Columna publicada el 19.03 en The Clinic

Según varios analistas de la plaza, ése sería el ánimo que predomina en el nuevo gobierno. Es, sin ir más lejos, lo que explicaría el diseño de su gabinete y, en particular, la polémica designación de alguien como Gerardo Varela en Educación. En términos simples, se trataría de poner las “ideas de derecha” no sólo sobre la mesa, sino directamente en el corazón de La Moneda.

Pero esa lectura tiene tres dificultades.

La primera es creer que aquí existió una estrategia perfectamente planificada, cuando de seguro no fue así. Un solo ejemplo: hasta poco antes de anunciarse los ministros, las declaraciones en off se la jugaban por Alfredo Moreno en Obras Públicas y una Canciller exsecretaria de Estado. Desde luego, siempre hay movimientos de última hora. El problema –de ciertos analistas primero, de cierta derecha después– es asumir que todo salió tal cual se previó, ignorando la inevitable cuota de improvisación que rodea estos asuntos.

La segunda dificultad guarda relación con una tensión no resuelta dentro del piñerismo. Mientras algunos sectores muestran un progresivo entusiasmo con la lógica “sin complejos”, el presidente insiste en los consensos y la retórica de la unidad nacional. Naturalmente, nada impide gobernar con ideas propias y adoptar al mismo tiempo un tono republicano, funcional a los grandes acuerdos: es precisamente lo que debiera intentar el nuevo gobierno. Pero alguna derecha suele entender la falta de complejos como un menosprecio al diálogo y al debate, en el mejor de los casos, y como pachotadas o francas salidas de madre en el peor de ellos. No es difícil advertir la inconsistencia entre estas actitudes y el espíritu unitario que inunda los discursos de Piñera.

La tercera y última dificultad nos remite a los días previos al cambio de mando. Pese a la narrativa “sin complejos”, la semana anterior vimos a miembros del gobierno que comienza, paradójicamente, bastante acomplejados. Como si no existieran argumentos para criticar el twitter del día en temas de género o familia; como si fuera absurdo tratar distinto a niños y adultos; como si Sebastián Piñera hubiese sido electo gracias a la magnífica votación de Ciudadanos o Amplitud; como si resultara conveniente dividir las aguas propias horas antes del cambio de mando; como si escuchar a la población y adherir a la moda de ciertas elites fueran sinónimos; como si legislar al compás de la industria del espectáculo fuera sensato; como si, en fin, lo lógico fuera conducir el país subordinado a las ideas de otros.

Con la visita al Sename, sin embargo, se dio una señal distinta. Es ahí, en ese tipo de prioridades, donde el gobierno entrante puede encontrar su norte. Después de todo, ni la designación de figuras mediáticamente radicales ni la simultánea adopción de agendas ajenas son demasiado fructíferas. ¿Se lograrán superar los complejos que impiden seguir ese camino y fijar una hoja de ruta propia y distintiva, coherente con su coalición y a la altura del Chile actual?