Columna publicada el 14.08.18 en La Segunda.

La polémica por los dichos de Mauricio Rojas acerca del Museo de la Memoria volvió a poner sobre la mesa las enormes dificultades que experimentamos a la hora de abordar nuestro pasado reciente.

La primera y más notoria afecta a la derecha política, y guarda relación con su falta de convicciones y sentido histórico. Este déficit lleva a sus actores a transitar sin mayor reflexión de la denuncia de los “cómplices pasivos” a la descripción del Museo como un “montaje”. En particular, este calificativo fue cuando menos tosco y mezquino, y ofensivo para no pocos chilenos. Nunca está de más subrayar que ningún antecedente del 11 de septiembre justifica las torturas y desapariciones perpetuadas bajo el régimen de Pinochet. Y como los planteamientos de la derecha aquí suelen ser leídos desde la sospecha justificatoria, la exigencia mínima es ser muy cuidadosos, especialmente si la crítica busca ser consistente con la (indispensable) condena a las violaciones a los derechos humanos. Desde luego, el gobierno debiera tomar nota: estamos ad portas de recordar 45 años del golpe de Estado y 30 del plebiscito del 5 de octubre del 88. ¿Podrá el oficialismo ofrecer una narrativa razonada de la dictadura?

Ahora bien, si los dichos de Rojas pueden ser calificados como destemplados, ¿no merece un adjetivo análogo el linchamiento que vivió estos días, y que lo llevó a renunciar al gabinete ministerial? Desde luego cabe discrepar de sus opiniones, y quizá ya no convenía su permanencia como Ministro, pero lo cierto es que Rojas nunca justificó ni negó las violaciones a los derechos humanos, y sin embargo ahí quedó, junto a los más infames negacionistas. De hecho, no faltó quien lo identificó con los colaboradores del nazismo. La desmesura es manifiesta. Ya lo dijo Todorov en el mismo Museo: cuando la memoria se “canoniza” se vuelve peligrosa, en la medida en que nos impide conversar. Por lo demás, esa conversación es pertinente. Aunque algunos lo olvidan, el Museo de la Memoria ha recibido críticas de diverso tipo, desde su real contribución en el propósito de dignificar a las víctimas y sus familias, hasta el protagonismo que otorga al camino que llevó al “No”. De ahí el problema de rechazar a priori su escrutinio. En rigor, éste es la consecuencia lógica de tomarnos en serio los fines del Museo.

Todo lo anterior remite a otra dificultad de más largo aliento. A diario hacemos gárgaras con la diversidad y la diferencia, pero tenemos serias dificultades para procesar las divergencias en asuntos difíciles. Conviene reparar en ello, pues se trata del tipo de lecciones que debiéramos haber aprendido de las “planificaciones globales” que, al decir de Mario Góngora, sufriera nuestro país desde mediados del siglo pasado.