en serio las consecuencias políticas de la antropología cristiana y, en lo inmediato, con una autocrítica de la trayectoria DC de los últimos años. Ella incluye no sólo la fuga de numerosos militantes históricos, sino también la complicidad pasiva con una coalición que confundió sistemáticamente lo público con lo estatal, y haber inclinado la balanza en favor de una ley que garantiza como prestación médica exigible al menos dos hipótesis de aborto directo (borrando con el codo lo escrito por el anterior congreso ideológico del partido). Si la práctica política democristiana desconoce dicha antropología en forma reiterada y en temas fundamentales, ¿por qué mantener su referencia en el nombre, cual publicidad engañosa?

Pero los dardos de Walker apuntan hacia otro lugar. No se trata de reivindicar el sello fundacional, sino más bien de que “el espacio de la DC es cada vez más reducido”, por lo que urge fundirse con “otras miradas políticas y culturales”, “un centro donde converjan el socialcristianismo, la socialdemocracia y el social liberalismo”. Además del dudoso éxito electoral de esta apuesta (¿qué pasó con Amplitud, dónde está Ciudadanos?), la pregunta inevitable es cuánto margen quedaría ahí para una inspiración cristiana digna de ese nombre. ¿Acaso ella se reduce a un mero gradualismo sin contenido propio? ¿Qué dirían los jóvenes que abandonaron el Partido Conservador con épica y convicción? El contraste con el Frei Montalva que prefería “un partido chico con ideas grandes” a “un partido grande con ideas chicas” es elocuente. A fin de cuentas, el proyecto de Walker pareciera ser la abdicación definitiva de aquellos principios que, mejor o peor comprendidos y aplicados según el caso, marcaron a fuego los hitos más destacados de la Falange.

En un artículo sobre el auge de los populismos, Pierre Manent acuñó la expresión “fanatismo del centro” para describir la desorientación de ciertas elites cosmopolitas empecinadas por estar “del lado correcto de la historia”. Cuánta similitud con la escena política nacional.