Columna publicada el 25.09.18 en La Segunda.

Nuestras elites cosmopolitas creen vivir un instante estelar. Todavía festejan el concurso del piñerismo para aprobar la ley de género (poco importó a La Moneda la disidencia del 70% de sus parlamentarios); y ya asoma la disputa sobre vientre de alquiler, otra polémica que las encandila. Pero las ideas (o su falta) tienen consecuencias, por lo que debemos tomarlas en serio, aunque el mainstream por momentos se resista a hacerlo. Veamos dos ejemplos, uno relativo a los debates ya señalados y otro referido a su visión más amplia del mundo contemporáneo.

Primer ejemplo. La intelligentsia no trepida en pontificar sobre feminismo (un diputado RD incluso afirmó que ahora es “la causa más importante de la izquierda”), pero simultáneamente abraza una curiosa concepción del género, que llega a desconocer la distinción entre hombres y mujeres. Así, mientras la condición propiamente femenina, diversa a la del varón, era un supuesto básico en la reflexión de pensadoras como Virginia Woolf, Mary Wollestonecraft y hasta Simone de Beauvoir, hoy el establishment propone un curioso feminismo sin mujeres, en la medida en que tiende a renunciar a esta noción. Desde luego, tal ensoñación angélica resulta demasiado distante del día a día de las mujeres de carne y hueso. Quizá esa lejanía explica el escándalo originado en su minuto por las declaraciones de Rafael Gumucio, quien cometió la osadía de recordar que los abusos e injusticias no afectan por igual a la mujer pudiente y a la desposeída. Y quizá esa misma distancia explica la aceptación acrítica del alquiler de vientre por parte de quienes dicen luchar contra la cosificación de la mujer y, sin embargo, aplauden la conversión del cuerpo femenino en un precario bien de consumo.

Segundo ejemplo. Conviene reparar en la réplica que diversos exponentes del progresismo criollo ofrecen ante las objeciones que se le formulan: “es que el mundo avanza hacia allá”. Como si tal planteamiento fuera medianamente compatible con una concepción robusta de la libertad que tanto se proclama. Como si el orbe fuera una realidad unívoca y no existieran fenómenos tan desagradables y problemáticos como la AfD en Alemania, Jair Bolsonaro en Brasil, el Frente Nacional en Francia, Viktor Orbán en Hungría, Matteo Salvini en Italia, Vladimir Putin en Rusia o Donald Trump en Estados Unidos (olvidarse del pueblo nunca es gratis). Y, en fin, como si las agendas y prioridades progresistas fueran una completa novedad en la historia de la humanidad. En su reciente visita a Chile, la intelectual francesa Chantal Delsol ilustró el estrecho y paradójico parentesco de varias de esas agendas con prácticas típicas del paganismo antiguo, luego abandonadas por la civilización occidental.

Vaya progreso.