Columna publicada el 22.05.18 en La Segunda.

Es indudable que la Iglesia católica chilena atraviesa una crisis muy profunda. Ahora bien, toda crisis exige un esfuerzo de comprensión y ésta no es la excepción. Hay un primer tipo de motivos –los vicios y abusos personales e institucionales descritos por el Papa– cuya influencia, a estas alturas, resulta irrefutable. Pero en nuestro medio también comienzan a circular otras explicaciones adicionales. Si efectivamente el propósito es comprender, conviene analizarlas y no aceptarlas en forma acrítica.

En particular, hay una línea argumental que se ha difundido de modo progresivo y que –matices más, matices menos– ha sido abrazada por diversos actores: Ascanio Cavallo, Claudio Rolle, Francisco Vidal. Ella apunta al error que habría implicado el tránsito desde un énfasis “social” hacia uno de índole “moral”. El ejemplo paradigmático, continúa el argumento, habría sido el paso de la lucha por los derechos humanos a la preocupación por temas como el aborto. “¡Extraño a la Iglesia de Silva Henríquez!”, se ha dicho.

No es seguro, sin embargo, que se trate de una aproximación satisfactoria. Nos guste o no la perspectiva católica, uno de sus sellos distintivos es el rechazo de la separación radical entre “lo moral” y “lo social”: para la Iglesia ambas dimensiones van de la mano y admiten fundamento racional. En rigor, si a algo nos invitan el Cura Silva, el Padre Hurtado o el propio Francisco es precisamente a advertir cuán conectadas están la vida moral y la preocupación por los más débiles y vulnerables. ¿O acaso la lucha por los derechos humanos no era un asunto de índole moral?

En ese sentido, cualquiera sea nuestra opinión sobre el aborto, un mínimo de honestidad invita a reconocer que la visión de la Iglesia al respecto (no sólo la chilena) responde a la misma premisa que inspiró la defensa de los derechos humanos en dictadura. Esto es, su concepción de la dignidad trascendente e inviolable de todos y cada uno de los miembros de la especie humana. Silenciar su posición ante el poder político de turno tanto hoy como ayer habría sido traicionarse a sí misma.

Y eso es justamente lo que ha ahora ha sucedido. Los abusos y otros crímenes conocidos en la hora presente manifiestan una traición a su misión. Por eso es tan grave todo lo ocurrido, y por eso es relevante afinar el diagnóstico. Porque uno de los motivos de la crisis actual ha sido la falta de compromiso vital con la razón de ser de la Iglesia por parte de muchos de sus integrantes. Cómo y por qué sucedió esto es lo que debemos seguir explorando. Pero no desde una “psicología de élite o elitista” que asume que para evitar los problemas basta estar a la moda del momento. Más bien todo indica que urge volver a las raíces, a la Raíz de la vida eclesial.