Columna publicada el 16.03.18 en Revista Qué Pasa

El Partido Comunista ya anunció que ejercerá la oposición a Piñera fundamentalmente desde la calle. “La contraparte principal no está en el Parlamento, está en los movimientos sociales”, ha dicho el pintoresco Juan Andrés Lagos (miembro del Comité Central, ex presidente de la Corporación Arcis). Las organizaciones que serían el instrumento de esta estrategia, según el propio Lagos, son Litio para Chile (vía CUT, controlada por el PC), No + AFP, la Confech, Marca AC, la CAM y las organizaciones de derechos humanos y víctimas de la dictadura. Los frentes, entonces, serían: minería, pensiones, educación, Constitución, mapuches y derechos humanos.

De poco sirve que la derecha llore por el hecho de que las movilizaciones sociales amainan cuando gobierna la izquierda, y recrudecen cuando lo hace la derecha. La agitación es parte del panorama político, y la izquierda, por ponerlo en términos de Rimbaud, “tiene la llave de ese desfile salvaje”. Hay que recordar, también, que no sólo es esperable un activismo permanente del PC durante estos 4 años, sino también del mundo concertacionista-nuevamayorista cuyo nivel de vida depende dramáticamente de que su bando vuelva a controlar el Estado, porque su valor de mercado está muy por debajo del nivel de ingresos al que se acostumbraron como operadores del gobierno.

Esto ya lo vimos durante el primer periodo de Piñera: es la izquierda sin programa, pero con cuentas por pagar, que le da lo mismo quién y por qué gobierne, con tal de asegurarse alguno de los miles de puestitos con sueldos suculentos que las coaliciones gobernantes pueden repartir.

Por último, el Frente Amplio, que nació en la calle, tampoco le hará asco a volver a ella para recolectar nuevos militantes y renovar sus votos.

Negras tormentas, entonces, agitarán los aires. Y si la derecha no logra anticiparlas, puede terminar este segundo gobierno igual que el primero: paralizada, sin control alguno de la agenda. O peor, repitiendo momentos bochornosos como el anuncio del “GANE/FE” o el cacerolazo del 4 de agosto del 2011, luego de un despliegue represivo de película.

¿Cómo podría Piñera salvarse de este destino? Ello depende de varios factores. El primero es lograr que su gobierno tenga un relato, un horizonte de justicia al cual apelar y prioridades claras derivadas de ese horizonte. Por ejemplo, si la derecha hubiera tenido el discurso que hoy tiene sobre la primera infancia, podría haber presentado una resistencia comunicacional mucho más efectiva al movimiento estudiantil, desafiándolo en el plano de la justicia en vez de responder en jerga de políticas públicas. La opinión pública se habría dividido, razonablemente, ante tal disyuntiva. El gobierno no puede darse el lujo de tener una política simplemente reactivo-represiva frente a los distintos temas, sino que debe tratar de salir jugando en cada uno de ellos, mostrando prioridades diferentes.

El siguiente factor es identificar correctamente las “zonas de riesgo” en términos de protesta, hacerse cargo de las mayores urgencias y segmentarlas. Muchas personas unidas por un mismo interés que opera sobre ellas con igual intensidad, como los estudiantes con el CAE, son siempre un riesgo. La Concertación, que siempre fue muy ducha desarticulando movimientos sociales, normalmente lo hacía fragmentando los intereses de sus miembros (por ejemplo, dando “gratuidad” a sólo una parte de ellos, dejando políticamente impotente a la otra parte). También es necesario apagar rápido los incendios en estas zonas de riesgo (por ejemplo, si Lavín hubiera cedido en el tema del pase escolar a inicios del 2011, el estallido estudiantil podría incluso no haber ocurrido). Y también, obviamente, saber reconocer las urgencias sociales a tiempo, y actuar sobre ellas antes de que escalen.

Además, es necesario legitimar contrapartes distintas a las que serán levantadas por los partidos de izquierda. Esta es la batalla por la representación. Por ejemplo, la CUT representa una cantidad ínfima de trabajadores y, sin embargo, fue legitimada como “la voz de los trabajadores” por la Concertación y siempre fue, al final, funcional a ella. La derecha puede jugar el mismo juego: usar el poder comunicacional y político del gobierno para reconocer y legitimar otras organizaciones, disputando así la representación y la agenda a las que levantará la izquierda.

Finalmente, la derecha debe reconocer aquellos temas que resultan incómodos para la oposición, y estar preparada para levantarlos en los momentos en que la izquierda intente tomar el control de la agenda. Por ejemplo, la Concertación siempre usó la “agenda valórica” de esta manera. En el caso de la derecha podría ser, entre otros, la política internacional respecto a Cuba y Venezuela.

Todo este ejercicio exige de la derecha cierto nivel de reflexividad sociológica y política de mayor calibre y, en ese sentido, puede no pasar de ser simplemente imaginario. Pero uno nunca sabe.