Columna publicada el 12.10.18 en Diario Financiero.

Muchos de los pequeños emprendimientos en Chile consisten en la importación y venta de algún producto. Cualquiera que converse con varios de los locatarios del persa BioBío se enterará de que su negocio se basa en la importación de saldos de temporada desde Estados Unidos o Europa. Por otro lado, son también cada vez más los consumidores que adquieren bienes en el extranjero a través de plataformas virtuales. Según el Estudio sobre Comercio Global Conectado de la empresa Nielsen de 2016, Chile es el líder latinoamericano en compras online en el extranjero.

Estas importaciones de pequeña escala, sumada al acceso a tarjetas de crédito que las facilitan, representan muchos beneficios para Chile. Permiten emprender con poco, y también incentivan la competencia en los mercados internos. Eso, sin mencionar que conectan cada rincón del país con el mundo. Son, así, un medio directo por el cual los beneficios de la libertad económica llegan a millones de personas, incluyendo a buena parte de nuestra pujante clase media.

El problema es que nuestro servicio de aduanas parece no haberse transformado al mismo ritmo que nuestras posibilidades de consumo en el exterior. Basta revisar la entrada de “aduanas” en el sitio web reclamos.cl, para encontrarse con una avalancha de frustración. Las quejas más repetidas se refieren al cobro de aranceles no previstos por el consumidor, al atraso excesivo en la internación del producto y a la aparente arbitriariedad de los controles. Algunas suman ambas las tres situaciones, manifestadas por personas que pagaron un alto costo no previsto para internar un producto que, además, recibieron meses después de lo esperado, perdiendo en ocasiones sus oportunidades de negocio y atrasándose en el pago de algunas deudas.

En parte, estos problemas pueden ser responsabilidad de los propios consumidores, por no informarse bien. Sin embargo, si uno revisa la página de Aduanas se encontrará con que la lista de bienes sometidos a ciertos impuestos y controles especiales no es exhaustiva. Lo único claro es que sólo los productos para consumo personal con un valor menor a 30 dólares no están sujetos a pago de aranceles ni IVA. Nada hay sobre plazos.

LA autoridad política debiera estar interesada en estudiar maneras de simplificar y agilizar el trámite aduanero, además de generar medios para informar mejor a los pequeños importadores sobre sus derechos y obligaciones. Después de todo, lo más probable es que la cantidad de compras de los chilenos en el extranjero sólo aumenten, y con ellas el problema de aduanas. Atajarlo ahora, entonces, previene complicaciones futuras.

Son muchas las cosas que deben cambiar en Chile para acomodarnos al hecho de habernos transformado en una sociedad de consumo masivo conectada al mundo. Una pieza clave dentro de estas transformaciones es, sin duda, la operación de nuestras aduanas. Su buen funcionamiento es un engranaje central para la democratización de algunos de los beneficios de la globalización.