Columna publicada en conjunto con Claudio Alvarado en El Líbero, 17.10.2017

Si algo quedó claro desde el año 2011 en adelante es que las ideas tienen consecuencias. De hecho, el discurso del actual gobierno remite a un diagnóstico y una propuesta anclados en el plano de las ideas políticas: el “programa” de ayer, el “legado” de hoy. Según explicamos en El derrumbe del otro modelo (IES y Tajamar, 2017), es principalmente ahí, y no sólo en la mera ejecución o implementación, donde estuvo su atisbo de virtud —intentar ofrecer una respuesta a los problemas de legitimidad política y a la ruptura de los consensos de la transición—, y donde ahora debemos buscar las raíces de sus muy modestos resultados.

Pero las ideas y diagnósticos que inspiraron al segundo mandato de Michelle Bachelet no son en ningún caso los únicos disponibles. Tal como destaca el último número de Artes y Letras de El Mercurio, son muchos los trabajos que durante los últimos años han intentado comprender diversos aspectos del nuevo Chile que emerge ante nosotros. Y es interesante advertir que, más allá de los obvios disensos, hay elementos comunes entre quienes provienen de distintas veredas políticas.

Quizás la coincidencia más notable sea la que surge entre los textos de Oscar Landerretche y Daniel Mansuy, Vivir juntos (Debate, 2016) y Nos fuimos quedando en silencio (IES, 2016) respectivamente. Aunque sus trayectorias biográficas, identidades políticas e influencias intelectuales son disímiles, en ambos se vislumbra una prioridad común: la necesidad de robustecer nuestro tejido social. Mientras Mansuy se aleja de las versiones más toscas del economicismo noventero —sin por ello dejar de promover una economía social de mercado—; Landerretche, no obstante declararse socialista, se distancia de aquella izquierda que tiende a confundir lo público con lo estatal. Si se quiere, para ambos el mayor desafío que enfrenta Chile es revitalizar las comunidades que dan vida a la sociedad civil, en los diversos sentidos de la expresión. Todo esto, dicho sea de paso, permite entender mejor la incomodidad que experimenta el laguismo (uno de cuyos cerebros es Landerretche) con la candidatura de Alejandro Guillier. El recelo puede no ser tanto con la persona del candidato, como con un proyecto que decidió tomar la posta de este gobierno y presentarse como la continuidad del “otro modelo”.

En este punto asoma otro elemento digno de resaltar. Tanto los trabajos de Mansuy como los de Landerretche, e incluso Los chilenos bajo el neoliberalismo (El Desconcierto, 2014), de Ruiz y Boccardo, se toman en serio los cambios que ha experimentado el país durante las últimas décadas, comenzando por la nueva situación de las clases medias. Ninguna de estas obras abraza acríticamente la modernización capitalista, pero todas entienden —cada una desde su propia perspectiva— que dicha modernización goza de considerable arraigo y, por tanto, que a la hora de proponer cambios no cabe desconocer esa realidad. Aquí emerge un punto de quiebre con los nostálgicos de los sesenta, y eso explica parte importante de la división que hoy sufre la izquierda criolla.

Desde luego, estos son sólo algunos de los libros que iluminan el Chile actual. Sin ir más lejos, el día de hoy se presenta Solidaridad: política y economía para el Chile postransición, (IdeaPaís y Hanns Seidel, 2017), que será comentado por Gonzalo Blumel, jefe programático de Sebastian Piñera, Sergio Micco y el propio Mansuy; y de seguro continuarán apareciendo más obras del estilo. Después de todo, aunque el proyecto de Michelle Bachelet no fue exitoso, los nuevos aires que experimenta la política nacional llegaron para quedarse. Es indudable que el país ha progresado en muchos aspectos, pero el progreso trae consigo nuevas tensiones. Y quien ignore que en este cuadro se requiere un trabajo serio y dedicado en el plano de las ideas —un trabajo que excede con creces la coyuntura electoral—, tiene escasas posibilidades de éxito político y cultural en el largo plazo.

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