Columna publicada el 24.04.18 en La Segunda.

La Moneda vive días difíciles. Aunque el gobierno recién comienza, el escenario que se está incubando es cuando menos ingrato, pues a los errores no forzados se suma una agenda plagada de temas incómodos (algunos, curiosamente, azuzados por miembros del propio oficialismo). La pregunta, entonces, es ineludible: ¿qué puede hacer el Ejecutivo para intentar revertir este panorama y volver a fijar los ejes de la discusión?

Un buen punto de partida sería asumir con fuerza y en toda su profundidad el tipo de relato que los últimos años han insinuado dos de sus miembros más prominentes, Gonzalo Blumel y Mauricio Rojas. El ahora ministro Segpres ha señalado en varias ocasiones en que el principal desafío de la derecha consiste en articular de modo virtuoso la lógica del mérito y los anhelos de solidaridad. Rojas, hoy en el segundo piso, ha subrayado y desarrollado el mismo eje: si no queremos que las libertades sean un privilegio al servicio de algunos, ha dicho, es crucial encuadrarlas en un marco más amplio, caracterizado por la solidaridad e integración con los menos favorecidos.

Los beneficios de un discurso y marco de comprensión como el descrito son previsibles. Si lo tomamos en serio, necesariamente ha de traducirse en una inequívoca opción preferencial por los más débiles, desde los invisibles y descartados de nuestra sociedad hasta los grupos más frágiles de la clase media. Y tal énfasis podría servir de brújula y orientación para el gobierno y su coalición, en las diversas esferas: ahí han de estar las prioridades, desde la retórica hasta las urgencias legislativas; y lo que resulte incoherente con ese prisma (como terminar de manera anticipada con la vida de nuestros adultos mayores), sencillamente no cabe.

Tal opción preferencial, además, implica un claro cambio de rumbo respecto de la administración Bachelet, pero también se aleja de la imagen que para muchos proyectó la derecha de la transición. Después de todo, la prioridad política de los más desposeídos pugna no sólo con la quimera de los derechos sociales gratuitos y universales, sino también con una visión demasiado estrecha de la focalización del gasto público. Aquí se trataría de apoyar a quienes más lo necesitan, en el sentido propio del término. Por dar un ejemplo, no sólo a quienes viven en campamentos o en la calle –aunque en primer lugar a ellos–, sino también a los tres o cuatro de cada diez chilenos (dependiendo de la medición) que sufren el drama de la pobreza o la vulnerabilidad.

En política rara vez existen balas de plata, pero el gobierno cuenta, al menos en forma latente, con ciertas herramientas políticas y discursivas que le permitirían sortear el momento actual. Basta que se decida a utilizarlas.