Columna publicada el 08.08.18 en La Tercera.

¿Cómo explicar la incipiente demanda por aborto libre? La pregunta es inevitable, sobre todo cuando hace menos de un año se aprobó la ley que “regula la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales”. Ahora bien, una primera pista se encuentra precisamente en el eufemismo implícito en aquel título: bastaba leer en diagonal el proyecto que promovió Michelle Bachelet para comprender que ahí se buscaba mucho más que una mera despenalización. El propósito siempre fue garantizar como prestación exigible -como derecho- ciertos supuestos de aborto directo (y por eso ahora discutimos sobre objeción de conciencia institucional, y por eso la propia Bachelet hoy se sube al carro del aborto a secas).En rigor, el debate fue poco honesto desde un inicio: ni Ignacio Walker ni nadie debiera sorprenderse con el panorama actual. Guste o no, es el paso lógico.

Con todo, bajo esta disputa subyacen también fenómenos de más largo aliento. En particular, destaca la curiosa y progresiva obsesión de gran parte de nuestra izquierda con lo que podría denominarse neoliberalismo cultural. Al mismo tiempo que aquel sector nos invita a combatir el individualismo que azotaría nuestra sociedad, el PS, el Frente Amplio y otros actores de ese mundo insisten en pensar el dilema del aborto única y exclusivamente desde el pretendido derecho de la mujer sobre su cuerpo. Aquí no importan demasiado ni el estatus del no nacido, ni la opinión del padre, ni la conciencia de los médicos, ni las condiciones precarias de los embarazos vulnerables, nada; solo la autonomía individual. Si se quiere, se trata del cumplimiento de la profecía del joven Marx. En “Sobre la cuestión judía”, Marx advirtió que la dinámica de los modernos derechos individuales consolidaría la posición de la mónada aislada, del “hombre separado del hombre y de la colectividad”. Nuestra izquierda parece empecinada en darle la razón.

Lo anterior guarda directa relación con un problema aún más amplio y generalizado, que excede a esa izquierda (y a esa porción de la derecha que le hace el amén en esto). Me refiero a nuestra permanente indiferencia ante los más débiles y vulnerables. Los esfuerzos de nuestra vida común no están dirigidos a superar las carencias sociales más apremiantes, y en diversos ámbitos favorecemos agendas que tienden a insensibilizarnos al respecto. Tuvo que transcurrir más de una década para que reaccionáramos frente a las atrocidades ocurridas en el Sename. Se ignora el alza de los campamentos. Se criminaliza de modo indiscriminado e irreflexivo el comercio informal. Apenas explota el drama de los adultos mayores se propone la eutanasia. Y así, suma y sigue. La indiferencia ante el niño o niña no nacido es, por desgracia, solo un ejemplo adicional.