Columna publicada el 24.07.18 en El Líbero.

La idea del mérito es típicamente de derecha. Y en esto suele ser consistente porque con ello fundamenta sus posiciones en asuntos bastante variados. Desde luego, para justificar las desigualdades socioeconómicas (de resultado, no de oportunidades, según la jerga); pero también en los casos de delincuencia (y esto ha quedado patente en la reciente discusión sobre la ley penal juvenil). El delincuente tiene que ir a la cárcel porque se merece el castigo. Quien comete un delito, se dice, debe responder de ello porque todos somos responsables de nuestras acciones.

Podemos encontrar una interesante metáfora de esta idea en la película Million Dollar Baby, de Clint Eastwood (por lo demás, un famoso republicano estadounidense). El leitmotiv de la película es que a mayor esfuerzo habrá mayor recompensa. En el gimnasio en que entrena Maggie Fitzgerald (Hilary Swank) se muestra un cartel en una escena al pasar que lo retrata de cuerpo entero: “Los ganadores son los que están dispuestos a hacer lo que los perdedores no”. Y en esta conexión con el relato de la derecha no hay nada trivial. La palabra “ganadores” o “los mejores” fue el término con que se buscó describir a los miembros del primer gobierno de Sebastián Piñera y también a varios ministros de su segundo mandato.

El problema de todo esto es que el supuesto del mérito es más o menos problemático y mucho más complejo de lo que suele asumirse. Empecemos por la delincuencia. Los delincuentes (salvo los de cuello y corbata) son hijos de la marginalidad. Son personas cansadas de largas jornadas que traen pocos resultados en su tiempo de vida; les espera un futuro poco prometedor que, en su psicología, parece ser inevitable. La pregunta que se harán es obvia: ¿qué sentido tiene esforzarse entonces? No hay que ser determinista para cuestionar cuán libre es el hijo de una madre drogadicta que no recibió educación. ¿Cuánta capacidad de decisión tiene para no obtener dinero de otra forma? No se trata de que no tenga otra alternativa, sino de que o tiene poca conciencia de que existe, o cuando menos resulta muy difícil tomarla.

Justificar el modelo socioeconómico única o fundamentalmente en base al mérito también tiene sus dificultades. Asumiendo que se partiera desde un lugar más o menos similar (igualdad de oportunidades), el sistema no siempre premia el esfuerzo —y quien insistió en esto fue nada menos que Hayek—. Por un lado, las condiciones de la oferta y la demanda son volátiles (y los emprendedores saben de eso). Pero por otro, y quizás esto es más de fondo, la idea de meritocracia asume una antropología de ganadores que poco se condice con la realidad humana, pues otorga a la palabra éxito un sentido demasiado unívoco. ¿Es fracasado el pintor que no vendió cuadros en vida? Además, ¿por qué solemos asumir que el trabajo es la principal forma de realización humana? ¿No es problemático decir que “trabajar duro” es siempre digno de alabanza? ¿No alcanza el éxito ese padre o madre que se dedicó exclusivamente a cuidar a sus hijos? ¿O aquel que es capaz de disfrutar una buena novela? ¿Dar un largo paseo sin mirar el celular? ¿No es acaso un ganador aquel capaz de mirar el techo sin aburrirse? ¿O el que tiene la escasísima virtud de entrar en ese estado mental o espiritual que llamamos ocio? Quienes descalificarían estas preguntas como bucólicas o sin sentido de la realidad sólo confirmarían la tesis: que se trata de una antropología del ganador.

Naturalmente, la meritocracia es una justificación en muchos sentidos válida (ciertamente en temas penales, pues trata al delincuente como un fin en sí mismo) y no hay ninguna razón de peso para abandonarla; además, toda sociedad requiere vivir bajo ciertos mitos. Pero adoptarla como un dogma que no tiene fisuras demuestra, a estas alturas, ceguera. El discurso de derecha debiese ser sensible a esto, pues ya sabemos que quienes intentan asumir una idea desconociendo sus aspectos problemáticos están condenados a pisarse la cola permanentemente y, en Chile al menos, a ser minoría (aunque, para su consuelo, una minoría de ganadores).