Columna publicada el 28.12.18 en Diario Financiero.

Las últimas semanas muestran que la división ideológica acecha al oficialismo. ¿Cómo enfrentar este escenario?

Lo primero es advertir que la diversidad, en principio, es un activo para Chile Vamos. Basta recordar que Sebastián Piñera, al estar rodeado por los dos Kast y Ossandón, logró hablar a varios públicos de manera simultánea en el balotaje. Así consiguió una movilización inédita de apoderados y triunfó con un porcentaje histórico para la centroderecha.

Ahora bien, toda diversidad tiene límites: los partidos y movimientos de este sector necesitan comprometer a sus liderazgos con ciertos mínimos políticos y programáticos. Es lo que se logró con el requerimiento ante el Tribunal Constitucional en materia de objeción de conciencia institucional. Y es lo que debiera lograrse acerca de nuestra historia política reciente. Hay muchos debates legítimos al respecto, y al mismo tiempo es indispensable –por razones de justicia y de credibilidad– condenar en forma categórica e indubitada las violaciones a los derechos humanos. Afirmar ambas cosas a la vez es posible, y a eso debiera apuntarse.

Por otro lado, el gobierno tiene que preguntarse cuánto del enrarecido panorama actual se explica por sus propios zigzagueos y omisiones. Para mantener ordenado un conglomerado diverso se deben pasar a segundo plano los temas que dividen las aguas, y subrayar aquellos asuntos que suscitan unidad al interior de la coalición. De ahí que todavía sea muy difícil de entender el modo en que el Ejecutivo abordó el debate sobre identidad de género, aprobando una ley contra el 70% de sus parlamentarios y llegando incluso a contemplar a menores de edad. De ahí que sea tanto o más difícil de comprender la manera en que La Moneda eludió la discusión sobre objeción de conciencia institucional, que simbolizaba la disputa sobre el sentido de lo público y el papel de la sociedad civil. Si algún debate político demandaba un cambio de rumbo con respecto a la Nueva Mayoría y al “otro modelo” era precisamente ése. De ahí, en fin, que resulte imperioso reforzar el discurso social del gobierno de cara al 2019. Es en la prioridad política del Sename, en la lucha contra los campamentos (que siguen aumentando), y en la protección de la clase media vulnerable donde la administración Piñera encontrará una hoja de ruta distintiva, defendible en términos de justicia y funcional a la unidad de su sector. Ahí cabe insistir una y otra vez.

El gobierno debe notar su responsabilidad en este cuadro. No sólo por la natural preponderancia que ejerce en la coalición, sino porque además ella sufre un vacío que alguien debe llenar. Después de todo, ninguno de los nuevos referentes del mundo de centro y de derecha –cualesquiera sean sus méritos o problemas– pareciera responder a la sensibilidad mayoritaria de Chile Vamos. Mientras algunos se aproximan a la historia reciente o al debate tributario desde un ángulo más bien propio de la UDI de los 80, ante discusiones de tinte moral otros tienden a asumir una antropología progresista muy similar a la que mueve al Frente Amplio. Lo que hoy se requiere, y a lo que aspira la mayoría del oficialismo, es a una derecha democrática que no abandone el ideario matriz del sector.

En el célebre Federalista Nº10, James Madison nos invita a combatir los efectos y no las causas del espíritu faccioso. Sin embargo, acá conviene ir más allá y profundizar en los motivos de la división. Es el único modo de contenerla.