Columna publicada el 26.02.19 en La Segunda.

“Es el acto más populista que ha realizado un presidente de Chile”. La frase de Juan Gabriel Valdés, reiterada en términos similares por Heraldo Muñoz, es muy sintomática de la profunda desorientación que vive nuestra izquierda, especialmente porque se trata de dos políticos considerados serios y moderados. Si ya es problemático calificar como populista cualquier contingencia que nos incomoda, criticar de este modo a Sebastián Piñera por su viaje a Cúcuta raya en el absurdo.

Por un lado, la diatriba refleja un profundo desconocimiento de nuestra historia: varios expresidentes, comenzando por Arturo Alessandri y Carlos Ibáñez del Campo, merecen ese adjetivo con mayor propiedad. Por otra parte, las formas y el estilo de Piñera pueden ser más o menos de nuestro gusto, pero no deja de sorprender la desproporción entre la dureza con que se refieren a él y la tibieza para abordar la situación venezolana. En rigor, todo esto volvió a transmitir, por enésima vez, señales equívocas al hablar del régimen de Nicolás Maduro. En cualquier caso, no era incompatible pedir mayor sobriedad y al mismo tiempo dejar en claro sin ambigüedades de qué lado se estaba en esta coyuntura: basta contrastar la actitud de Valdés y Muñoz con el análisis de Soledad Alvear sobre el viaje de Piñera a la frontera colombiana.

Pero hay algo más. Las expresiones de estos dirigentes confirman una dificultad transversal, aunque agudizada en el lado izquierdo del espectro: la tendencia crónica a tildar de “populista” aquello que nos desagrada. Da igual si aludimos al Brexit, Trump, Bolsonaro o Piñera: todos serían populistas. Desde luego, esa instrumentalización de la categoría ayuda muy poco a comprender los distintos fenómenos en juego. Es lo que ha llevado a omitir la pregunta por los motivos que podrían explicar las últimas preferencias electorales a nivel global, y es lo que conduce a ignorar el trasfondo de lo que ocurre hoy en Venezuela. Así, se pierde de vista con demasiada facilidad que la gran diferencia entre la situación actual y las ocasiones anteriores en que el chavismo estuvo contra las cuerdas es la fuerza de la presión internacional. A la luz de su trayectoria biográfica y la experiencia durante la dictadura, la izquierda chilena debiera ser la primera en advertir la relevancia de este cuadro, y lo indeseable que resulta su actitud (¿cómplices pasivos?) ante la tiranía de Maduro.

Al analizar las causas del denominado momento populista en el mundo, Pierre Manent sugería que las elites cosmopolitas se olvidaron de la soberanía popular, reduciendo la democracia a (su concepción de) los derechos individuales. Al parecer, nuestra izquierda ni siquiera recuerda la importancia de estos últimos.