Entrevista publicada el 04.10.18 en Emol.

El 5 de octubre de 1988 la ciudadanía atajó la posibilidad de que Augusto Pinochet continuara ocho años más al mando del país y puso fin a la dictadura. Pero ese día —y también la madrugada del 6, cuando el gobierno reconoció los resultados del plebiscito— se produjo otro hecho de vital importancia en la historia nacional: el pistoletazo de salida de un proceso largo, sin un final del todo claro, que generó años de prosperidad económica dentro de un marco de rígidas reglas políticas: la transición.

Daniel Mansuy, investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad y académico de la Universidad de Los Andes, publicó hace dos años el libro “Nos fuimos quedando en silencio”, donde plantea la agonía de los consensos generados en ese período, provocados en parte por las protestas de 2011.

En entrevista con Emol hace una valoración de lo ocurrido ese día miércoles hace 30 años y analiza el rol de dos figuras claves para entender ese período: Jaime Guzmán, el arquitecto de la institucionalidad, y Edgardo Boeninger, el primer hombre en entender que para derrotar a Pinochet había que jugar en su cancha, y que supo navegar en el mar de ataduras que quedaron después del 5 de octubre.

También mide el afán de algunos, como el Presidente Piñera, de reflotar el espíritu de los consensos de la transición.

—¿Dentro de la derecha, quién gana el 5 de Octubre? ¿Se puede decir que perdió Pinochet, el candidato, pero ganó la institucionalidad impulsada por Jaime Guzmán?

“Es un triunfo de Guzmán, pero es un triunfo parcial de Pinochet también. Él hubiera preferido ganar el plebiscito, sin ninguna duda. A principios de los 80 entra la discusión del diálogo versus las movilizaciones, el debate entre la vía violenta o la vía institucional. La transición empieza cuando la oposición se da cuenta de que por la fuerza pueden pasar 30 sin que a Pinochet lo boten, porque tenía respaldo importante, como se vio en el plebiscito después, o porque las FF.AA. son importantes en Chile. La oposición de aquella época va tomando conciencia de eso y toma esa tesis con dificultades, y ése es un triunfo de Pinochet: “a mí me van a sacar con mis reglas y cuando me vaya seguirá mi Constitución, con las reformas que yo haya querido aceptar”, como ocurrió en las negociaciones de 1989. Entonces, ¿cuándo comienza la transición? Cuando Edgardo Boeninger y Patricio Aylwin, en el famoso congreso del hotel Tupahue en 1984, dicen, bueno, la Constitución es un hecho, vamos a huir de la pregunta de la legitimidad. Ahí comienza la transición pacífica, puede no gustar, pero ahí comienza. Y la cancha la rayan Guzmán y Pinochet. Y ese es un triunfo de Pinochet. Más allá de que haya tenido muchas derrotas”.

—Un triunfo que quizás ese 5 de octubre de 1988 Pinochet no entendió del todo.

“Y eso se ve más claramente con el extraño juego, y al parecer estaba bastante indignado, con las negociaciones de las reformas constitucionales que hace Carlos Cáceres como ministro del Interior un año después. Él es fundamental, Cáceres le dice a la oposición: “si ustedes aceptan el trato no pueden decir que es ilegitimo después”. La consolidación pasaba por que la negociación fuera exitosa, pero Pinochet le quitó muchas veces el piso a Cáceres y éste estuvo a punto de renunciar. Pinochet no se daba cuenta de que en esa negociación se jugó todo. Creo que es de Héctor Soto una expresión, que es muy fina: “Carlos Cáceres fue el gran héroe de la retirada”, el tipo que articuló la salida para que fuera acorde a lo que el mismo Pinochet requería. Es malo ser el ministro de la salida, pero yo creo que Pinochet le debe mucho a Cáceres”.

—¿Cuál es el valor político del 5 de octubre? ¿O su valor ya es más histórico?

“Suena un poco cursi, pero ese día es el reencuentro de la democracia chilena. Es una elección compleja que termina siendo validada por todos y pone fin a un proceso que no partió de 1973, sino antes. Más allá de que Pinochet se quiso negar, ese día Jarpa se encuentra con Aylwin, que era el claro candidato del próximo año, y se abrazan en el programa de Canal 13. Ese día volvemos a resolver nuestras diferencias de forma pacífica. Eso ahora nos parece evidente, que los presidentes duran cuatro años y que las elecciones están ahí. Yo entiendo que para alguien que nació en 1995 es evidente, pero que las elecciones sean limpias, que se respeten, parte en esos momentos”.

—La irrupción de las movilizaciones del 2011, que en parte es la génesis del Frente Amplio, es clave en el fin del consenso que nació en la transición y muchas voces tienen una mirada crítica con eso. ¿Deben también conmemorar esta fecha?

“Creo que sí, deberían entender la importancia para la República de esa fecha. Se puede tener críticas de lo que vino después, pero hay que reconocerlo, como también reconocer las limitaciones de la democracia. Ese día, con todas sus imperfecciones, es vital en la historia de Chile. Y es muy importante reconocerlo”.

—Franco solía decir que “todo está atado, bien atado” al referirse a lo que vendría después de su muerte, pero la realidad demostró que en menos de cuatro años la institucionalidad franquista que él proyectó fue desmontada. ¿Qué quedó “atado, bien atado” ese 5 de octubre y en los meses posteriores?

“Queda atado que los primeros años de la transición, los primeros ocho —los ocho en que Pinochet está en la Comandancia en Jefe del Ejército—, serían con su presencia y eso es extraño. Se cae porque no hay atadura que dure toda la vida. Por ejemplo, la derecha se da cuenta después que a los senadores designados los nombra el Presidente, o la Corte Suprema, cuyos miembros son nombrados a su vez por el Presidente, y ahí la derecha se sorprende y busca cambiarlo. Pero en esos ocho años quedó todo razonablemente atado. Mientras Pinochet fue comandante en jefe, se movieron pocas cosas. Allamand quiso negociar reformas a la Constitución, pero ninguno de sus senadores lo siguió y la Constitución no se tocó de forma importante hasta el 2005, siete años después de que Pinochet dejó el Ejército. Las cosas quedaron de la forma en que Guzmán, Cáceres y el mismo Boeninger aceptaron, éste último fue senador institucional y fue un muy buen senador. Yo creo que acá las ataduras funcionaron el tiempo que tenían que funcionar porque los países son dinámicos. Pinochet no sólo sacó boinas negras a la calle, también controlaba bancadas enteras de parlamentarios, maniobró con Mónica Madariaga para que la UCC llevara candidatos, eso es inverosímil ahora. Con un alto mando gigante, con asesores políticos, porque quería seguir siendo actor político, y luego es senador. Y eso no es interrumpido hasta su detención en Londres, que es clave, porque de un momento a otro deja de ser actor político y ahí se cae todo”.

—Asumiendo que fue exitosa, que generó un consenso, que tenía a Pinochet en el Ejército como un actor político. ¿Cuál es la antítesis de la transición chilena en otro país?

“Es muy sui generis por dos motivos. Es una entrega de poder voluntaria y validada por la oposición. Ese un hecho en América Latina anormal. En nombre de Pinochet, por muy buenas razones, no se pueden decir cosas buenas, pero que un dictador entregue el poder y logre, con el entramado armado por Guzmán, imponer sus reglas, es muy sui generis. No juzgo si es bueno ni malo, pero genera una transición pacífica y la salida no pacífica de una dictadura tiene dificultades que no se pueden minimizar”.

El espejismo de la segunda transición

Además del Presidente Sebastián Piñera, al menos cuatro ministros votaron por el No en 1988. El Gobierno realizará un acto en La Moneda para recordar la fecha pese a la distancia de la oposición, que en su mayoría apoyó la vía del plebiscito para sacar a Pinochet. Pero ésa no es la única añoranza de Piñera con lo ocurrido en esos años. Durante la campaña presidencial acuñó el concepto de “segunda transición” como consenso para que el país alcance el desarrollo, una idea mirada con recelo por Mansuy, quien advierte su peligrosidad y subraya la carencia de liderazgos en la derecha, la mayoría aún vinculados con la época del Sí y el No. “En 35 años la derecha sólo generó dos figuras presidenciales”, dice.

—El ministro de Hacienda de Aylwin, Alejandro Foxley, planteó la necesidad de pensar en una segunda transición, más social, y Piñera acuñó ese término de manera importante, ampliándolo a una “transición hacia el desarrollo”…

“La palabra transición es muy equívoca y no se debería volver ocupar. Nos remite a algo que se fue y es problemático cuando lo ocupan los actores de la primera transición, porque es un ejercicio inútil. Es distinto si un joven me hablara de eso, Boric o Bellolio, por decir algo, básicamente porque la transición chilena está marcada por un dato: son acuerdo semiforzados. La configuración de ésta se da con Pinochet en la Comandancia del Ejército, lo que da las condiciones para que ciertos acuerdos se vayan dando. Eso ahora es impensado. Tenemos un sistema proporcional en el Congreso, una disgregación de partidos, están todos divididos. La que tuvimos ahí está, podemos juzgarla bien o mal, pero no podemos intentar resucitarla, las circunstancias son irrepetibles, gracias a Dios. Hay que acostumbrase que la política de la transición es una excepción y que no es la política común y corriente”.

—¿Se conecta con lo que planteas en tu libro de que la derecha no tiene un relato y quizás lo busca ahí?

“Ese es el problema. Cuando digo que es inútil e incluso peligrosa la alusión de una segunda transición es porque son actores que apelan a la nostalgia y no hay creatividad. Efectivamente, en el caso de Piñera se refleja una cierta incapacidad de la derecha, porque no plantea los problemas del Chile actual y porque la sociedad cambió: no están dadas las condiciones, no existe Boeninger, no existe Pinochet, no existe Andrés Allamand, o más bien está, pero en otro contexto. Es un espejismo y ceder a la nostalgia es renunciar a la creatividad política, y eso es condenarse a la esterilidad”.

—¿La derecha no ha tenido esa creatividad política, pero qué pasa con los liderazgos?

“Tiene enormes dificultades para elaborar un discurso político, no tiene vocación de mayoría y ahora no sabe bien cómo hacerlo. Piñera quiere ser Presidente en 1992, este es su segundo mandato. Entonces uno se pregunta ¿el recambio cuándo? Ok, en política no se regalan los espacios, pero no deja de ser sistemático que Piñera siga siendo el gran nombre. Y llevamos 30 años con los mismos nombres. Mi intuición es que tampoco habrá un nuevo relato si no hay un recambio de personas. Esa generación quedó marcada, como disco rayado de lo que vivió. No hay espacio para algo nuevo y eso lo encuentro peligroso. La derecha tiene poco discurso y está condenada a eso si son las mismas figuras las que la dominan. Tampoco estoy seguro que el recambio ayude en eso”.

—Tu libro, donde planteas esto, lo escribiste en 2016. Luego Piñera gana la elección nuevamente. ¿Mantienes que la derecha carece de renovación?

“Sigue siendo parecido, tanto intelectualmente como de personas. El primer síntoma es Piñera, que tiene el gran mérito de ganar la elección presidencial, lo que no es poco, pero sigue siendo la gran figura de los últimos 30 años. Quiso ser candidato en el ’93, no le resultó; quiso serlo en el ’99, no le resultó; fue el 2005 y perdió; ganó el 2009; en la siguiente no pudo ir, pero operó para quedar listo para la siguiente. Tiene talento y es perseverante, pero políticamente también es problemático, porque hay cosas que quedan bloqueadas y hay lógicas que le cuesta entender porque es de otra generación. La gran pregunta no es sólo si le entrega la banda a alguien de su signo, sino cuantas figuras de su gabinete entran a jugar a las ligas grandes. Yo no veo ninguno”.

—¿Las eventuales figuras de la derecha están en otro lado?

“Los gobiernos de Piñera tienen dificultades para generar liderazgos internos. No tengo nada en contra del canciller Ampuero, pero no es una figura presidencial y la cancillería es una tremenda vitrina política. ¿Por qué Piñera en sus dos gobiernos no quiso nombrar a un político de canciller, siendo que viste mucho? Es raro”.

—¿Y Moreno?

“Es el candidato de la elite de derecha, no es nada contra él, quizás lo sea mañana, pero es el candidato de cierta elite de la derecha. En una primaria con Ossandón o Lavín no tiene mucho que hacer”.

—¿Lavín se ha reciclado, le da para volver a la papeleta?

“Se ha metamorfoseado. El Lavín del ’99 no es el de 2005, y el de ahora no es el mismo de 1988, cuando fue el hombre que intentó justificar ideológicamente toda la obra de la dictadura con su libro (La revolución silenciosa). Yo estaba en primero medio u octavo básico y observaba las mismas figuras. Han pasado 35 años y eso dice mucho. En ese tiempo, la derecha sólo generó dos figuras presidenciales: Lavín y Piñera. Es poco. Se necesita más para estar ocho años en el poder”.