Columna publicada en La Tercera, 27.11.2017

“Yo no firmé ni suscribí ningún programa”. “Tuvimos, en lo que fue la elaboración del programa, poca participación, no se discutió el programa de gobierno, nunca firmamos el programa”. La primera frase pertenece a Ignacio Walker y la segunda a Gutenberg Martínez; y ambas fueron pronunciadas en agosto de 2016 -tres años después de la campaña presidencial-, cuando el gobierno de Michelle Bachelet hacía agua por todos lados. En ellas se condensan de modo extraordinariamente nítido las causas del momento político que vive la Falange.

Si la Democracia Cristiana ha perdido todo espacio político, es precisamente porque se ha convertido en un partido sin mensaje, cuyos interminables vaivenes son imposibles de leer por la ciudadanía. Hace cuatro años la DC decidió, con plena libertad, recibir todos los beneficios de la popularidad de Michelle Bachelet, pero sin querer hacerse cargo de ninguno de los costos asociados. Por eso, apenas pudieron, negaron haberse subido al barco. ¿El programa? ¿Qué programa? Nunca lo leímos, nunca lo trabajamos ni lo firmamos. Se trata de un hecho político de la mayor gravedad, pues impide el ejercicio de la mínima responsabilidad política. A fin de cuentas, la democracia exige de sus dirigentes la capacidad de dar cuenta de sus actos, y ajustar los discursos con la acción. En este caso, la dirigencia falangista simplemente ignoró la existencia del problema, inundando el aparato público con ministros y funcionarios, sin asumir las consecuencias del ejercicio del poder. Por eso, no es raro que muchos de sus dirigentes emblemáticos hayan terminado derrotados en las elecciones del domingo, y que su representación parlamentaria se haya reducido al mínimo: ¿a quién puede convocar un partido que carece de definiciones políticas dignas de ese nombre? Así, su base electoral no deja de estrecharse, y el partido se va convirtiendo en un actor cada vez más irrelevante. Es difícil pensar, por ejemplo, que la DC puede tener en un eventual gobierno de Guillier más espacio del que ha tenido con Bachelet.

En su imprescindible libro El quiebre de la democracia en Chile, Arturo Valenzuela explica que una de las causas políticas de la ruptura de 1973 guarda relación con la excesiva ideologización del centro político, cuya función primordial es actuar de bisagra. Dicho de otro modo, al encerrarse en sí misma, la DC dificultó la interlocución política y el país entró en el callejón de los tres tercios. Puede decirse que la situación actual es exactamente inversa: al acentuar al extremo su ambigüedad política, la DC también dejó de cumplir la función de equilibrio que le corresponde a todo centro político, pues es imposible influir si se carece de identidad.

No es raro entonces que el escenario se polarice, pues el mensaje de la Falange (que tanto podría habernos dicho de los problemas actuales) se vuelve invisible. Así, parece cerrarse un ciclo: si hace más de 50 años Frei Montalva podía decir que no cambiaría una coma de su programa ni por un millón de votos, hoy sabemos que ya ni siquiera necesitan leerlo. Parafraseando al mismo Frei Montalva, han terminado en el peor de los mundos: partido chico con ideas chicas. Y nadie podrá salvarlos.

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