Entrevista publicada el 17.03.19 en diario El Centro de Talca.

Los pobres en Chile están invisibilizados, bajo la sombra del modelo imperante. “El sistema político arriesga desprestigiarse aún más, si no es capaz de combatir frontalmente la vulnerabilidad y la exclusión”, enfatiza Ortúzar.

Con lucidez la filósofa Hannah Arendt escribió en “Sobre la Revolución” que “la maldición de la pobreza radica más en la invisibilidad que en la indigencia”. Es lo que ha pasado en Chile y lo que se analiza en “Los invisibles. Por qué la pobreza y la exclusión dejaron de ser prioridad” (IES, 2016). Temas conversó con Santiago Ortúzar -Santiago, 1991- sociólogo e investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad.

¿Qué explica que los pobres estén invisibles en la sociedad chilena?

Veo al menos tres factores. América Latina se caracteriza por una desigualdad profunda y de larga data, lo que sugiere que, en realidad, los pobres son “invisibles” para nosotros desde hace tiempo. Por terrible que suene, estamos acostumbrados a ellos. Una segunda explicación es que el desarrollo de las clases medias de los últimos años trajo consigo nuevos problemas para el sistema político. Una posición inestable y precaria exige más seguridad, y por eso se vuelve tan fuerte la denuncia del “abuso” (que va desde La Polar a los sueldos de los parlamentarios) y el pituto. Eso sin duda mejora el bienestar de partes importantes de la población, pero no ataca las formas más profundas de vulnerabilidad. Una tercera alternativa es la crítica, proveniente de grupos más bien conservadores, de que las élites tienden a aislarse demasiado y a asumir que sus prioridades son las de toda la población, perdiendo de vista las necesidades de quienes no participan en la esfera pública. Ahora bien, hay que tener cuidado con este argumento, porque no se trata de trivializar las experiencias muchas veces traumáticas de las minorías, por ejemplo sexuales o étnicas, que han movilizado en el último tiempo algunas élites, sino de tener en mente que esas vulnerabilidades conviven con otras aún más basales o estructurales. Se trata de explicaciones complementarias, no excluyentes.

Es decir, ¿al final todo gira en torno a la clase media?

Efectivamente, la clase media es un tema dominante, aunque no hay que perder de vista los otros factores que mencioné, porque también explican parcialmente por qué tendemos a perder de vista a los pobres. Al mismo tiempo, el concepto de “clase media” se convirtió en una especie de quimera, porque, por un lado, la clase política no tiene muy claro a quién quiere hablarle con esa expresión, y por otro, como sostiene el sociólogo Juan Carlos Castillo, en Chile prácticamente todo el mundo se considera a sí mismo como miembro de la clase media (siendo que gran parte de los chilenos en realidad no lo son). Eso dificulta referirse explícitamente a la pobreza, y al final los pobres tienden a ser desplazados de la agenda pública.

¿Y en algún minuto la pobreza y la exclusión social fueron prioridad?

Aunque América Latina ha coexistido por muchísimo tiempo con altos niveles de exclusión, pobreza y desigualdad, al menos durante el siglo XX hay un énfasis especial en combatirla. Es lo que se llamó “cuestión social”. En Chile, las transformaciones económicas de la dictadura y su continuación durante los gobiernos de la Concertación aliviaron de forma bien inédita esa pobreza tradicional, aunque esos procesos dieron origen a nuevas formas de vulnerabilidad. Esas nuevas vulnerabilidades suponen un desafío para el sistema político, que todavía no es capaz de procesar. Los trabajos de los académicos Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo sobre la precarización del trabajo reflejan bien esta situación.

El centralismo del país, ¿agudiza esta problemática?

Sí y no. Intuitivamente uno pensaría que sí, porque parece lógico que si centralizamos demasiado las prestaciones sociales, el funcionario de Santiago no conocerá bien las necesidades de las personas de la Araucanía o Arica, o siempre llegará demasiado tarde a ayudarlos. Pero creo que si uno quiere profesionalizar burocracias para diseñar más y mejores políticas públicas, y poder implementarlas y evaluarlas, es inevitable algún grado de centralización. En el fondo, se trata de distinguir planos: en algunos casos el centralismo perjudica significativamente a las regiones, pero eso no significa que descentralizar siempre sea lo ideal, depende de las circunstancias y los objetivos que nos propongamos. En esa línea, parece fundamental pensar en reformas importantes al funcionamiento de los municipios hoy, que tiene muchos problemas.

¿Qué significa ser pobre en Chile?

Si pensamos en términos de las encuestas, como la Casen, la medición más común es la de pobreza por ingresos, que califica de pobres a los hogares con ingresos demasiado bajos como para satisfacer las necesidades básicas de sus miembros. El indicador de pobreza multidimensional es de uso más reciente y considera otras dimensiones, porque asume que la pobreza es una realidad más compleja. En ese sentido, más allá de cómo queramos medirla exactamente, el punto relevante es entender la inserción de la pobreza en ciertas trayectorias de vulnerabilidad y exclusión. Eso permite observar, como ha sostenido el sociólogo Andrés Biehl, cómo las personas van acumulando desventajas a lo largo de su vida.

Esta situación, ¿es una bomba de tiempo?

Es muy difícil hacer predicciones así de tajantes. Dado que los latinoamericanos, no sólo los chilenos, hemos demostrado ser capaces de convivir durante mucho tiempo con la pobreza y la exclusión, el futuro no parece tan auspicioso. No veo que los movimientos sociales presionen específicamente hacia un combate contra la pobreza, a pesar de que muchos de sus objetivos sean razonables. Sin embargo, hay un sentido en que efectivamente esto es urgente, porque el sistema político arriesga desprestigiarse aún más si no es capaz de combatir frontalmente la vulnerabilidad y la exclusión.

¿Vulnera la sociedad democrática que estamos construyendo?

Desde el punto de vista normativo, una pobreza persistente es un fracaso de la promesa democrática. Y aunque ningún sistema logra estar siempre a la altura de sus propias exigencias, es un problema demasiado grande del que todavía no nos hacemos cargo.