Columna publicada el 20.11.18 en La Segunda.

En principio, parece incomprensible que un grupo de diputados haya rechazado el aumento de la subvención a los organismos colaboradores del Sename.

Pero, más allá de la mezquindad involucrada, hay una explicación.

En efecto, este rechazo remite a la misma lógica que la nueva izquierda viene promoviendo en diversas esferas de la vida social. Ahora son las agrupaciones que trabajan con la infancia vulnerable, pero antes ha sido el turno de la Teletón (la que año tras año es cuestionada por no ser estatal), la educación particular subvencionada (a la que se desfiguró tal y como la conocíamos), y las universidades o centros médicos fieles a su ideario (a los que se busca expulsar de la red pública de salud simplemente por no practicar abortos). La izquierda actual desconfía hasta el extremo de la sociedad civil organizada, y más aún cuando se trata de proveer bienes públicos.

Esta disputa se extiende a cada vez más ámbitos, y lo que está en juego es ni más ni menos que el papel que se le asigna al Estado y el modo en que se comprende el espacio público. No es imposible pensar que estamos en presencia de la gran divisora de aguas –al menos a nivel conceptual, pero con consecuencias muy concretas– del nuevo ciclo político en ciernes. Y si esto es plausible, hay varias lecciones que sacar a lo largo y ancho del espectro.

El mundo conservador –guste o no– deberá distinguir entre aquellos liberales que defienden las credenciales de la sociedad civil y aquellos que se niegan a hacerlo, sin perjuicio de otras diferencias significativas. A su vez, la variopinta familia liberal haría bien en advertir que este eje también separa filas entre ella, lo que confirma la insuficiencia de apelar a “lo liberal” como identidad política. Por su parte, la centroizquierda que se jacta de ser moderada debiera analizar con ojo autocrítico su complicidad con la agenda del “otro modelo”. ¿Dónde quedaron las palabras de Ricardo Lagos, para quien “el Estado puede colaborar para expandir el espacio asociativo, reforzar y apoyar la tarea de diversos grupos de la sociedad civil”? (En vez del pesimismo, p. 114). Y el Frente Amplio tendría que preguntarse –por enésima ocasión– hasta qué punto es consistente su diatriba contra el individualismo, por un lado, y la suposición de que sólo existen mónadas aisladas y el aparato estatal, por otro.

Quizá nada de esto sea demasiado novedoso. En un libro titulado tal como esta columna, Yuval Levin remonta los orígenes de la díada derecha/izquierda a la polémica entre Edmund Burke, para quien somos animales sociales y culturales, y Thomas Paine, quien recela de toda herencia y mira al hombre como un individuo sin deudas con nadie. Ni siquiera –diríamos hoy– con los niños más vulnerables.