Columna publicada el 11.09.18 en La Segunda.

Hace 6 meses Sebastián Piñera volvió a La Moneda. Y más allá de los vaivenes propios de la instalación, comienza a asomar un rasgo inquietante, que ya afectó su primer mandato: la falta de una hoja de ruta nítida y distintiva.

La comparación con Bachelet II, favorable en otros aspectos, sirve para ilustrar el punto. La expresidenta tuvo múltiples problemas, pero en lo medular su discurso fue siempre el mismo: combatir las desigualdades mediante reformas estructurales al “modelo”, las que promovían derechos sociales gratuitos y universales (el “otro modelo”). Pues bien, ¿cuál es la narrativa equivalente del gobierno actual? ¿Hacia dónde anhelan mover el país Piñera y sus ministros?

Al anunciarse el gabinete, los medios primeros, y el oficialismo después, dijeron que el sello sería “gobernar sin complejos”. Pero como era previsible, pronto se comprobó lo inconveniente de esa retórica. Las reiteradas salidas de libreto del exministro Varela y del ministro Valente son el mejor ejemplo. Hay quienes confunden la defensa razonada de convicciones fundamentales (que, por cierto, no hubo ni en gratuidad ni en objeción de conciencia institucional), con el menosprecio al diálogo y el cuidado en las formas.

Dicha lógica, además, era incompatible con la apelación a los consensos y la segunda transición. Pero tampoco basta con esto último. Si bien el tono republicano es un avance comparado con la “retroexcavadora”, no parece adecuado como mensaje central. Las peculiares circunstancias que posibilitaron la “democracia de los acuerdos” ya no existen (si alguien lo duda, ahí están la polémica en torno al salario mínimo o el aniversario del “No”). Y no debemos olvidar que Sebastián Piñera prometió un “cambio de rumbo”, que supone un proyecto sustantivo y no sólo ciertos consensos mínimos.

Con todo, hay una alternativa disponible, apenas sugerida por La Moneda hasta ahora: tomarse en serio la primacía de los más débiles y vulnerables. Gobernar en función de ellos es justo y permite fijar prioridades políticas propias, enfrentar a la nueva izquierda en el plano de las ideas, y potenciar correctas intuiciones sectoriales (reforma al Sename, educación inicial, sala cuna universal, integración urbana, protección a la clase media vulnerable). Ahora bien, esto exige ignorar las encuestas y el big data por momentos. ¿Será posible?