Columna publicada el 08.05.18 en La Segunda.

Hace un par de días se cumplieron 200 años del nacimiento de Karl Marx, cuyo legado continúa siendo objeto de reflexión y disputa. Hablamos no sólo del principal referente intelectual de la izquierda, sino también de quien es considerado –junto a Durkheim y Weber– uno de los padres de la sociología. Y aunque ambas facetas a veces se disocian, hay momentos en los parecieran encontrarse el ideólogo político y el pensador que interroga la realidad. Uno de esos momentos, que nuestra izquierda haría bien en meditar, remite a la obra del joven Marx.

En 1844, el nacido en Tréveris publicó “La cuestión judía”. Más allá de su foco central (responder a un texto de Bruno Bauer titulado igual), es pertinente recordar laimagen de la sociedad burguesa que ahí dibuja Marx. Él critica agudamente un mundo que juzga basado en el egoísmo y, entre otras cosas, dirige sus dardos al peculiar lugar, comprensión e influencia de los modernos derechos individuales en ese cuadro. Los describe como “los derechos del hombre egoísta, del hombre separado del hombre y de la colectividad”. En suma, denuncia los derechos que invoca “un individuo replegado sobre sí mismo, sobre su interés privado, sus placeres privados y separado de la comunidad”.

Desde luego, el texto citado es interesante no tanto por su diatriba contra el egoísmo –en principio todos lo rechazamos-, sino más bien por la conexión que Marxsugiere aquel egoísmo y la lógica de los derechos individuales, los mismos que hoy reivindicamos de manera incesante en las más variadas esferas de la vida social. A fin de cuentas, esa lógica tiende a instalar a cada cual en su propia particularidad y, por tanto, bien puede favorecer algunos fenómenos que decimos mirar con escepticismo.

Todo esto debiera interpelar a nuestra izquierda, en especial a la nueva versión que busca encarnar el Frente Amplio. Una y otra vez ellos nos invitan a superar el individualismo y a ser ciudadanos y no clientes. Al mismo tiempo, sin embargo, abrazan todo tipo de agendas fundadas en pretendidos derechos individuales, sin preguntarse demasiado ni por su coherencia ni por sus implicancias. La duda es inevitable: ¿en qué lugar quedan los más débiles y vulnerables –desde los no nacidos hasta los adultos mayores– cuando se piensa la vida social desde la mónada aislada que quitaba el sueño al joven Marx?