Columna publicada el 16.08.18 en The Clinic.

Los “debates valóricos” suelen tener, en la práctica, poco de debate. Como enfrentan miradas divergentes sobre dimensiones fundamentales de la vida no es extraño que se haga difícil dialogar. La dificultad se profundiza por el hecho de que más que oponer las distintas visiones en disputa, terminamos convirtiendo al otro en un ignorante, un obtuso o incluso un monstruo porque no piensa como nosotros. Nos hacemos una caricatura de quien está del otro lado, aunque, convengamos, tal caricatura en más de una ocasión se construye con ayuda de representantes que, de lado y lado, la confirman. Pocos podrán desconocer este riesgo en nuestras actuales sociedades democráticas, cuyas implicancias son problemáticas. La más evidente es que abandonamos lo que está verdaderamente en juego en esas discusiones, para definir rápidamente en qué bando nos posicionamos. Dejamos así de discutir sobre lo central: hasta dónde intervenimos en el inicio y final de la existencia, cómo garantizamos el ejercicio de la autonomía y libertad de las personas, cómo nos aseguramos de no castigar (y reconocer) a quienes enfrentan experiencias violentas o dolorosas, con las que no saben cómo seguir adelante.

La complejidad de estos temas exige buscar nuevas referencias para avanzar en discusiones entrampadas. En ese camino, el nuevo libro publicado por el IES, Teoría de género o el mundo soñado de los ángeles, puede aportar al debate sobre género en nuestro país. Bérénice Levet, su autora, entra de lleno a una disputa que en el contexto francés ha sido especialmente polémica. Y lo hace con una posición clara: se ubica críticamente frente a los autores paradigmáticos de la filosofía de género, así como ante la traducción política que, a su juicio, esas premisas han tenido en Francia. Para Levet, esta teoría instala una lectura de la realidad que, en última instancia, la ve como pura imposición arbitraria. No se trata simplemente de afirmar la autonomía para definir las identidades sexuales, sino de establecer una relación con el mundo donde todo lo dado se nos presenta como dominación. Y entre las cosas dadas, dice Levet, está sobre todo la diferencia sexual entre hombres y mujeres que esa filosofía hoy querría desmontar. La postura de la francesa es tajante y, sin duda, polémica. Pero no se la puede clasificar con facilidad, pues no crítica a la filosofía de género apelando a la naturaleza, como si el dato biológico de la sexualidad bastara como justificación de nuestras diferencias. “Se nace mujer y se deviene mujer”, señala la francesa remitiendo nada menos que a Simone de Bauvoir e intentando una síntesis entre aquello que recibimos y lo que vamos configurando a lo largo de nuestra vida. Corresponde a los lectores dirimir si su crítica al “Género” parece convincente. Con independencia de eso, el libro tiene el mérito poco común de tomarse en serio el fenómeno, poniendo de manifiesto un nivel que suele estar ausente en nuestro debate local: sobre qué justificación y mirada del mundo descansan los derechos que en estas discusiones reivindicamos. La defensa y oposición a tales derechos son más profundas que la identificación (o no) con aquellos que los levantan (conclusión que redunda, por lo general, en definir buenos y malos). Son posturas en las que también se pone en juego cómo miramos y entendemos lo que nos rodea.

¿Cómo recuperar, dice Levet, la experiencia de la gratuidad y del don si triunfa una filosofía que pareciera afirmar que la voluntad personal es el criterio central para movernos en el mundo? ¿Cómo reconciliarnos con la realidad si aquello que nos ha sido entregado sólo lo vemos como imposición? Las respuestas a estas preguntas serán, evidentemente, dispares. Pero eso no las hace menos relevantes. Además de la discusión sobre género que hoy ocupa al Congreso, la ola feminista o las denuncias a la Iglesia han hecho manifiesta una experiencia transversal de abuso que, lógicamente, ha puesto en tela de juicio el modo en que nos relacionamos. Han problematizado también cómo enseñamos, desde pequeños, los límites para acercarnos a otros y la manera en que acompañamos a cada uno en el proceso de descubrir quién es. Esto exige mirar con distancia cómo históricamente hemos enfrentado ese radical desafío y arriesgarnos a buscar nuevas fórmulas. Pero es fundamental también no quedarnos vacíos en ese camino, en la difícil tentativa de ser neutros, de no imponer nada al otro, como si fuera posible superar definitivamente todas las determinaciones. Porque entonces, ¿cómo es que tendremos algo valioso para entregar? ¿No corremos el riesgo de terminar abandonando al otro por evitar imponerle nada? Frente a las tesis de la emancipación que oponen a las determinaciones sociales la liberación y la lucha, Levet se pregunta si no es posible oponer también la gratuidad y el gozo de todo aquello con lo que llegamos al mundo. Una convocatoria que, más allá de dónde nos posicionemos, parece valioso considerar.