Columna publicada el 24.04.18 en El Líbero.

Los delitos económicos y tributarios aumentaron un 44% entre 2014 y 2017, según un reciente informe de la Fiscalía Nacional. La noticia se dio a conocer hace un par de semanas y pasó totalmente inadvertida, pero es un hecho escandaloso.

El escándalo es doble. Primero, y lo más obvio, es que aumentó la delincuencia. Segundo, porque a pocos les importa. Aquí hay una inconsistencia evidente con la cultura anti delincuencia que se ha ido incubando en los últimos años, especialmente en el sector oriente de la capital, por el fenómeno “portonazos” (que, dicho sea de paso, fue un factor importante en el triunfo de Sebastián Piñera y se usó como bandera de campaña).

¿Qué razón existe para no salir a golpear ollas a las calles? ¿Por qué no vemos la misma indignación? Coludirse, estafar, apropiarse indebidamente de fondos ajenos, evadir impuestos (vía “planificación tributaria”), todo eso es robar. Sólo que el robo lo cometen quienes tienen bastante menos necesidades materiales que la mayoría, están mejor vestidos y han terminado la universidad (en buenas universidades). Además de lo problemático que es esto, de nada sirve para disminuir el desprestigio en que ya se encuentran ciertas elites.

Quienes tengan cierta sensibilidad por argumentos morales podrían no verse persuadidos por lo dicho hasta ahora. A ellos les propongo, entonces, un segundo tipo de argumento. Uno de eficiencia y legitimidad del sistema.

Los delitos económicos son especialmente graves para quienes defienden el funcionamiento y la legitimidad del mercado. Lo que hace el delincuente de cuello y corbata es aprovecharse de los beneficios que el libre intercambio trae, sin asumir las responsabilidades básicas que lo hacen posible (que exista competencia, información simétrica, etc.) En otras palabras, es un freerider. Lejos de aumentar la eficiencia, la disminuye. Suben los precios, se crean barreras de entrada, se compite en desigualdad de condiciones. La lista sigue y es conocida.

Acusar el abuso de las empresas ha sido, hasta ahora, patrimonio de la izquierda. Pero aquí hay una buena noticia para la derecha. Una oportunidad. En efecto, la evolución en su discurso hacia uno más político y menos cooptado por la lógica económica le da autonomía narrativa. Evopoli, por ejemplo, ha insistido en que defender el mercado no equivale a defender a los empresarios. Es defender la empresa y que la iniciativa económica se genere con libertad y cierta igualdad de oportunidad.

Parte de la nueva transición que el gobierno quiere liderar no implica solamente una (necesaria) cultura de los acuerdos. Exige, también, nuevas banderas. Un nuevo relato de derecha demanda, al menos, una postura consistente con lo que el libre mercado realmente significa. Y ello parte por empezar a marginar sin contemplación a esa lacra que saca gratuitamente provecho del sistema sin asumir costo alguno.