Columna publicada el 12.06.18 en El Líbero.

A propósito de las marchas y tomas feministas, llama la atención una idea que, si bien se ha difundido mucho en las redes sociales, no se limita a ellas: quienes se oponen a las reivindicaciones del movimiento supuestamente se darán cuenta con el tiempo que están “al lado incorrecto de la historia”. Más allá de las demandas concretas o los matices posibles dentro del feminismo, no deja de ser inquietante la tesis que subyace a la expresión. ¿Es que la historia avanza en una dirección determinada y el objetivo está cada día más cerca? ¿Acaso podemos asegurar con certeza que unos estarán del lado correcto y otros, a quienes ya tenemos completamente identificados, quedaron sumergidos en el error? ¿No está toda acción humana teñida de una incertidumbre tal que nos obliga a evaluar con frecuencia y prudencia todos nuestros actos?

En tanto pone en serio entredicho el espacio para la distancia crítica y, más aún, la idea de libertad, es curioso que en éste y otros debates no sean pocos quienes aluden a una justificación del “lado correcto de la historia”. Mis acciones e intereses, mis objetivos y sueños siempre estarán fundamentados en una tierra donde el error no puede echar raíz, y la historia a la larga nos demostrará que estábamos en lo correcto. Y es paradójico, además, que muchos de aquellos que parecieran poseer tantas certezas de la dirección hacia la cual avanza la sociedad sean también quienes dicen defender la autonomía de los hombres para plantear los fines de su propia vida. Hay una tensión difícil de resolver en aquel liberalismo que —parafraseando a Aron— se comporta como un confidente de la providencia.

Quien elabora una interesante crítica a algunas de estas ideas es Daniel Mansuy, quien, junto con Matías Petersen, publicó recientemente el libro F. A. Hayek. Dos ensayos sobre economía y moral (IES, 2018). En su lúcida lectura de Law, Legislation and Liberty, Mansuy explora algunas de las tensiones que surgen cuando el economista austríaco plantea, como alternativa al socialismo soviético, una “utopía liberal”. El problema, dice Mansuy, es que, al intentar darle un horizonte de sentido al liberalismo, termina emulando aquello que critica en la vereda del frente. Es decir, todo el escepticismo desde el cual Hayek critica al socialismo e intenta describir las motivaciones de los sujetos en el mercado se pone en tela de juicio cuando intenta dotar a su sistema de legitimidad política, pues asume una enorme seguridad en la capacidad predictiva del hombre. A pesar de lo interesante de su crítica, pareciera que la inclinación de Hayek a una “utopía” siempre está determinada por el afán polémico de vencer intelectualmente al socialismo. O dicho de otro modo, prefiere extremar su argumento si las condiciones políticas lo obligan a ello.

La tesis hayekeana refleja, una vez más, que las utopías políticas siempre están condicionadas por el contexto en que se elaboran. La historia pareciera rebelarse ante cada intento de fijar sus horizontes, no sólo porque atentan contra la libertad de toda acción humana, sino sobre todo porque su interpretación es tan compleja que resulta difícil predecir el sentido que tendrán los hechos que en el presente nos sorprenden tanto. Sin embargo, no sólo son utópicas aquellas teorías complejamente construidas que describen cada fragmento de un hipotético ordenamiento social. También son utópicos aquellos intentos por fijar el futuro en la dirección que más nos acomode, queriendo restar valor a aquellos que, a primera vista, quedaron debajo del tren de la historia. Con todo, la historia parece avanzar en un riel cuya dirección no sabemos de antemano, por lo que parece legítimo que algunos prefieran recorrerlo a pie y no emitir juicios demasiado apresurados.