Columna publicada en LaTercera.com

Mucho se especuló durante la campaña presidencial sobre cuál sería el sello de un nuevo gobierno de Sebastián Piñera, así como cuánto habría aprendido de los errores y crisis de su primer mandato.

En ese sentido, el nombramiento de ministros, subsecretarios e intendentes entrega una señal optimista.

Respecto del gabinete, se aprecia una clara diferencia respecto de la administración anterior, ya que hoy el protagonismo lo tendrán los ministros “de carrera”. El año 2010, tanto la vocera de gobierno (Ena Von Baer, actual senadora) como el ministro del Interior (Rodrigo Hinzpeter) carecían de experiencia política en las grandes ligas. Como recordamos, esto le trajo grandes costos al gobierno. Hoy, en cambio, el presidente electo escogió un comité político con figuras de peso, con experiencia previa en el gobierno y que a estas alturas, juegan de memoria.

El protagonismo de políticos con trayectoria se extiende también a los ministerios sectoriales, como Cristián y Nicolás Monckeberg, Alberto Espina, Marcela Cubillos y Felipe Ward. Si hacen una buena gestión tienen la oportunidad de perfilarse a nivel nacional, dando proyección y continuidad a la coalición.

En el caso de los subsecretarios, la situación es todavía más auspiciosa. Más del 60% proviene de partidos políticos, varios tienen experiencia en la administración pública y un buen número tiene entre 35 y 40 años. Estos antecedentes permiten suponer que muchos podrían entusiasmarse con asumir candidaturas futuras, o bien seguir vinculados a lo público.

En el nombramiento de Intendentes también se aprecia un aprendizaje. A diferencia de 2010 cuando Piñera se inclinó por buenos gestores, independientes políticamente y con experiencia única o principalmente en el mundo empresarial, hoy la mayoría de las autoridades designadas tiene oficio y experiencia política (solo 4 independientes). Con ese perfil, nuevamente se abre la posibilidad de proyección de la coalición.

Con todo, se echó de menos en el nombramiento de ministros la presencia de políticos jóvenes y con proyección como Felipe Kast o Jaime Bellolio. Aunque siempre es fácil ser general después de la batalla y es indudable su aporte en el Congreso, quizás habría sido deseable que a ellos u otros de ese perfil se les hubiera pedido en su minuto reservarse para un eventual gabinete ministerial. Después de todo, es sabido que es desde los ministerios donde más posibilidades existen de proyectar una carrera política.

También existe una deuda respecto a la presencia de mujeres en los distintos cargos. Solo 7 ministras mujeres (y pocos ministerios de primer orden en cuanto a la conducción del gobierno), y lo mismo en la designación de subsecretarios, donde solo un tercio son mujeres (11 de 35).

Por último, se sigue echando de menos una mayor diversidad de orígenes y trayectorias de vida. La amplia mayoría de los ministros viene de la Universidad Católica y de los mismos colegios y círculo social. Si queremos un equipo que sea capaz de dialogar con diferentes experiencias y sensibilidades, es necesario un gabinete más heterogéneo. La diversidad social no solo es una señal política, simbólica si se quiere, sino que también ayuda a comprender de mejor manera la sociedad y empatizar con los millones de personas que viven los problemas de transporte o pensiones. Haber pasado por esas experiencias ayuda a buscar soluciones idóneas que se hagan cargo de forma urgente de estos dramas. Ahí, la centroderecha tiene una tarea pendiente.

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