Entrevista publicada el 13.05.18 en medios regionales de El Mercurio.

La desconfianza del Presidente al forjar sus relaciones políticas y una cierta tendencia de la derecha a los “autogoles” son factores que no pueden quedar fuera de un análisis a los primeros meses de la segunda administración de Sebastián Piñera. Así lo cree Daniel Mansuy, académico de la Universidad de los andes e investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES).

“Las confianzas políticas a él (Sebastián Piñera) le cuestan. Si te das cuenta, los ministros políticos están en carteras sectoriales, como Justicia, Defensa, Vivienda y Trabajo. El resto son personas que le responden a él. Y eso no es un déficit de la estructura”, asegura.

Filósofo, magíster en Fundamentación Filosófica y máster y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Rennes (Francia), Mansuy agrega que el fallido nombramiento de Pablo Piñera como embajador de Chile en Argentina fue paradigmático: “O bien el Presidente no escucha a sus asesores o bien sus asesores no se atreven a decirle las cosas. Ambos casos son graves”.

De acuerdo a su análisis, hasta este episodio Piñera “se había mantenido al margen de los errores”. Mansuy discrepa también del Premio Nobel Mario Vargas Llosa tras el episodio con Axel Káiser y el “no te acepto esa pregunta”, cuando fue conminado a reflexionar respecto de si hay mejores dictaduras que otras o, si se quiere, algunas menos malas que otras.

 -¿Cree que el hecho de que el Gobierno aparezca administrando temas como la agenda valórica, que no estaban en su planteamiento inicial, lo hace presa de errores no forzados?

“El Gobierno llegó en un escenario en que la administración anterior dejó muchas cosas que no estaban cerradas, como el protocolo para el aborto en tres causales y hoyos financieros aparentemente bastante significativos. Y el mal llamado tema valórico es uno de los temas que más tensa a la coalición oficialista. Tienen que buscar un equilibrio entre las diversas visiones que hay, pero también requiere mantener algunas convicciones sobre algunos temas. Al fin y al cabo, Sebastián Piñera fue crítico de la identidad de género mientras era candidato se mostraba crítico frente a estas cosas. Hay que jugar con todas las variables, como un equilibrio político que hay que cuidar y que hay minoría en el Congreso. Y eso no siempre es fácil”.

 Los errores no forzados

 -¿Tiene la impresión de que en este Gobierno existe cierta tendencia a los “autogoles”? Me refiero a las explicaciones por el viaje de Felipe Larraín a Boston, el contrato del hijo de Andrés Chadwick en el ejecutivo o a la designación de Pablo Piñera como embajador en Argentina.

“Hay dos problemas. Uno es la aparente desconexión de la elite que nos gobierna con la calle. Si uno anda en el Metro, se sabe que nombrar embajador en Buenos Aires, al hermano del Presidente es complicado. Si uno viaja en Metro sabe que es raro que el hijo del ministro del Interior sea director de eventos o que es complejo que el ministro de Hacienda viaje a una reunión de compañeros en Harvard, en primera clase, pagado por el Estado. Ahí hay un problema de desconexión con el sentir y la sensibilidad nacional que me parece súper complicado, porque creo que es la receta perfecta para hacerse todos los autogoles del mundo. Se los pueden comer todos si no tienen esa sensibilidad fina con lo que la gente percibe. Y después hay un problema que es más estructural, que tiene que ver con el hecho de impulsar una cancha propia y no la que rayó el del frente. Para eso debes evitar los autogoles que se comen todas las semanas, porque estuvimos dos semanas hablando del hermano del Presidente. Y debes impulsar con energía tu propia agenda. Lo que este Gobierno tímidamente ha esbozado es una agenda social con prioridad en los más vulnerables. Se supone que el ministro Alfredo Moreno iba a llegar muy empoderado y lo hemos visto poco. Ahí, cuando no tienes mucho que decir, el recipiente siempre se tiene que llenar con algo. Y si no lo llenas tú lo van a llenar tus adversarios. Ahí veo al gobierno con destellos, pero débil, sin una línea clara o la energía suficiente para tener el control de la agenda durante cuatro años”.

 -¿Hay alguna raíz más bien histórica en la centro derecha que explique este comportamiento?

“Esto tiene un motivo de más largo plazo y que es que la derecha tiende a tener una actitud más bien reactiva. Le cuenta mucho ser propositiva y, como tiene divisiones internas, se le hace más complicado. Pero el talento político se muestra en estas instancias. Que es complicado, sí que lo es, pero el Gobierno tiene las herramientas para hacerlo: obtuvo 54% de votación en la elección, lo que le da una alta legitimidad. Y aunque es verdad que no tiene mayoría en el Congreso, la oposición está dividida como nunca. Hay dificultades, pero también oportunidades. A la derecha le ha costado mucho impulsar una agenda propia y no vivir al ritmo de lo que quieren decir los demás. Gastar mucho tiempo en la agenda valórica es una excelente manera de jugar en una cancha que no marca la derecha, que la divide y que no es prioridad para ella. Es un poco ridículo sacar el 54% para seguir hablando de las cosas que los demás quieren que se hable”.

 -¿Percibe que para la centroderecha la lealtad se lee en un código más bien de tipo familiar?

“Yo lo graficaría así: Sebastián Piñera, quien tiene muchas virtudes, ganó una elección por segunda vez, lo que no es poco para alguien de derecha, tiene una característica y es que se rodea de círculos de confianza personal. Pueden ser o no familiares o ambos a la vez, como es el caso de Andrés Chadwick. Pero las confianzas políticas a él le cuestan. Si te das cuenta, los ministros políticos están en carteras sectoriales, como Justicia, Defensa, vivienda y Trabajo. El resto son personas que le responden a él. Y eso es un déficit de la estructura. En la Moneda hay tres ministros, Cecilia Pérez (Segegob), Gonzalo Blumel (Segpres) y Andrés Chadwick (Interior), los tres con mucho talento, esto no es una crítica a lo que hacen, que responden personalmente a Sebastián Piñera. Hay ahí una lealtad que es primero personal y luego política. Y los que tienen lealtad política están en ministerios sectoriales, lejos de donde las papas queman”.

-Las acusaciones de nepotismo se han sucedido en varias administraciones de todos los signos. ¿Usted cree que las referencias a nepotismo en este segundo mandato de Piñera son más profundas de lo que se había visto hasta ahora?

“Es peor porque la derecha carga en esto con una mochila más pesada. La derecha carga con el estigma de ser poco meritocrática, de ser un grupo de familia o ‘los amigos de’ que estudian en los mismos colegios y veranean en el mismo lugar. Más allá de si en los números es o no, igual uno debería tener conciencia de la sensibilidad. En este caso se ve peor y el efecto político es desastroso. Lo que se ve es que uno no es hijo, sobrino, primo o yerno, por lo que no hay posibilidades. Esa es la sensación que queda, entonces deberían ser más cuidadosos, sobre todo en La Moneda.

 El caso Pablo Piñera

-¿Cómo cree que fue la actuación del Gobierno en el caso de la designación de Pablo Piñera como embajador en Argentina?

“Fue el caso paradigmático de una decisión en la que el Presidente o bien no escucha a sus asesores o bien sus asesores no se atreven a decirle las cosas. Ambos casos son graves. Porque los asesores son las personas que conectan con el entorno a alguien que está naturalmente encerrado. Mi hipótesis es que o se lo dijeron y no escuchó o su entorno no le dijo. Las dos posibilidades me parecen muy graves y el paradigma de un caso en el que se tomó una decisión sin ninguna sensibilidad sobre lo que está pasando en el mundo. No había que ser un genio para saber que esto iba a generar mucha bulla en un momento innecesario, cuando el Gobierno le estaba yendo bien. No tengo una bola de cristal, pero puede ser como el Barracones del Gobierno anterior. Hasta ahí Sebastián Piñera había estado más callado. Se expuso en primera línea. Creo que es un error grave que le puede costar caro.

-¿Qué le parece la iniciativa del gobierno de tratar de marcar la agenda a través de indicaciones a proyectos de ley?

“Creo que ir a pelear proyectos va a ser difícil. Y esta es una técnica legislativa que puede tener sentido en la medida en que, al ser proyectos que ya están, se ve una proyección menos agresiva del Ejecutivo. Como aproximación me parece hábil. Es difícil ir a buscar los votos, pero la oposición es singular. Y no es imposible ir a buscar acuerdos puntuales con ciertos sectores en materias relevantes. Hay un espacio y ahí se verá la capacidad de negociación que pueda alcanzar el Gobierno”

 El episodio Vargas Llosa

 -Cuando Axel Káiser le planteó a Mario Vargas Llosa, en un conversatorio, si es que, desde la perspectiva del liberalismo, existen dictaduras mejores que otras y el escritor peruano reaccionó señalando que “no te acepto esa pregunta”, usted escribió una columna en la que reprochó la incapacidad del premio Nobel de ofrecer una reflexión respecto de ese punto. ¿A qué se refería con eso?

“Creo que la respuesta de Vargas Llosa es políticamente impecable en la medida que recoge lo que hay en el ambiente y lo que la formulación de la pregunta suponía. Lo que Káiser quiso hacer fue justificar la dictadura en Chile y eso Vargas Llosa lo captó muy bien. Intelectualmente es una respuesta impresentable, porque la teoría política obviamente lo que hace es, desde Aristóteles, comparar regímenes y tratar de establecer puntos de comparación para saber cuáles son mejores que otros. Encontré muy rápida la respuesta de Vargas Llosa, muy facilista, pese a que entiendo que la consulta estaba formulada de modo equívoco. Pero hubiese esperado una respuesta un poco más elaborada. Yo tengo diferencias enormes con Axel Káiser y no le estoy prestando ropa a él, pero creo que en este caso la respuesta de Vargas Llosa estuvo un poco exagerada.

 -¿Está Vargas Llosa muy cerca de las “respuestas absolutas”?

“Vargas Llosa se ve tentado por un liberalismo dogmático , que es la peor versión del liberalismo, aquel que tiene respuesta a todos los problemas, que tiene más afirmaciones que preguntas y certezas que dudas. Por tanto, los que no están de acuerdo con él son defensores de la dictadura, reaccionarios o cavernarios. Cuando un liberal te empieza a llevar de calificativos en una discusión yo empiezo a dudar de su carácter liberal. No es muy coherente con la doctrina que anda predicando. Y eso me llama la atención de su discurso, que ofrece soluciones cerradas cuando el liberalismo es más bien moderado y abierto.

 El lugar del liberalismo

 -¿Dónde está aglutinado el liberalismo hoy en el país?

“La pregunta supone que el liberalismo es algo más o menos tangible que uno pudiera identificar de manera fija. Yo no creo que el liberalismo es eso, sino que en sus distintas variables abarca a todo el espectro: hay liberales de derecha dura, hay un Partido Liberal en el Frente Amplio, hay un centro liberal que se intenta articular, el PPD tiene vocación liberal y en RN también los hay. Entonces, preguntándose dónde están los liberales supone que hay una definición cerrada de los liberales, cuando es mucho más una corriente o manera de aproximarse al mundo más que un programa político. Y eso hace que la discusión sea tan difusa, porque están en todas partes con mayor o menos intensidad.

 -En este sentido, ¿cuál diría usted que es el espacio de Evópoli en la centro derecha actual?

“Voy a decir una cosa buena y una menos buena. La buena es que Evópoli hoy parece encarnar la renovación en la derecha, aunque también hay diputados jóvenes en la UDI y RN. Han hecho la pega, porque montar un partido político no es fácil. Cuando escucho a muchos dirigentes de Evópoli me pregunto si su pertenencia a la derecha es instrumental o no. En la medida en que ponen acento solo en la agenda liberal me hace pensar que hoy están en la derecha y mañana podrían no estar. Mientras más acento le ponen a su liberalismo moral, uno se pregunta en qué medida es un partido de derecha y no está por motivos instrumentales. La desconfianza que genera no es solo porque es competencia, sino porque los demás partidos tienen legítimos motivos para preguntarse si están ahí porque quieren estar o porque el día de mañana se van a ir. Le faltan definiciones doctrinarias.