Columna publicada el 21.03.19 en The Clinic.

En un tono indudablemente polémico, José Antonio Kast ha propuesto una especie de toque de queda juvenil, con el objetivo de “derrotar la delincuencia”. Para Kast, si esta medida es una de las “herramientas jurídicas y policiales” que contribuyen a ello, bienvenida sea, porque conlleva proteger a esos mismos niños de la delincuencia y el narcotráfico. ¿Qué más pueden hacer esos jóvenes en la calle a las 3 de la mañana salvo robar o drogarse?, se pregunta.

Ahora bien, para entender a José Antonio Kast no hay que tomarse literalmente todas sus frases. Uno podría pensar que su propuesta tiene un indudable elemento estratégico: “tirarse con el tejo pasado” para conseguir más atribuciones para Carabineros, como las reformas al control de identidad, con el doble objetivo de prestarle ropa al gobierno y adjudicarse el resultado como un triunfo propio. En el fondo, no le interesa tanto el toque de queda mismo como rayar la cancha en sus propios términos. Pero el elemento estratégico no es lo único, precisamente porque la retórica nunca es sólo retórica (y Kast lo sabe).

El exdiputado UDI ha basado su discurso en acusar una desconexión más o menos estructural entre la clase política y la ciudadanía, particularmente (aunque no exclusivamente) cuando se trata de la izquierda. En esa línea tenemos que leerlo: el llamado a “despolitizar la política”, la denuncia de la llamada “ideología de género”, y ciertamente la falta de “mano dura” con los delincuentes. A estos casos subyace la crítica de demandas abstractas, a su juicio alejadas de la vida de personas concretas. Si para Kast una esfera pública “politizada” debe ser desenmascarada como ideológica, la “ideología de género” le parece la imposición acrítica de una antropología del cuerpo distinta de la que en realidad cultivamos y transmitimos. En cuanto lo abstracto se revela como ideológico, piensa, podemos al fin establecer un vínculo genuino entre los políticos y la población.

En algún sentido, sin embargo, Kast es presa de sus propias premisas. El líder de Acción Republicana no parece demasiado preocupado de pensar cómo serán los hogares de los jóvenes que delinquen o compran droga de madrugada, o las demás condiciones que favorecen esas conductas. Es evidente que Kast no promete que el toque de queda juvenil sea la solución a todos los males de Chile (sería ridículo que lo hiciera), pero su mirada es tan unilateral que no considera ningún otro aspecto del tema que no sea el estrictamente represivo. No deja espacio para consideraciones sobre potenciales abusos de la policía chilena (su historial reciente dista de ser impecable) o la violencia intrafamiliar, porque ellas obligarían a preguntarse si las medidas estrictamente represivas cumplen bien sus objetivos (y tenemos motivos de sobra para poner eso en duda). En el fondo, sus categorías políticas no logran ser menos abstractas que las que les imputa a sus adversarios: a fin de cuentas, asume una capacidad extraordinaria del sistema jurídico para remover todos los males que nos molesten, y termina empantanado en la abstracción que denuncia.

Esto no quiere decir que Kast haya tocado techo. Su éxito se juega en determinar cuántas personas comparten esa percepción y qué tan dispuestas estarán a ver frustradas algunas de sus expectativas, pues su estrategia apunta indudablemente a subir la apuesta. Este escenario lo favorece en el corto plazo, porque le permite distinguirse de un contexto (salvo por Bachelet) crónicamente falto de ambición. Pero difícilmente contribuirá a construir una sociedad donde el intento por proteger a esos niños, esos que delinquen y compran droga, no sea olvidado.