Columna publicada el 08.11.18 en The Clinic.

Este es un momento interesante para estudiar la derecha chilena. Durante los últimos años han aparecido nuevos discursos y actores. Pensemos, por ejemplo, en la Fundación Nuevamente que dirige Teresa Marinovic. En su cuenta de twitter, ella afirmó recientemente que “Las élites que se autodenominan progresistas viven en una nube de autosatisfacción y desprecio por la mayoría de los chilenos, cuyos valores, ambiciones y temores les son ajenos. Fundación Nuevamente le da voz a la mayoría silenciosa. Participa, que tu voz se haga conocer y valer”.

En varias columnas, Marinovic afirma explícitamente que representa una sensibilidad de derecha. Sin embargo, la derecha en la que ella cree no necesita, en sus palabras, tratar “de parecer lo que uno no es, como lo ha hecho sistemáticamente la derecha política”. Asimismo, define esta sensibilidad como una alternativa “realista” frente al utopismo de la izquierda: “para la izquierda, las propuestas no parten de cómo el hombre es, sino de cómo debería ser”. Y también: “hay más conversos en la derecha que en la izquierda, porque el realismo es una nota característica de la madurez”.

Varias de estas categorías, sin embargo, tienen una historia previa. La idea de la “mayoría silenciosa” fue clave para la UDI durante las últimas dos décadas, y su uso internacional, asociado al populismo de derecha, es de larga data. Es una mayoría no sólo “silenciosa” sino “silenciada”: silenciada por quienes buscan hacer política para el hombre “como debería ser”, no “como es”. La crítica del “lucro” y el interés propio en cuanto móviles de la economía liberal es central, pues sería “utópica”. Por eso, se trataría de una política, como afirmó con cierta resignación Alfredo Joignant hace algunas semanas, que sólo le interesa “a los izquierdistas”. De esto se sigue la famosa oposición entre los problemas de las élites –representados paradigmáticamente en los temas identitarios y de género– y los problemas de “la gente”, los “temas país”, etc.

Estas categorías, entonces, no son del todo nuevas; al contrario, son bastante persistentes. Lograron sobrevivir distintos ciclos políticos y sociales. Desde luego, hay dimensiones nuevas que remiten a procesos más recientes: la retórica victimista, por ejemplo, parece ser la apropiación de ciertos discursos identitarios que se disputan el status de víctimas. También la constitución de nuevos actores, con estilos y prácticas más parecidos a la política de base y una crítica explícita del establishment, que ha sido vinculada con la emergencia del “innecesariado”.

El tono antipolítico implícito en las acusaciones de “parecer lo que uno no es”, la apelación al “realismo”, la naturalización de las relaciones sociales (hacer política para el hombre “como es”) o el conservadurismo que denuncia la “ideología de género”, no parecen demasiado novedosos. Reemergen, asimismo, ciertas viejas distinciones dignas de Ayn Rand: esforzados y resentidos, emprendedores y parásitos, honestos y corruptos, realistas e ideológicos.

Así, en circunstancias políticas distintas, se reeditan ciertos patrones persistentes. Todo esto redunda en una herencia ideológica desconfiada de la deliberación y del Estado, particularmente alérgica a las demandas redistributivas e identitarias. De algún modo, es una derecha que se siente más cómoda apelando al propietario que al ciudadano; y por eso denuncia la carencia de virtudes necesarias para la generación y acumulación de capital (“flojos”, “resentidos”, “quieren que les regalen todo”). Es el ethos de una derecha antes empresarial que cívica (y supone una contradicción entre ambas cosas).

Aunque exista cierta continuidad en términos de discurso, la “derecha política” (el “establishment”) tiene un tremendo desafío si quiere convocar a estos actores emergentes. De no hacerlo, hemos visto que en los próximos años tendrán cada vez más opciones.