Columna publicada el 18.03.18 en La Tercera PM

Unidad y más unidad. Ese fue el mensaje central de Sebastián Piñera en el primer cónclave oficialista luego del cambio de mando. La invitación parece muy sensata. Todo presidente necesita a sus filas ordenadas para llevar adelante un buen gobierno y, además, una de las características de Chile Vamos es su mayor pluralidad respecto de la derecha de las últimas décadas.

Este último atributo, en principio, es bastante positivo. No sólo ofrece múltiples lentes y perspectivas a la hora de escrutar la realidad –cuestión crucial en el complejo Chile actual–, sino también la ventaja de poder hablar a varios públicos de modo simultáneo (tal como se vio en el balotaje, con Piñera flanqueado por Ossandón y los dos Kast). Pero cualesquiera sean las bondades de la mayor diversidad interna, ésta también aumenta los potenciales focos de conflicto. La descomposición de la Nueva Mayoría y la actual fragmentación de la centroizquierda quizás sean el mejor ejemplo de ello.

La pregunta ineludible, entonces, es cómo favorecer esa unidad tan deseada: para que exista no basta con proclamarla. Y aunque hay varias respuestas posibles, al menos dos factores son indispensables. El primero es no priorizar ni acoger desde el gobierno posiciones que atenten directamente contra el ideario de alguna de las corrientes que lo respaldan. Así, no parece demasiado astuto que el ministro de la Segpres –uno de los más talentosos y promisorios del gabinete– termine apoyando una versión particularmente rudimentaria de las teorías de género, que desconoce algo tan elemental como la distinción entre niños y adultos al momento de ejercer la libertad personal.

Pero no basta con la omisión de ciertas agendas. Lo segundo y más importante es pasar a la ofensiva, fijando desde el Ejecutivo prioridades políticas consistentes con las diversas tradiciones que coexisten en Chile Vamos. De ahí la importancia de subrayar, tal como viene insinuándose, que el foco del nuevo gobierno estará en la clase media vulnerable y, aún antes que eso, en las víctimas de nuestro orden social. Esto incluye a los menores del Sename, migrantes, adultos mayores, privados de libertad, niños no nacidos y otros invisibles que tienden a ser ocultados por las dinámicas propias de la modernización capitalista.

Ese tipo de prioridades, además, le permiten al oficialismo dibujar un proyecto político con fuerte fundamento moral, apto para hacer frente al discurso de la nueva izquierda. No es poco: al final del día, gobernar es priorizar.