Columna publicada el 14.01.19 en La Tercera

¿Qué efectos pueden tener en Chile fenómenos como Trump, el Brexit o Bolsonaro? ¿Guardan relación con el auge mediático de José Antonio Kast? ¿Se trata acaso de una oleada conservadora, nacionalista o incluso reaccionaria, al decir de los más alarmistas? Aunque estas y otras preguntas comienzan a instalarse en la opinión pública, no es seguro que esa formulación sea la más adecuada al momento de intentar comprender el panorama local.

Por un lado, parece indiscutible la creciente desconexión entre las grandes mayorías y las élites progresistas, pero esto no necesariamente significa que las masas ciudadanas suscriban la visión de mundo o los “valores” que reivindican los denominados populismos de derecha. El punto pasa más bien por lo siguiente: los tabúes de esas elites sólo tienen tal significado para ellas. En términos simples, el pueblo no se escandaliza con los exabruptos de Kast o Bolsonaro, ni ayer ni hoy ni probablemente mañana. Esto a su vez se explica porque las prioridades de la ciudadanía nunca han sido las mismas que las de los grupos cosmopolitas. Para los segmentos mayoritarios de la población, educación, salud o seguridad siempre han sido más relevantes que el lenguaje inclusivo o las políticas de identidad. Y estos nuevos liderazgos, por más disruptivos que nos parezcan, han sabido conectar con esas inquietudes (la corrupción quizá sea el mejor ejemplo).

Por otra parte, el posicionamiento del exdiputado de la UDI responde no sólo a una modificación de las tendencias globales dominantes. Puede pensarse que aquí han influido también las dificultades del gobierno para mantenerse fiel a sus promesas de campaña. Pese a las sorpresivas cifras que rodearon el retorno de Sebastián Piñera a la presidencia –una movilización de apoderados inédita, un porcentaje histórico, la mayor cantidad de votos en más de 20 años–, el “cambio de rumbo” prometido en el período electoral pareciera haber quedado en el olvido. Hay aciertos y excepciones puntuales, como los esfuerzos de Marcela Cubillos para clavar banderas políticas en materia educacional. Sin embargo, desde el aborto a la gratuidad universitaria se renunció a ofrecer una alternativa distinta. De hecho, en algunos temas sensibles La Moneda guardó silencio (objeción de conciencia institucional) o derechamente modificó su opinión (identidad de género). Si se quiere, se ha producido un vacío, y alguien tenía que llenarlo.

Con todo, hay un rasgo del escenario actual que parece cada vez más claro. La idea de que el mundo “avanza inevitablemente” hacia cierto lugar ha vuelto a mostrar su falta de correlato con las dinámicas sociales que de hecho existen. Una realidad, dicho sea de paso, bastante obvia para cualquiera que se tome en serio la libertad política y la deliberación democrática.