Columna publicada el 04.10.18 en The Clinic.

Muchos han criticado la iniciativa del gobierno de Sebastián Piñera de celebrar los treinta años del triunfo del “No”, pues varios de sus miembros y simpatizantes fueron reconocidos rostros de la campaña por la continuidad del régimen de Pinochet. Y aunque el intento del Partido Comunista de subirse al mismo carro también ha sido criticado, son menos las voces que hablan de aprovechamiento y de cinismo de su parte. Tal como ha recordado por estos días Eugenio Tironi, el PC de ese entonces no creía en la vía democrática para salir de la dictadura ni contribuyó directamente al camino que a fin de cuentas se recorrió, en que representantes del oficialismo y la oposición pusieron ingentes esfuerzos para deponer una polarización instalada hace décadas.

¿Qué significa el triunfo del “No” en la política chilena de las últimas décadas? Fue, en primer lugar, una elección por salir de la dictadura de manera pacífica y poner el reencuentro como objetivo. Como bien refleja la crónica “Los hombres de la transición”, de Ascanio Cavallo, hubo esfuerzos de lado y lado para que el transcurso desde la dictadura a la democracia fuera exitoso. Miembros del régimen y de la Concertación supieron leer la enorme fragilidad del momento, en el que cualquier paso en falso podía hacer retroceder lo avanzado. Si bien el período no está exento de críticas, despachar todos esos años como una época de pura transacción política es ignorar la dificultad de dicha encrucijada. Sobre todo, no se puede olvidar que las dictaduras suelen terminar de manera más violenta y que, al menos en Chile, se consiguió alejar la violencia como posibilidad legítima de actuar en política. El hecho de que políticos y militares cercanos a Pinochet también hayan participado de ese itinerario es incómodo para la izquierda actual, por lo que prefiere meterse debajo de la alfombra y olvidarse en el camino.
Todos podemos sumarnos, en alguna medida, a la conmemoración y celebración del “No”, independiente de nuestra historia y color político (excepto, quizás, aquellos que consideran todavía el 5 de octubre como una derrota). Ese triunfo es, con toda probabilidad, uno de los últimos hitos en los que la totalidad del país puede encontrarse, pues fue un proceso que priorizó el encuentro de un Chile dividido y que enfatizó, al elegir la democracia, en la necesidad de una reconciliación. La memoria que se ejerza sobre aquellos hechos no debiera servir para excluir a los entonces opositores, tanto de izquierda como de derecha, de la salida democrática a la dictadura. No conviene utilizar nuestro pasado como arma política contra nuestros antiguos adversarios, enrostrándoles que preferían seguir la vía armada o la continuidad del régimen. Al utilizarlo así, se degrada. E interpretar el pasado para sacar réditos en el presente es hacerle trampa a la historia.

Una pregunta fundamental, por tanto, es si renunciar a usar nuestra memoria como arma implica despolitizarla. A fin de cuentas, el espíritu del camino trazado por el “No” fue aquel que siguió luego la Concertación durante años —buscar acuerdos políticos y evitar cualquier atisbo de planificación global de la sociedad—, camino que pareció olvidar parte importante de la Nueva Mayoría y que hoy es tan criticado por sectores más extremos del Frente Amplio. Ese camino, sin embargo, es el que permitió consolidar las principales enseñanzas de nuestra crisis democrática de los años de la guerra fría.

El triunfo del No en el plebiscito del 88, al igual que los informes de las comisiones Rettig y Valech o la condena a la violencia como herramienta política son hitos que pueden y debieran ser compartidos por la sociedad en su conjunto. A pesar del alto porcentaje alcanzado por el Sí o que distintos partidos e instituciones se opusieron en su momento a los primeros informes que intentaban establecer la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos, las lecciones que nos dejan esos hitos son vitales para nuestra vida democrática. Sumarse a esos carros de la victoria puede ser leído como cinismo, pero también está la posibilidad de que la historia, a fin de cuentas, nos haya enseñado algo.