Columna publicada en T13.cl, 11.10.2017

Dado que el debate presidencial se encuentra más o menos desorganizado y desacoplado de la realidad, el tema “valórico”, que no parece prioritario o decisivo más que para pequeños segmentos radicalizados de la élite, ha terminado ocupando un lugar predominante dentro de las discusiones de la derecha. Y es que algunas personas con buena llegada mediática parecen pensar, de buena fe, que para captar el voto del “centro”, lo importante sería mostrar más “apertura” en estos temas. Lo divertido de este asunto es que el consejo que estos liberales progresistas, liderados circunstancialmente por Harald Beyer, le dan a los representantes de derecha –en su gran mayoría moralmente conservadores-, es que retoquen sus posturas en función de ganar más votos. Y se quejan de que la derecha no sea más “moderna” (como en la OCDE) y no entienda y se someta al curso inexorable de la historia (idea que a muchos liberales anti-historicistas, como Popper, les produciría un patatús). Pero nunca explican por qué si los liberales progresistas son tantos, tan mayoritarios y populares, y la “agenda valórica” es tan importante, no hay uno sólo de ellos en el Congreso, y sus candidatos afines, como Andrés Velasco, sólo recogen votos “arriba en la cordillera”. De hecho, parecieran tener más columnistas que votantes. Así, da la impresión de que, al menos, este sector tan supuestamente amante de la competencia y el mérito, no ha hecho la pega democrática. Y es como si les diera lata hacerla (lo que no es raro si se considera que quienes creen que la historia tiene un curso inexorable nunca han sido muy amigos de la democracia).

En lo que Beyer y sus compañeros de ruta tienen razón, sin embargo, es que buena parte de la derecha política – aquellos que blandían fetos de plástico en el congreso y comparaban a quienes estaban a favor del aborto con algo así como los comunistas nazis– muestra, en otros temas, una agenda libertaria que muchas veces incursiona en el egoísmo, el economicismo y el materialismo. Y no parece tener problemas en predicar con Milton Friedman en una mano y Teresa de Calcuta en la otra. Así, utilizan de manera antojadiza la apelación al “curso natural del desarrollo”, como pensando que la lógica economicista y egoísta se mantendrá siempre en un espacio estanco, sin expandirse a los demás sistemas sociales. Esta tensión alguna vez fue reconocida por la propia derecha, y se intentó hacer compatible la antropología cristiana con la lógica capitalista. De hecho, el CEP se dedicó a eso un buen tiempo (su primer libro, editado en 1988 por Eliodoro Matte, se llama, justamente, “Cristianismo, sociedad libre y opción preferencial por los pobres”, y luego, en 1995, publicaron “La ética católica y el espíritu del capitalismo” de Michael Novak). Este asunto es también la obsesión de Jaime Guzmán, heredada de Jorge Alessandri. Sin embargo, con las buenas cifras noventeras y dosmileras, se corrió un tupido velo sobre este problema.

Como sea, el resultado es que hoy tenemos una derecha política que presenta una discusión “valórica” que se está dando en términos bastante despistados, y una fuerte incapacidad para establecer prioridades programáticas y liderar el debate público según esas prioridades. Todo esto refleja una brutal incapacidad reflexiva respecto al entorno. Y augura una muy mala situación en caso de resultar elegido su candidato presidencial. ¿Cómo gobernar sin brújula, y sin capacidad de plantearse los problemas de manera seria? Hay que recordar que los países llegan a ser serios y respetables porque discuten los temas de manera seria y respetable, y no por copiar las soluciones a las que otros países (por muy admirados que sean) llegaron. En esto el proceso importa más que el resultado. Y nuestra política, incluida la derecha, parece hoy, en este sentido, muy lejos de ser capaz de conducir los destinos del país hacia un mejor lugar.

Lo primero (o quizás lo segundo) que la derecha debería plantearse, y proponerle al país, es cuál es el asunto de fondo en el debate “valórico”. Qué paradojas y dilemas enfrentamos. Para esto, más que escuchar al Vargas Llosa farandulero que trata de“cavernarios” a quienes discrepan con él (y pensar que “si lo dice un Nobel, por algo será”) vale la pena leer su libro “La civilización del espectáculo”. No es un gran tratado, pero su punto central se contradice con su actual actitud: en él, construye una fuerte crítica a la tecnificación, racionalización, estandarización y banalización del mundo occidental. Es decir, a la expansión de la razón instrumental a todas las esferas de la vida. Basta con ir al capítulo llamado “Reflexión final” para encontrarse con un Vargas que considera engañosa la noción de progreso, y teme por la degradación técnica de la cultura. ¿Por qué la expansión de la racionalidad instrumental al ámbito de la cultura no le causa las mismas dudas que su expansión al ámbito de la reproducción y la natalidad, como a Horkheimer? Difícil saberlo. Pero sin duda el Vargas Llosa del libro es bastante más inteligente que el de la descalificación al voleo, y sirve para que los bandos en conflicto construyan un lenguaje común para tratar en serio el tema del aborto, considerando en la ecuación tanto la realidad sociológica completa de este asunto (googleen “misotrol Chile”, por favor, para hacerse una idea de lo extendida que está esta práctica en sectores no vulnerables), la eficacia y justificación de la utilización del aparato punitivo, así como el problema eugenésico, que es el que tendremos que discutir pronto. “El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?” de Habermas puede ser un valioso complemento.

Lo segundo (quizás lo primero) es ubicar este asunto, ahora sí tomado en serio, dentro de una visión política de largo plazo, y de una estructura de prioridades. ¿Cuál es la visión antropológica de la derecha? ¿Sigue siendo cristiana? ¿Cómo se refleja institucionalmente? ¿Qué es lo justo? ¿Cómo entiende el desarrollo? ¿Cómo asigna las prioridades políticas? ¿Cómo entiende la diversidad, lo público y el pluralismo? Sin responder estas preguntas, este sector político seguirá al garete, rebotando entre “hacer como en la OCDE”, lo que dijo tal Nobel, y tratar de no mostrar la hilacha.

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