Columna publicada en El Líbero, 10.10.2017

La autonomía individual asoma como el valor dominante de los tiempos modernos. Las principales reivindicaciones políticas versan sobre los derechos del individuo y sobre la expectativa de que cada ser humano pueda ser libre de determinar sus cursos de acción, sin la obstrucción que puedan suponer los otros.

Los resultados, sin embargo, no han estado exentos de ambigüedades y tensiones. Si bien dicho enfoque ha permitido garantizar libertades y esferas de legítima autonomía, también ha implicado la erosión de vínculos sociales y comunidades que dan sentido a la existencia. El documental de Erik Gandini, La teoría sueca del amor (2015, disponible en YouTube), muestra los efectos patológicos del individualismo moderno, particularmente en el ámbito de la familia.

El documental desgrana lo que fue el proyecto de familia del gobierno sueco de los años 70, titulado “La familia del futuro: una política socialista para la familia”. Dicho programa se constituyó en un auténtico manifiesto en el que se establecían las directrices de la política estatal para lograr una familia “nueva”. El objetivo era asegurar la completa independencia —“el valor más sueco de todos”— de los individuos respecto de sus relaciones familiares, de modo tal que ellas no supusieran ninguna carga, ya sea en términos materiales o emocionales. Así, se buscaba que los hijos jóvenes no dependieran de sus padres, ni los adultos mayores de sus hijos, ni las mujeres de los hombres ni viceversa, garantizando su supuesta autosuficiencia.

A estas alturas, el resultado es elocuente. Por mencionar sólo algunos ejemplos: miles de mujeres que recurren a la inseminación artificial —a través de un servicio tipo Amazon de líquido seminal— para lograr sus anhelos de ser madres, sin la complejidad que puede traer una relación de pareja; el consecuente olvido y minusvaloración de la paternidad; la aparición de relaciones amorosas virtuales, sin necesidad de la “incómoda” presencia de la pareja; el hecho trágico de que uno de cada cuatro adultos mayores vive y muere completamente solo, sin que nadie se entere (a veces durante meses) de su fallecimiento; el aumento considerable de la tasa de suicidios; y una muy baja interacción entre los ciudadanos, que ha llamado poderosamente la atención de los inmigrantes. “¿Dónde están los suecos?”, se preguntan.

La estructura social del desarrollado país escandinavo ha permitido asegurar a cada uno de los ciudadanos las condiciones materiales de su existencia, de forma tal que nadie dependa de otro. Sin embargo, ha quedado patente que dicho sistema ha despojado a los individuos de aquello que Berger y Luckmann denominan “comunidades de sentido” —siendo la familia una de las más relevantes—, tan necesarias para la realización humana. Si se quiere, ha convertido la independencia en aislamiento. Como bien señala el sociólogo polaco Zygmunt Bauman al final del documental: “Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia no está la felicidad, está el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.

La teoría sueca del amor puede servir para reflexionar sobre nuestro ordenamiento político y social, nuestros referentes y el tipo de desarrollo que aspiramos alcanzar. El progresismo simplemente asume que todo lo que hacen los “países desarrollados” es mejor y que debemos imitarlos. Y eso parece muy discutible: ¿Queremos ser como Suecia? Si bien pareciera que aún nos encontramos lejos de estos extremos, no es difícil percibir las tensiones que los acelerados procesos de modernización han generado en la sociedad chilena. En momentos de “crisis” y cuestionamiento sobre nuestro modelo de desarrollo, conviene tener presente que el bienestar de una sociedad no se mide sólo por la abundancia, sino, fundamentalmente, por la calidad de nuestros vínculos.

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