Reseña publicada el 07.03.19 en El Líbero.

Strangers in Our Midst. The Political Philosophy of Immigration. David Miller. Harvard University Press 2016. 218 páginas.

Salvo ciertas excepciones muy calificadas, como que los derechos humanos básicos de los extranjeros se encuentren bajo amenaza, los Estados tienen motivos legítimos para restringir la inmigración. Esta es la tesis principal del libro Strangers in Our Midst. The Political Philosophy of Immigration, escrito por David Miller, académico de la Universidad de Oxford. Aunque el autor manifiesta más cercanía con quienes miran con recelo el fenómeno migratorio, sus reflexiones plantean la necesidad de una deliberación equilibrada y coherente, que, a diferencia de lo que suele ocurrir hasta ahora, sea capaz de reconocer que en las posiciones opuestas a la inmigración también pueden existir buenas razones. Y así lo explicita casi al final del texto: “estar a favor de la inmigración no siempre significa ser virtuoso, así como estar en contra no implica tener una mente llena de prejuicios”.  

Consciente de las pasiones que despierta este debate, Miller plantea inquietudes cuya sola formulación resulta incómoda para las posiciones más progresistas: ¿están legitimados los países para restringir la entrada de extranjeros? ¿Está obligado un ciudadano a hacer algo por quienes no son sus compatriotas? ¿Qué le puede exigir el Estado al inmigrante que acoge? A través de estas y otras preguntas, el autor intenta construir argumentos para fundamentar el diseño de políticas migratorias.

El punto central de Miller, que atraviesa todas sus reflexiones, es la idea del “cosmopolitismo débil”. Esto significa, a grandes rasgos –y a diferencia del “cosmopolitismo fuerte” que predomina en ciertas élites–, dudar de aquellas visiones que describen al ser humano como un “ciudadano del mundo” que valora todas y cada una de las culturas por igual. En la práctica, el “cosmopolitismo débil” entiende que las personas tienen preferencias por sus más cercanos, por lo que es legítimo y natural que tomen decisiones basadas en su relación con ellos. De acuerdo a este enfoque, entonces, es imposible exigirles a los ciudadanos de un país que no tengan una consideración especial por sus compatriotas, en desmedro de los extranjeros que buscan entrar al territorio.

De esta idea central derivan otras, tales como la autodeterminación nacional, la reciprocidad entre los inmigrantes y el Estado que los acoge, o la imparcialidad de las autoridades para relacionarse con inmigrantes y nativos. Como se puede intuir, lo que subyace a este “cosmopolitismo débil” –y a las propuestas del libro en general– es un intento por revitalizar el Estado-nación, tantas veces desahuciado por los movimientos globalizadores de las últimas décadas.

Una perspectiva política y realista

La afinidad de Miller con las posiciones que defienden las fronteras, la identidad y, en definitiva, la noción misma del Estado-nación, se hace evidente cuando, al comienzo del texto, el autor escoge la dimensión política como su principal perspectiva de análisis. Esta mirada busca plantear “preguntas difíciles sobre la manera en que nos entendemos a nosotros mismos como miembros de una comunidad política, con largas historias y ricas culturas”. Así, resolver los problemas migratorios desde su dimensión política requiere un trabajo del país en su conjunto, y no tiene tanto que ver con decisiones generales de organismos supranacionales como con propiciar deliberaciones internas que involucren más dimensiones que la puramente económica o administrativa.

Abordar las tensiones de la inmigración, entonces, no es una tarea que se agote en la suscripción de pactos universales que insisten en la existencia de un derecho humano a migrar. A pesar de referirse constantemente a la obligación de respetar los derechos de los extranjeros, Miller es enfático en señalar que las convenciones internacionales que los consagran “no son decisivas, sobre todo porque incluso los derechos que se anuncian formalmente a través de estos documentos necesitan una buena interpretación”. El autor difiere del sentir que suele dominar la opinión pública, y asegura que el objetivo de los derechos humanos no es describir una “idea social”, sino más bien establecer ciertos “umbrales mínimos que no deben cruzarse”. De esta manera, la aproximación desde el lenguaje de los derechos a la migración es incompleta y olvida ciertos aspectos centrales de la sociedad en que los migrantes buscan ingresar, tales como “el tamaño de la población, su perfil de edad, el idioma que hablan sus habitantes o su herencia cultural”.

Por otro lado, el autor agrega un factor a su perspectiva política: el realismo. Para él es importante propiciar una discusión que considere tanto el desarrollo de su propuesta filosófica –por algo el subtítulo del libro es The political philosophy of immigration–, como las posibilidades prácticas de la misma. De esta manera, Miller intenta procurarle una cuota de realidad a los debates sobre inmigración, y desarrolla el ambicioso ejercicio de hacer aplicables sus reflexiones al contexto migratorio actual, llegando incluso a recomendar propuestas específicas de política pública. Pero la idea del realismo no es casual: una crítica común a las visiones cosmopolitas es su falta de sentido práctico.Para Miller, estas teorías pueden ser legítimas, pero ¿hasta qué punto nos sirven para resolver los problemas actuales? Su obstinación con el realismo es una forma de responder a esta pregunta, y es un llamado de atención a quienes enfrentan el fenómeno teniendo en cuenta condiciones ideales que no responden necesariamente a los contextos vigentes.

El autor, entonces, insiste en un punto: si buscamos una política migratoria aplicable a nuestra situación actual, las acciones concretas que deriven de ella, más que respuestas improvisadas para salir rápido de los problemas que presenta la contingencia, deben basarse en ideas específicas y determinadas. A ellas, Miller dedica parte importante de su reflexión.

Cosmopolitas e integrados

Para Miller, uno de los fines de las políticas migratorias es la integración del extranjero. Por lo general, solemos creer que el proceso de integración es una carga exclusiva de quienes reciben al inmigrante en su país. Sin embargo, el autor da un vuelco a esa afirmación al establecer que la integración es un trabajo recíproco, que depende tanto del inmigrante que llega como del Estado que lo acoge. De esta manera, es deber del extranjero entender y reconocer la cultura de la sociedad a la que se une, y aceptar que “existen contextos en los que es permisible dar a esa cultura una prioridad simbólica”. Pero aquello no obsta a que el inmigrante tenga “el derecho a que su cultura y costumbres sean apoyadas y respetadas de forma adecuada”.

Esta especie de reciprocidad se vincula con otra idea relevante para el autor: la imparcialidad. Según Miller, es esencial utilizar criterios ecuánimes para distribuir las cargas y beneficios de la inmigración. Los ciudadanos del Estado receptor no pueden percibir que los extranjeros tienen más derechos y menos responsabilidades que ellos, ni tampoco los inmigrantes pueden sentirse discriminados injustamente por no ser ciudadanos nativos. Aunque esta posición en principio resulta bastante razonable, el equilibrio es difícil de determinar, sobre todo si en el debate público el migrante es, al mismo tiempo, idealizado por unos y criminalizado por otros. Por lo mismo, el autor insta a evitar los regímenes migratorios que se alejan de criterios justos, y que, en un extremo, dejan a los inmigrantes a su suerte, y, en el otro, no les imponen ninguna responsabilidad en el proceso de integración.

Los dos valores anteriores –reciprocidad e imparcialidad– son fruto del escepticismo de Miller frente a las visiones cosmopolitas y globalizantes. De acuerdo con el autor, un discurso abstracto como el del “cosmopolitismo”, por valioso que pueda ser, es estructuralmente insuficiente para atender por sí mismo a problemas concretos. Así, las ideas que derivan de él no nos permiten definir más que ciertas posturas generales sobre la no discriminación y el respeto a los seres humanos.

A pesar de lo anterior, Miller sostiene que es importante distinguir entre un “cosmopolitismo” fuerte y uno débil. El primero distaría de ser suficiente debido a que se funda en la idea de que los deberes con quienes nos rodean son exactamente los mismos, independiente de la relación que sostengamos con cada uno de ellos. Según los términos de la visión más radical, cualquier preferencia que muestre una preocupación especial por los compatriotas –e incluso con los más cercanos– contraviene el principio de igual valor entre los seres humanos.

El “cosmopolitismo débil”, en cambio, es más cuidadoso a la hora de ampliar los deberes del Estado con quienes en principio no están sujetos a su jurisdicción. Para esta visión es imposible evitar una preferencia por los compatriotas: las dinámicas entre seres humanos necesariamente “envuelven una especial consideración por los derechos y necesidades de nuestras familias y amigos”.

Sin embargo, suscribir un “cosmopolitismo débil” no impide que los países deban tener en cuenta los impactos de sus políticas en quienes deseen entrar, sobre todo si estos últimos están en peligro. En circunstancias de este tipo, los Estados deben ayudar a los inmigrantes a evitar violaciones a sus derechos. Pero de aquí no se sigue que el “cosmopolitismo débil” imponga a algún país concreto la obligación de aceptar a todos los inmigrantes. Para Miller, estos cumplen su deber moral cuando dan buenas razones para excluir a quienes les ha prohibido el ingreso.

Lo anterior implica considerar que, a fin de cuentas cada Estado tiene la prerrogativa de zanjar quiénes entran y salen de él. De esta manera, las discusiones sobre “cuántos inmigrantes admitir, a quiénes y bajo qué condiciones, son aspectos relevantes para resolver en una democracia”, y deben enmarcarse en una reflexión general de la sociedad respecto de sus metas y objetivos. Sin embargo, esta posibilidad puede verse restringida si quienes desean entrar al país se encuentran bajo amenaza. El límite para este tipo de decisiones, entonces, es el respeto a los derechos humanos básicos de los inmigrantes.

Una reflexión necesaria

El número de inmigrantes en Chile aumentó en un 67,6% en el último año. A pesar de la incidencia que un fenómeno de esta magnitud puede tener en nuestra convivencia, han sido pocos los que han intentado explicarlo desde dimensiones distintas a la puramente económica o administrativa. Por tanto, lo que más requiere nuestro debate es sumar perspectivas diferentes, que nos permitan observar las tensiones que provoca la inmigración tomando distancia de las posiciones dominantes. Y esto es justamente lo que nos ofrece David Miller, estemos o no de acuerdo con todas las conclusiones de su reflexión.

Sin embargo, al esfuerzo del autor se le contrapone la dificultad de abarcar extensa y detalladamente tantos asuntos relevantes en pocas páginas. En otras palabras, Miller deja algunos temas sin resolver, además de varias críticas que por su rápida formulación tienden a parecer livianas. Por ejemplo, cuando propone que los Estados cumplen su deber con los migrantes dándoles buenos argumentos para excluirlos, no señala –más allá de algunas generalidades– en qué consisten específicamente esas razones. El autor no parece notar las dificultades que este tipo de carencias provocan en una tesis que, al no ser parte del mainstream migratorio, necesita ser explicada con todos los argumentos disponibles y sin dejar cabos sueltos. Esto puede deberse a que Miller cae más de alguna vez en lo mismo que critica a los cosmopolitas: en varias secciones del libro, y a través de una serie de ejemplos, reduce el problema a aspectos puramente normativos.

Por lo mismo, Strangers in Our Midst es un libro adecuado para introducirnos en el fenómeno migratorio y sus tensiones, y consigue darnos un panorama general de lo que está ocurriendo, pero no logra cumplir a cabalidad con las expectativas de un autor que tropieza con la ambición de querer brindarnos todas las respuestas.