Columna publicada en La Tercera, 04.03.2018

Aunque quedan solo días para que finalice su mandato, la Presidenta Michelle Bachelet ha asegurado que su administración sigue trabajando “a toda máquina”. Entre los proyectos pendientes que serán enviados durante la semana restante, figura el de nueva Constitución. La obstinación en presentar esta iniciativa resulta muy sintomática del espíritu que ha animado a este gobierno: un elemento central de la Biblia programática es resuelto a matacaballo, sin mayor diálogo político y a sabiendas que no tendrá ningún destino.

La izquierda vuelve a encontrarse así con sus viejos fantasmas. Por un lado, los sueños se acumulan impunemente (¿qué sentido puede tener inscribir la igualdad salarial en la Constitución?); y, por otro, no hay ninguna reflexión sobre los medios necesarios para llevarlos a la realidad. Se genera entonces un hiato entre la aspiración discursiva y lo que permiten las “condiciones objetivas”, alimentando una frustración interminable. No es casual que en estos cuatro años aquel engendro llamado Nueva Mayoría termine en una dispersión bien parecida a un vulgar sálvese quien pueda. De hecho, la actual administración no logró transformar su poderío electoral en una mayoría política efectiva que pudiera permitir cierta continuidad. La Presidenta prefirió encerrarse en Palacio y, de paso, entregarle nuevamente la banda a Sebastián Piñera, abriendo la posibilidad de un ciclo de derecha que sería inédito en los últimos cien años. Si Michelle Bachelet prefiere los fuegos artificiales a los problemas que nos aquejan (ya quisiéramos, por ejemplo, que alguien estuviera trabajando “a toda máquina” para actualizar la ley de migraciones) es simplemente porque hace tiempo que renunció a hacer política, optando por el goce de la autocontemplación estética y moral. Mucho mejor que ser bueno, es verse y saberse tal.

Por más paradójico que suene, la centroizquierda le debe a Pinochet su última articulación política digna de ese nombre. Cuando la dictadura dejó de habitar el presente, dicho sector se debilitó gravemente, sin siquiera percatarse del callejón al que entraba. A cambio, le compró al movimiento estudiantil una colección de consignas que nunca supo cómo aplicar. Por lo mismo, no debe sorprender la amenaza que constituye el Frente Amplio para la coalición oficialista: el original siempre es preferible a la copia. Parafraseando a Lenin, puede decirse que la Nueva Mayoría le vendió al Frente Amplio la soga con la que está siendo ahorcada.
¿Tendrá la centroizquierda el coraje de mirar de frente esta realidad, y hacerse cargo de la trampa histórica en la que libremente cayó? ¿O preferirá agonizar y morir en el más ramplón de los conformismos?

“No fue magia”, es la frase (original de Cristina) que ha circulado en redes sociales para despedir a Michelle Bachelet. Y es cierto, a nada de esto corresponde llamarle magia. Se trata más bien -como lo confirma Nicolás Eyzaguirre cada vez que abre la boca- de realismo mágico.

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