Columna publicada el 08.04.18 en The Clinic.

El incidente de José Antonio Kast en la Universidad Arturo Prat desató un debate importante sobre el pluralismo en la sociedad democrática. La discusión muestra lo pertinente que es tomarse en serio los presupuestos normativos de nuestra vida común: si ellos fallan, el discurso puede ceder rápidamente a la agresión.

La teoría de la espiral del silencio, de E. Noelle-Neumann, da ciertas luces sobre esos presupuestos. Su objetivo era establecer una relación entre lo que nosotros percibimos como una opinión dominante en la sociedad, por un lado, y la disposición de cada uno a dar la suya, por otro. El mecanismo propuesto es éste: si un individuo tiene una opinión dada, pero se da cuenta de que ella corresponde a una minoría, no la dará a conocer por temor al rechazo. A la inversa, quienes vean su opinión coincidir con ideas populares o compartidas, se sentirán seguros y confiados en expresarse (y ambas tendencias se refuerzan con el tiempo).

La teoría ha sido problematizada. La misma Noelle-Neumann identificó un grupo de individuos para quienes no aplicaría (los llamados “hardcore”, personas insensibles al clima de opinión a la hora de expresarse). Además, esta relación no se verificaría para cualquier tema, sólo para temas “morales” o “valóricos” (y esta distinción es difícil de trazar). Y también se han formulado nuevas teorías que identifican otras dinámicas a la hora de compartir opiniones.

Pero al margen de las consideraciones empíricas, la “espiral del silencio” conserva varios méritos. Ella parece sostenerse sobre la intuición de que el pluralismo es un fenómeno delicado, y que las sociedades contemporáneas pueden ser, cuando menos, recelosas a la hora de tratar las diferencias de opinión. Aún en las sociedades democráticas y liberales las personas pueden sentirse excluidas. Noelle-Neumann invita, entonces, a pensar el ejercicio de las libertades en un marco más amplio que el de cierto liberalismo más bien plano y ramplón, del tipo: puedes pensar lo que quieras mientras a mí no me afecte. En una sociedad donde esa regla se aplique a cabalidad sólo quien se sienta ganador estará dispuesto a participar de la vida pública.

El trasfondo de esto es que hay distintas formas de pensar las libertades en la sociedad contemporánea, y la pluralidad puede ser concebida no sólo como un hecho bruto, sino como fuente, en alguna medida, de integración. Aunque hoy el pluralismo tiene un componente fuerte de fragmentación, ese efecto no es irreversible. Quizá nuestro estándar para respetar hoy el pluralismo es más bien bajo, y tenemos que ser más exigentes. Por eso conviene recordar la importancia del lenguaje cuidado, la persuasión y los matices. Quizá su falta disuade de participar a más personas de las que creemos.

La sociedad pluralista es compleja y exigente. Si creemos genuinamente que podemos equivocarnos (y que hay un valor en que nos lo demuestren), el liberalismo fácil, la alusión a las libertades “negativas”, no nos saca de tantos apuros como pensábamos.