Columna publicada en El Líbero, 23.01.2018

El anuncio del nuevo gabinete de Sebastián Piñera seguramente se tomará los titulares de prensa a partir de hoy, pero ello no debiera llevarnos a olvidar las varias lecciones que podemos sacar de la visita del Papa Francisco. Y es que el énfasis del Papa argentino en los invisibles de nuestra sociedad —especialmente manifiesto en su visita al Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín— resulta sumamente pertinente a la hora de establecer las prioridades para gobernar, sobre todo considerando las que tradicionalmente han marcado la agenda pública.

El encuentro con esas mujeres y sus hijos refleja de forma paradigmática el mensaje de Francisco, que ha llamado a los sacerdotes y a todos los fieles católicos a ser “pastores con olor a oveja”. Esto es, acercarse a los más pobres, a los excluidos y marginados de la sociedad, con la convicción no sólo de que en cada persona hay un ser humano digno de atención, sino también de que los más privilegiados tenemos mucho que aprender de su esfuerzo y abnegación.

Por lo demás, esta visita fue un hito no sólo por la presencia del Papa, sino además porque logró llevar a la Presidenta de la República hasta una cárcel. Después de todo, ¿cuántas veces había visitado Michelle Bachelet un recinto de este tipo durante los últimos cuatro años? La presencia y atención de nuestras elites en el penal de San Joaquín de la mano de Francisco debiera alegrarnos, pero el hecho de que esto suceda tarde, mal y nunca también confirma la poca prioridad que estos asuntos han tenido en la agenda pública el último tiempo. Y esto no es sólo responsabilidad del gobierno actual —aunque ciertamente sus prioridades políticas son discutibles—, sino que se trata de un problema más extendido a lo largo de nuestra dirigencia. Mientras nos comparamos con países desarrollados y anhelamos tener su sistema de educación superior, todavía existen dos millones de personas bajo la línea de la pobreza, varios millones más que pertenecen a una clase media vulnerable muy expuesta a volver a caer en situación de pobreza, y miles de personas que reciben una salud pública en precarias condiciones, o que sufren en las cárceles y en el Sename.

Todo esto ratifica que no debiéramos olvidar las lecciones que nos dejó Francisco por el solo hecho de conocerse el nuevo gabinete. Al contrario, el próximo Presidente y sus ministros deben aprovechar la oportunidad que les brinda el Papa de ser políticos con olor a oveja y volver a poner la prioridad en esas miles de personas invisibles, que no marchan, votan poco y por lo tanto no tienen capacidad para influir en la agenda pública.

Esto tiene implicancias concretas, partiendo por la prioridad legislativa y presupuestaria que se les asigne, y el desarrollo de mejores programas y mejores instituciones para abordar las problemáticas que los aquejan. Pero no sólo eso. La convicción de que nuestra sociedad tiene que tomarse en serio a sus invisibles y ayudarlos a salir adelante también debiera conllevar que Piñera y su gabinete dejen muchas veces la comodidad de sus amplias oficinas y viajes en primera clase, y la cambien por un auténtico trabajo en terreno, donde no sólo lleguen a cortar cintas por la inauguración de alguna obra, sino que les dediquen tiempo a las personas, sosteniendo una larga conversación, escuchándolas y desde ahí comprendiendo mejor sus complejas vidas.

Allí hay no sólo una buena estrategia mediática de mejor recepción de sus mensajes, sino un sano camino de construir en conjunto con las personas y sus asociaciones un mejor destino para el país.

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