Columna publicada el 21.08.18 en El Líbero.

La inclusión de menores de 14 años a la ley de identidad de género reavivó la polémica respecto de qué hacer con los niños en esta materia. Sin embargo, no es la primera iniciativa que enfrenta estos dilemas, ya que anteriormente se presentó una moción que busca “incorporar la identidad de género entre los objetivos de la educación parvularia”. El proyecto, presentado por cinco senadores, tiene frases como “el desarrollo de la identidad sexual de género de los niños” y oraciones del tipo “proponemos incorporar dentro de los objetivos de la educación parvularia el estimular el desarrollo de la identidad sexual de género de cada niño y niña”.

Las citas plantean dudas respecto a la comprensión que tienen los parlamentarios en estos temas.La identificación entre sexo y género es un primer ejemplo, mientras que sus objetivos dan cuenta de una ambigüedad importante sobre el alcance que pretende dicho proyecto (¿Qué se busca estimular exactamente? ¿Por qué es necesario estimular algo que, se supone, emerge de forma espontánea?). El proyecto parece estar a la vanguardia en sus objetivos, aunque quedan dudas de cuántos de ellos son bien comprendidos por sus vanguardistas redactores.

El debate ha olvidado hasta ahora que en la discusión sobre género subyace un problema filosófico y antropológico nada trivial: ¿cómo se relacionan la dimensión natural y cultural de nuestra vida sexual? Bérénice Levet, en su libro Teoría de género o el mundo soñado de los ángeles, cuya primera edición en habla hispana se lanzará este jueves en el Instituto de Estudios de la Sociedad, acusa precisamente la falta de reflexión sobre este tema. La filósofa francesa, crítica tanto de las defensas más radicales del género como de los argumentos naturalistas de sus detractores más acérrimos, ofrece otro lente para aproximarse a este debate. Según ella, el discurso más polémico sobre el género aboga por una total igualdad entre lo masculino y lo femenino, haciéndolos completamente intercambiables el uno con el otro. Así, se rompe de forma absoluta con la naturaleza, de la que podemos librarnos radicalmente gracias a los avances técnicos de la medicina. Sin embargo, con ella también parecieran desvanecerse la alteridad y toda posibilidad de erotismo entre ambos sexos. En ese proceso está implícito el riesgo de supresión del deseo. La preocupación de la autora es que al escindirse a tal extremo de la corporalidad se pierda al mismo tiempo la antiquísima y valiosa tradición occidental (con especial arraigo en la cultura francesa a la que ella pertenece) que ha forjado la seducción y ha permitido una intimidad particular entre sus habitantes.Su aproximación al género no es, en consecuencia, meramente biológica ni cultural, sino una mezcla de ambas (“se nace mujer y se deviene mujer”, afirma la autora).

La aproximación de Levet a los debates de género es bastante particular y, ciertamente, no la única que existe. Uno puede compartir en mayor o menor medida sus premisas, pero difícilmente se podrá escapar de aquel problema que plantea la relación entre persona, cultura y naturaleza.Se trata de una reflexión imprescindible en esta materia, cuyas consecuencias últimas distan mucho de ser inocuas. Entender que la experiencia humana depende de ambas dimensiones en una relación simbiótica es fundamental tanto para éste como para otros tópicos. La filósofa francesa sostiene que si “el Género es cuestionable, no lo es en cuanto que afirma que en la identidad sexual tiene cabida lo construido, sino en cuanto que excluye toda continuidad entre lo dado naturalmente y esta construcción” (el uso de la mayúscula para hablar de género es para hacer alusión a la forma más radical de su defensa).

No sorprende que el debate sobre género en Francia –que motivó a Levet a escribir este libro– se haya generado a propósito de su inclusión en el currículum de educación parvularia: en esto hay una fuerte similitud entre los políticos de distintas latitudes. El género es un tema controvertido que admite diferencias legítimas, según las distintas cosmovisiones, diferencias culturales o trayectorias personales. Desde luego, tales diferencias no tienen nada de reprochable; pero quizás deberíamos ser más cautos al utilizar la educación parvularia como primera trinchera de esas batallas. La lectura de Teoría de género de Bérénice Levet conduce inevitablemente a esa conclusión.