Columna publicada el 10.10.18 en La Segunda.

Mientras desde el PC a La Moneda intentaban apropiarse del triunfo del “No” (con tan buenos motivos como escasa sutileza), se dio a conocer una encuesta de “Criteria” que –paradójicamente– muestra la precaria vigencia de las lógicas de la transición. Ante la pregunta “¿Quién te gustaría que fuera el próximo presidente o presidenta de Chile después de Sebastián Piñera?”, el primer lugar lo obtiene Beatriz Sánchez, con 10%, y el segundo José Antonio Kast, con 9%. Desde luego, tendría que correr demasiada agua bajo el puente para considerar mínimamente probable que Sánchez y Kast lleguen a protagonizar un eventual balotaje en 2021. Pero que tal escenario pueda siquiera plantearse manifiesta una profunda diferencia con las dinámicas políticas que siguieron al 5 de octubre del 88.

En efecto, la transición fue liderada por dos grandes bloques (no sólo por uno), y la vitalidad de ambos respondió a un panorama que –guste o no– pareciera encontrarse en retirada. Desde 1990, tanto centroizquierda como centroderecha dieron forma a lo que Joaquín Fermandois ha denominado “nueva democracia” chilena. En ese proceso, que permitió la articulación de democracia política y economía de mercado por primera vez en nuestra historia, ambos sectores abandonaron de modo progresivo sus lineamientos propios de la Guerra Fría. Primero fue la renovación socialista y luego, menos reflexiva pero igualmente relevante, la de la derecha oficialista, que incluso reivindica el “No” en la actualidad. Hasta la última elección presidencial estas coaliciones han conducido la política nacional, y su democratización influyó de manera decisiva en su preeminencia de las últimas décadas.

Pero esa misma elección ya mostró un incipiente reordenamiento del mapa político: Kast alcanzó una votación inesperada y Sánchez más todavía, al punto que amagó la opción de Alejandro Guillier. Y si la derecha experimenta un fenómeno en ciernes, pocos dudan que el futuro de la izquierda va por el lado de Sánchez, Boric o Sharp, y no por el de los viejos tercios. Si la centroizquierda tradicional –viudos de Lagos, los llaman– quiere recuperar proyección y, sobre todo, si Chile Vamos desea evitar una descomposición como la sufrida por el mundo concertacionista, debieran tomarse muy en serio el creciente cuestionamiento ante las prioridades de las elites políticas y económicas. Si no logran mirar con ojo crítico la democracia que han construido y las dudosas premisas que hoy le añaden (como el progresismo que reemplaza la justicia por la diversidad), difícilmente podrán enfrentar la clase de descontento que emerge en diversos lugares del orbe. El Brexit, Trump y Bolsonaro pueden ser muy desagradables, pero no surgen ni remotamente de la nada.