Columna publicada el 27.01.19 en El Mercurio.

El Frente Amplio (FA) nació como una fuerza que buscaba renovar la política chilena y así dejar atrás las categorías de la transición. Los muchachos, llenos de brío, querían aportar aire fresco a nuestra escena pública, dominada hace décadas por rostros gastados. Sin embargo, el paso del tiempo ha ido mostrando que la tarea era bastante más compleja de lo que algunos suponían. Si la transición fue pensada y diseñada por muchas de nuestras mejores cabezas, aún nadie ha logrado articular algo parecido a un proyecto de reemplazo. Por lo mismo, las decisiones erráticas del FA no deben sorprender: todo indica que se parecen más a un grupo de adolescentes rebeldes que a una coalición organizada con vocación de poder. Si alguna duda quedaba de esto, tanto la polémica sobre el “acuerdo administrativo” de la Cámara como la elección interna de RD nos recuerdan cuánto camino les falta por recorrer.

Con todo, lo más grave va por otro lado, y guarda relación con los viejos fantasmas de la izquierda. Guste o no, esos fantasmas siguen habitando las nuevas generaciones de ese mundo. El fenómeno es extraño, pero los mismos que buscan inventar una izquierda del siglo XXI prefieren encerrarse una y otra vez en las lógicas del siglo XX. Esta semana, el FA nos ofreció dos ejemplos de manual. El primero corrió por cuenta de la diputada Maite Orsini, quien no contenta con haber visitado en París al autor del asesinato de Jaime Guzmán, puso en duda la culpabilidad de Palma Salamanca en el crimen del senador. Las declaraciones no solo revelan ignorancia supina (basta escuchar las afirmaciones de la madre del exfrentista), sino que también muestran la benevolencia con la que esta generación mira las acciones del Frente Autónomo en democracia.

Esta actitud tiene una explicación lógica. La generación de la diputada ha enarbolado una crítica tan brutal hacia la transición que, naturalmente, desemboca en una especie de admiración respecto de quienes se resistieron a ella: si Boeninger es el traidor, Palma Salamanca es el héroe injustamente juzgado en los 90 (la visita parisina no tiene otra explicación). El FA queda atrapado en una retórica imposible, pues no logra condenar sin matices el uso de la violencia como medio de acción política. ¿Qué tan profundo es entonces su compromiso con la democracia? Mientras la nueva izquierda no sea capaz de liberarse de la figura romántica del guerrillero, seguirá perdida en ese laberinto.

Es posible apreciar el mismo tipo de dificultades en el comunicado del FA sobre Venezuela. En un texto mal escrito y peor pensado, el FA rechaza el reconocimiento de Juan Guaidó por parte del Gobierno chileno. Ese reconocimiento, arguyen, sería contrario al principio de autodeterminación de los pueblos. La tesis implícita es bien radical: Nicolás Maduro sería el legítimo representante del pueblo venezolano, y cualquier matiz sobre ese punto sería golpista. Desde luego, no hay mención alguna a los graves problemas de DD.HH. que se viven en ese país, ni menos al modo en que Maduro ha basureado sistemáticamente todas y cada una de las instituciones que podrían haber permitido salir pacíficamente de la crisis.

¿Por qué el Frente Amplio -con la honrosa excepción del siempre extraviado Partido Liberal- está dispuesto a inmolarse a tal punto por un régimen cuya degradación resulta evidente? Pues bien, porque sigue operando con la lógica de la Guerra Fría. Después de todo, el chavismo es el legítimo heredero del castrismo y, en esa lógica, solo cabe estar con Maduro (y contra los Estados Unidos). Se trata de una reacción pavloviana (y schmittiana): el mundo es binario, y ha de ser comprendido maniqueamente. Allí están los malos, aquí estamos los buenos. Se privan así de las herramientas necesarias para comprender una realidad que es mucho más compleja, y de allí su incapacidad de conceder el menor matiz. Supongo que a estas alturas está de más decirlo, pero hace mucho tiempo que el régimen de Maduro dejó de ser de izquierda, si es que ese concepto conserva algún sentido. Corromper a las Fuerzas Armadas, encarcelar a los opositores, asfixiar la libertad de prensa, manipular las instituciones y negar toda legitimidad a los opositores; nada de eso es propio de la izquierda, salvo que se tenga una idea muy baja de ella.

La pregunta, desde luego, es si acaso resulta posible construir hoy un proyecto de izquierda sin hacer el inventario del siglo XX. Hace 40 años, el PS enfrentó estas mismas preguntas, y entendió que no había futuro político sin pasar por una autocrítica tan indispensable como dolorosa. En muchos sentidos, el FA parece estar desandando el camino recorrido (y, paradójicamente, muchos socialistas sienten la tentación de retroceder con ellos). Sin embargo, no tienen el menor destino como fuerza política, mientras no tengan el coraje intelectual y moral para romper de una buena vez con el siglo XX, con Palma Salamanca y con Maduro. A veces, los más jóvenes pueden ser los más viejos.