Columna publicada el 18.05.18 en El Mostrador.

El profesor Fernando Atria, en su texto “Razón Bruta”, se ha dignado a responder a sus críticos. Sin embargo, lo hace con un caballo de Troya al revés: una respuesta razonada y reflexiva envuelta en varias capas de descalificaciones gratuitas. Pero el fondo del texto también confirma su reconocida capacidad intelectual, que fue la que en primer lugar atrajo, en la mayoría de los casos, el interés de quienes lo hemos criticado.

Aunque la “presentación” del texto tiene una debilidad argumentativa manifiesta, partiendo porque Atria parece pensar que todos los que lo hemos cuestionado decimos y pensamos lo mismo, las páginas siguientes son contundentes. En ellas trata con cuidado muchas de las críticas que distintas personas hemos formulado, mostrando varios posibles errores en esos razonamientos y aclarando (aunque no quiera, pues alega que el texto “no responde nada, porque nada he aprendido de mis críticos”) algunos de los puntos en que sus escritos eran efectivamente ambiguos o derechamente equívocos.

En este espacio quisiera hacerme cargo de una parte acotada de las respuestas que Atria realiza a mis críticas a su trabajo: aquella referida a su teoría institucional. Lo hago pensando en que partir de uno de los puntos estructurales de su propuesta permitirá ordenar el debate, pues las diferencias fundamentales quedarán a la vista. Pero antes quisiera plantear dos ideas generales: primero, que agradezco sinceramente esta “no respuesta” del profesor, aunque lamente su forma, porque creo que enfrentarla razonadamente efectivamente hace crecer y aprender, al menos a quienes somos sus destinatarios, además de contribuir al debate público del país. Comete, sin embargo, un error cuando habla de sus críticos como una “generación” que tendría que ser superada: parece no haberse fijado en el hecho de que está discutiendo con personas significativamente menores que él (que nació en 1968), cuyo proceso de maduración intelectual y profesional no está completo, pero que han mostrado, al menos en el caso de Daniel Mansuy (1978) y Hugo Herrera (1974), resultados importantes difícilmente atribuibles exclusivamente a privilegios nacidos de la defensa del statu quo, como Atria afirma. En mi caso, bastante más humilde que los anteriores, nací en 1985 y recién estoy estudiando un doctorado (en una universidad y en un programa en que no aceptan a nadie por defender los intereses del capital). Lo otro que resulta curioso es que Atria se atribuya gratuitamente el carácter de juez de nuestra labor intelectual, y que se declare “esperanzado” de que alguien que no seamos nosotros logre depositar a sus pies argumentos que considere dignos de ser atendidos. Así, si bien agradezco mucho su respuesta, porque me cuesta creer que efectivamente haya dedicado 168 páginas a algo que no le importa ni le interesa, me parece que tiene algunos problemas de auto-percepción.

En segundo lugar, creo que Atria tiene razón cuando piensa que le he atribuido mucha de la carga ideológica del socialismo del siglo XX a sus argumentos, sospechando que tras ellos se encontraba un adversario conocido, así como él parece considerar que tras quienes lo criticamos no se encuentra otra cosa que el interés camuflado del capital. El efecto de esta atribución es que convertimos muchas similitudes en identidades, lo cual puede conducir a errores. Sin duda es distinto leer sus libros fuera de ese canon de lectura pero, por otro lado, utilizar dicho canon no es una locura, una tontera o simple mala fe. Esto, porque Atria no es sólo un intelectual y un académico, sino un líder socialista del ala más izquierdista del partido, que en todas las coyunturas políticas en las que ha participado ha mostrado un compromiso con las posiciones más radicales dentro de su tradición (llegando, por ejemplo, a defender el régimen castrista cubano) y que presenta sus propuestas con la retórica de la “superación del neoliberalismo” y la “recuperación del camino señalado por Allende”. Asimismo, la mayoría de los textos en discusión fueron producidos dentro de coyunturas políticas específicas, y se trata de panfletos políticos, y no de artículos académicos. Así, al menos en mi caso, resulta siempre complicado aclarar cómo deben ser leídos sus textos: como nudo argumento (como si se tratara de un texto de teoría analítica) o como posicionamiento político táctico (y, por tanto, manipulativo y oportunista). Cuando uno quiere determinar el horizonte de la acción de un actor político no lo hace atendiendo exclusivamente a la literalidad de sus declaraciones, que suelen ser zigzagueantes y oportunistas, sino a la dirección de sus actos y al sentido de su oportunismo. Y, sobre esa base, es justificable que la conducta del Atria político sea parte del canon de interpretación de sus textos políticos. Lo otro sería de una ingenuidad que rayaría en la candidez: sería como interpretar los dichos de Jaime Guzmán descontextualizándolos de su actividad política, como si fueran meras teorías de un profesor de derecho constitucional.

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