Columna publicada en El Líbero, 20.02.2018

Una columna reciente de José Joaquín Brunner publicada en este medio plantea de forma explícita algunos desafíos intelectuales de la derecha para este período presidencial. Según Brunner, se trata de objetivos y tareas ineludibles si la derecha pretende ser persuasiva, consolidar su posición y proyectarse hacia el futuro. Habiendo frenado la tendencia persistente al “antiintelectualismo” –el afán por tratar la problematización y elaboración teórica de los problemas públicos como un factor accesorio, secundario, para la actividad política–, para el autor el próximo desafío de la derecha consiste en responder a la pregunta acerca de “cuál liberalismo” defender.

De los múltiples ejes que propone Brunner, un punto crucial consiste en evaluar la comprensión de la derecha frente a la experiencia concreta y empírica del mercado. Si bien el discurso liberal suele describir el mercado como una realidad autoproducida, como el resultado simultáneamente armónico y descentralizado de las interacciones particulares de cada agente, cuyos efectos no necesitan ser modificados o corregidos –un fenómeno “autorregulado”, en palabras de Polanyi–, una caracterización más acabada exige suavizar este supuesto y admitir lo inverosímil, o ideológico, que puede llegar a ser. Aunque esto implica dejar de creer que el mercado es una realidad políticamente aproblemática, a la vez da mucha libertad para analizar sus aspectos positivos, como su potencial de creatividad o emancipación (y explica por qué hay autores relevantes en la izquierda, como Habermas, que defienden sin remordimientos su importancia para la sociedad contemporánea).

Lo anterior obliga a considerar –por su centralidad en la justificación discursiva de la economía de mercado– el lugar del mérito en la sociedad contemporánea. Si el mérito es el factor que más legitima nuestras decisiones individuales, y el mercado constituye un espacio fundamental para el despliegue y desarrollo del mérito, entonces las decisiones individuales en el mercado devienen un elemento central para dotar de validez al liberalismo. Pero esto puede ser puesto en duda fácilmente: no responde adecuadamente a las condiciones concretas en que se desenvuelve el mercado.

Sabemos por experiencia propia que muchas de nuestras intuiciones morales nos llevan a evaluar otras consideraciones, no solamente el esfuerzo que depositamos en algo, en la esfera económica: si nos “merecemos” algo o no, no es el único criterio que utilizamos para evaluar nuestras acciones. Como muestra Fukuyama, en múltiples países los lazos familiares –con obligaciones de reciprocidad y desinterés– tienen un impacto enorme en el emprendimiento y la gestión de las empresas. La idea de mérito, además, ha sido acusada de inducir actitudes individualistas y atomizadoras. Y sabemos cuán fácilmente el mercado puede ocultar las posiciones aventajadas, “privilegiadas”, y representarlas como si fueran fruto primordial del mérito. En esto la derecha chilena, vinculada históricamente a los grupos más acomodados de Chile, debe ser especialmente cuidadosa y consciente (en un escenario político escéptico y desconfiado, ya no caben respuestas ingenuas o inocentonas).

Quizá el mayor desafío para la narrativa de la derecha no viene hoy desde la izquierda y la pregunta por la desigualdad, por fuerte y persuasiva que ella pueda ser, sino del déficit político de su propio discurso, que la ha llevado demasiadas veces a asumir posiciones demasiado simples, acríticas y poco sofisticadas. Algo de esto intuye Gonzalo Blumel cuando sugiere que el gobierno de Sebastián Piñera buscará conciliar el mérito con la solidaridad. Pero es necesario llegar más lejos: el objetivo tiene que ser la mediación política del mérito, de modo tal que pueda ser un factor de integración social y de desarrollo humano, y pueda enraizarse en vínculos sociales más robustos, cohesionados y solidarios.

Sin estar políticamente mediado, el mérito deviene trivial en la justificación del mercado. Aunque la conformación histórica de la derecha y su discurso “antiintelectualista” le dificultan tomar distancia y asumir esto como un objetivo prioritario, parece ser la hora de entender que este desafío es un imperativo y no simplemente algo opcional.

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