Columna publicada el 17.07.18 en La Segunda.

Hace pocos días, la senadora Carmen Gloria Aravena anunció su renuncia a la vicepresidencia de Evopoli. Ella dijo sentirse “abandonada frente a las amenazas y emplazamientos” de miembros de esta tienda, para quienes su comprensión del matrimonio como unión de hombre y mujer atentaría contra la “igualdad de derechos”. Finalmente, la directiva del partido intervino y la parlamentaria se retractó, pero el fenómeno es digno de atención por varios motivos, más allá de esta polémica puntual.

En efecto, el hecho confirma una tendencia creciente: identificar liberalismo político con progresismo cultural. Se trata de una dinámica que reduce el espectro liberal a una única y controvertida vertiente, que no siempre converge con las inquietudes liberales básicas, en la medida en que diluye los límites y amplía la extensión del poder estatal (basta recordar la polémica sobre objeción de conciencia institucional).

Asimismo, tal progresismo a ratos adquiere un aroma de censura e intolerancia cuando menos llamativo, que guarda escasa relación con el escepticismo que caracteriza a los liberales más reflexivos. Es lo que sufrió Aravena en carne propia: aunque la declaración de principios de su partido no exige modificar el concepto vigente de matrimonio, ella se ha visto muy presionada al no seguir la denominada agenda progresista en ese campo.

Conviene advertir, además, que aquel progresismo suele emplear un lenguaje de los derechos vago y ambiguo, que no colabora demasiado a resolver nuestras diferencias. Para dialogar y debatir con razones no basta afirmar derechos de modo abstracto, sino que debe explicarse cómo y por qué medidas e instituciones concretas favorecen o perjudican exigencias de justicia determinadas. Acá, por desgracia, un número no menor de nuestros liberales está al debe.

Todo esto debiera importar a los diversos exponentes de esa corriente, pero no sólo a ellos. En las primeras páginas de Making Men Moral, Robert P. George señala que “cualquier crítico del pensamiento político y moral liberal mínimamente imparcial debe reconocer las genuinas contribuciones de la tradición liberal a la identificación y protección de las valiosas libertades humanas”. La paradoja es manifiesta: varias de esas libertades corren serio peligro con el avance del progresismo más disruptivo. La senadora Aravena puede dar fe de ello.